Los iraqu¨ªes buscan un Estado, o al menos un sueldo
Miles de bagdad¨ªes regresan a sus puestos de trabajo y se encuentran con que sus empresas han dejado de funcionar
Los ciudadanos de Bagdad van regresando poco a poco a sus lugares de trabajo, aunque en ellos se topan con un panorama desolador. No es que los saqueadores se hayan llevado hasta las cosas m¨¢s in¨²tiles, lo m¨¢s grave, en el caso de los cientos de miles de funcionarios, es que el Estado -o sea su organizaci¨®n, sus salarios, sus jefes- se ha desvanecido y, hasta ahora, nada lo ha reemplazado.
El mercado central de la capital iraqu¨ª ha recuperado su bullicio y las tiendas comienzan a abrir sus puertas. No hay escasez, aunque los precios son elevados y los comerciantes se quejan de que no les llegan mercanc¨ªas para vender.
Los atascos son indescriptibles: con la gasolina han vuelto a las calles miles de autom¨®viles, pero los sem¨¢foros no funcionan y los polic¨ªas de tr¨¢fico apenas se dejan ver. Atravesar una rotonda puede ser una experiencia terror¨ªfica que se prolonga durante media hora. En algunos barrios han empezado a quemar las basuras acumuladas y a retirar las barricadas que bloqueaban el paso en las calles. De vez en cuando se escuchan disparos, aunque, al menos durante el d¨ªa, la sensaci¨®n de seguridad es mayor.
Pero, despu¨¦s de reclamar el agua y la electricidad, que todav¨ªa no han vuelto a grandes zonas de la ciudad, los habitantes de esta urbe de m¨¢s de cinco millones y medio de personas dicen una y otra vez lo mismo: "Como no tenemos ni Gobierno ni Estado...".
Ante los ministerios civiles o el Ayuntamiento se dibujan filas permanentes de personas que esperan a que alguien vaya a hacerse cargo de sus vidas: quieren sus salarios y sus puestos de trabajo. Pero no se trata s¨®lo de los funcionarios. Iraqu¨ª Airways era (o es, ni siquiera eso est¨¢ claro) una compa?¨ªa p¨²blica de 3.000 trabajadores. Dirigida por un familiar de Sadam Husein, que naturalmente ha desaparecido del mapa, funcionaba con vuelos internos y operaba en los aeropuertos del pa¨ªs. Meses antes de la guerra, hab¨ªa comprado ocho Boeing 727 y un 747 Jumbo. Los salarios eran bajos; pero permitieron a muchos ahorrar ante los tiempos que se avecinaban. Los iraqu¨ªes esperaban que un Estado reemplazase a otro casi de forma autom¨¢tica; pero no se imaginaban que se encontrar¨ªan en medio de la anarqu¨ªa y ante un horizonte de pobreza.
"Viene gente todos los d¨ªas", dice Saleh Hadhi Akkar entre los cristales rotos, los sillones arrancados y las bombillas reventadas de lo que antes de la locura del pillaje eran los marcadores que anunciaban los n¨²meros. Es la principal oficina de Iraqu¨ª Airways en el centro de Bagdad y su aspecto no invita a comprar un billete. Fuera, otro empleado barre la calle. Como si tuviese miedo de una jerarqu¨ªa inexistente, Akkar asegura que ¨¦l no es responsable de nada, que s¨®lo es un oficial de navegaci¨®n. "Por ahora han pasado unos 50 o 60 empleados. Vamos haciendo una lista", dice.
Waird al Yasir es un amable funcionario que trabajaba en la emisi¨®n de billetes. Se ha presentado en la oficina vestido con el uniforme de la compa?¨ªa despu¨¦s de un surrealista viaje urbano de varias horas. Logr¨® coger un autob¨²s, aunque es incapaz de decir qui¨¦n se ocupa del transporte urbano. "S¨®lo quiero alguien que gobierne y me pague", se?ala. Varios trabajadores relatan que han ido tomando contacto entre ellos de esta forma (sigue sin haber tel¨¦fono) y que 30 representantes viajaron con soldados estadounidenses hasta el aeropuerto. Se entrevistaron con un oficial de alta graduaci¨®n para pedirle que alguien se hiciese cargo de sus salarios. La respuesta fue que todas estas cosas estaban siendo estudiadas y que la nueva Administraci¨®n, cuando llegue, les tendr¨ªa en cuenta.
Por ahora s¨®lo unos pocos ingenieros han sido contratados para poner en marcha el aeropuerto, donde se espera que llegue hoy el primer vuelo humanitario. "A ver si el jefe de los americanos acepta su responsabilidad", dice Saadi al Halath. Trabajaba en la Administraci¨®n y emiti¨® muchos de los cheques, ahora in¨²tiles, con los salarios de enero. El paso de dos blindados estadounidenses por la calle interrumpe la conversaci¨®n, que se retoma para relatar que muchos hab¨ªan ahorrado en billetes de 10.000 dinares (cuatro d¨®lares al cambio de ayer, una fortuna). Lo malo es que nadie acepta esos billetes porque durante los saqueos robaron una partida enorme del banco central sin los n¨²meros de serie impresos y son rechazados. "Ahora s¨®lo podemos esperar a que las cosas funcionen. ?Qu¨¦ otra cosa podemos hacer?", dice Kamal al Ami, que trabajaba en la secci¨®n de cargo de una compa?¨ªa que nadie sabe si ha dejado de existir o est¨¢ en ruinas.
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