El camino de Damasco y la ruta de Teher¨¢n
La victoria militar estadounidense en Irak no es un fin en s¨ª -el castigo anunciado de un dictador que disimulaba armas de destrucci¨®n masiva, a¨²n sin encontrar hasta hoy-. Es el principio de un largo proceso por el cual Washington pretende remodelar Oriente Pr¨®ximo, la primera de las regiones del mundo "normalizada" seg¨²n el criterio del universo unipolar posterior al derrumbamiento sovi¨¦tico, en principio para instaurar la democracia liberal. Pero tal proceso es conflictivo: frente a una hegemon¨ªa americana que pocos piensan pura y desinteresada, se perfilan resistencias que, aun distando de la forma del enfrentamiento de ayer entre los dos bloques, no dejan de tener efectos potenciales devastadores, como lo han demostrado el terrorismo y las justificaciones religiosas que invoca. Para conjurar los peligros de una situaci¨®n vol¨¢til, George W. Bush se ve apremiado a acelerar su ventaja y avanzar sin reparar en obst¨¢culos, con el fin de crear una situaci¨®n irrevocable por un vuelco decisivo de las relaciones de fuerza regionales. Hoy d¨ªa tiene dos opciones: o bien reanudar urgentemente el proceso de paz israelo-palestino y amenazar a Damasco para garantizar la seguridad del Estado hebreo, o bien velar por el orden en torno al Golfo, y apremiar a Teher¨¢n, al poner a salvo los abastecimientos petroleros con la neutralizaci¨®n del factor chi¨ª. El logro de esta gran jugada, que es lo que intentan los estrategas del Pent¨¢gono, est¨¢ condicionado, primero, por la evoluci¨®n de la situaci¨®n en Irak, y luego, por la capacidad de Estados Unidos para construir una estructura de poder iraqu¨ª eficiente y que saque su legitimidad de la democracia parida por las armas.
El paso de Irak al control americano significa que Arafat est¨¢ cada vez m¨¢s atenazado, siendo ¨¦l la ¨²ltima figura hist¨®rica que vive en el imaginario pol¨ªtico ¨¢rabe contempor¨¢neo; ni Washington ni Tel Aviv le perdonan el desencadenamiento de la segunda Intifada en septiembre del 2000, con su retah¨ªla de atentados suicidas. Entre los ide¨®logos neo-conservadores americanos intelectualmente cercanos al Likud existe la fuerte tentaci¨®n de aprovechar la desmoralizaci¨®n de un mundo ¨¢rabe que est¨¢ tomando consciencia de que "se ha autoenga?ado" -seg¨²n el universitario tunecino Hichem Dja?t-, que no tiene ning¨²n ra?s carism¨¢tico capaz de encarnar un proyecto pol¨ªtico movilizador, para desbloquear una soluci¨®n en el conflicto israelo-palestino que conceda ventaja inmediata a Sharon en detrimento de las aspiraciones palestinas. Esta opci¨®n supone una nueva pugna de intereses: dejar a Damasco sin saber qu¨¦ hacer. En efecto, tanto en Washington como en Tel Aviv se piensa que el grupo chi¨ª liban¨¦s Hezboll¨¢, y los palestinos Ham¨¢s y Yihad Isl¨¢mica, principales obst¨¢culos para la reanudaci¨®n del proceso de paz, perder¨ªan su capacidad operacional si fueran abandonados por Siria (e Ir¨¢n). Desde la toma de Bagdad, los principales responsables de Estados Unidos han amenazado, para tal prop¨®sito, al joven presidente Bachar el Asad y han adoptado sanciones econ¨®micas al cerrar el oleoducto iraqu¨ª-sirio. Y Washington se reserva el derecho de notificar a Damasco que su "protectorado" sobre L¨ªbano puede ponerse en tela de juicio en cualquier momento. Lo que pasa es que una pugna semejante contra Siria deber¨ªa sustraer tropas necesarias al mantenimiento del orden en Irak: s¨®lo ocurrir¨¢ si este ¨²ltimo pa¨ªs se considera suficientemente asegurado y si los equilibrios pol¨ªticos internos asientan pronto en ¨¦l la preponderancia de Estados Unidos.
En caso contrario, la cuesti¨®n israelo-palestina tendr¨¢ que ceder el primer puesto, en la agenda de la Casa Blanca, al factor chi¨ª. En efecto, un precedente hist¨®rico atormenta la victoria militar del Pent¨¢gono: en Irak, en 1917, un cuerpo expedicionario brit¨¢nico conquist¨® Bagdad, y a continuaci¨®n se cre¨® el Irak moderno, parido con f¨®rceps en medio de las ¨²ltimas contracciones del Imperio Otomano moribundo. Tres a?os m¨¢s tarde, una rebeli¨®n chi¨ª gigantesca casi derrumb¨® el edificio construido pacientemente por Whitehall y requiri¨® muchas masacres para restablecer el orden colonial. Desde aquel entonces, la mayor¨ªa chi¨ª, mantenida a raya, reivindica el poder en un Estado liberado de Sadam. Las ¨²nicas operaciones significativas de resistencia militar han tenido lugar en el sur chi¨ª, expresando as¨ª la capacidad ofensiva de la comunidad hasta que sus dirigentes religiosos, al ordenarles que se mantuvieran apartados de los combates, demostraron su influencia. Una muestra de la misma lleg¨® al paroxismo el pasado 22 y 23 de abril, con la concentraci¨®n libre de varios millones de personas. Las celebraciones religiosas de duelo marcadas por las autoflagelaciones, que expresaban la aflicci¨®n de los chi¨ªes en los momentos en que su comunidad atravesaba una situaci¨®n de debilidad, desde Jomeini se han convertido en una exhortaci¨®n a reanudar el combate de los oprimidos -simbolizado por Husein, "el pr¨ªncipe de los m¨¢rtires"- contra el opresor, representado por un mal califa. Los fieles identificaron a este ¨²ltimo con el shah de Ir¨¢n, en su tiempo, y amenazan con ver en semejante papel, el d¨ªa de ma?ana, a George W. Bush, a no ser que Estados Unidos d¨¦ algunas pruebas de lo contrario al mundo chi¨ª.
Desde la revoluci¨®n iran¨ª de 1979, llevada a cabo al grito de "muerte a Am¨¦rica", Washington consideraba el chi¨ªsmo pol¨ªtico como su peor enemigo en la regi¨®n. El apoyo prodigado a los grupos conservadores sun¨ªes, entendidos en aquel entonces como un contrafuego, se ve ahora, retrospectivamente, como el punto de partida del terrorismo sunn¨ª de un Bin Laden y del 11 de septiembre.
?Puede Estados Unidos cambiar radicalmente sus alianzas y hacer de la carta chi¨ª, de ahora en adelante, la baza de su juego regional, para contrarrestar unos Estados sun¨ªes en los que ya no conf¨ªa? Aparte de Irak, los chi¨ªes son mayoritarios en Ir¨¢n (m¨¢s de 60 millones de habitantes), as¨ª como en Bahrein; tambi¨¦n constituyen un cuarto de la poblaci¨®n kuwait¨ª y un 10% de la de Arabia Saud¨ª, donde pueblan la regi¨®n petrol¨ªfera: en el lado ¨¢rabe del Golfo ellos tienen la sensaci¨®n de que son los excluidos del man¨¢ petrol¨ªfero. En esta comunidad despreciada y perseguida a menudo por el poder sun¨ª, la admiraci¨®n por los dignatarios religiosos y su saber segu¨ªa siendo inmensa, ya que esos hombres del Libro encarnaban la permanencia de la identidad frente a la adversidad, seg¨²n un proceso bastante comparable al papel de los rabinos en el juda¨ªsmo. Y como entre los jud¨ªos, la veneraci¨®n hacia los cl¨¦rigos ha llegado a una extrema valorizaci¨®n del conocimiento en general: en la ¨¦poca moderna se ha ampliado a los saberes profanos. De este modo, hoy existe en el mundo chi¨ª una s¨®lida clase media educada y abierta al mundo que puede servir de aliada a Es-tados Unidos, frente a unas ¨¦lites pol¨ªticas sun¨ªes desacreditadas. Pero esto supone, al levantar la hipoteca religiosa, permitir la emancipaci¨®n de esta clase media en relaci¨®n con el clero. La llave de este cerrojo se encuentra en Ir¨¢n, un pa¨ªs donde la sociedad -y especialmente las clases medias- ya han emprendido una evoluci¨®n "post-islamista", pero donde el poder sigue en manos de la jerarqu¨ªa religiosa. ?sta, rodeada por vecinos bajo control americano (aparte de Irak, Pakist¨¢n, Afganist¨¢n, las monarqu¨ªas ¨¢rabes del Golfo) ha dado signos de apaciguamiento a Estados Unidos durante la guerra de Irak. Pero no es imaginable que los republicanos de Washington colaboren con un r¨¦gimen que encabeza ahora, tras la ca¨ªda de Sadam, la lista del "eje del mal". Su elecci¨®n deber¨ªa de consistir en apresurar la transici¨®n "post-islamista", creando as¨ª -con dos Estados chi¨ªes, importantes exportadores de petr¨®leo y adem¨¢s proamericanos en Ir¨¢n e Irak- un contrapeso a las petromonarqu¨ªas sun¨ªes siempre sospechosas de haber parido al monstruo Bin Laden.
Tanto si se orienta a presionar a Siria o Ir¨¢n como si vuelve a poner en marcha el proceso de paz israelo-palestino, o si intenta jugar la baza chi¨ª, la pol¨ªtica de intervenci¨®n americana en Oriente Pr¨®ximo se ver¨¢ obligada a una huida hacia adelante que la expone a peligros cada vez mayores, y que amenaza -para minimizarlos- con aplazar permanentemente la llegada de la democracia prometida. Ahora bien, la fuerza sola no basta para construir el nuevo orden, que no puede lograrse sin consenso: una paz duradera en la regi¨®n, con el reparto equitativo de los ingresos petrol¨ªferos, supone que las poblaciones que viven entre el Golfo y el Mediterr¨¢neo puedan tener el sentimiento de que se han vuelto actores de su propio destino y que no siguen siendo los espectadores pasivos de su historia multimilenaria, rebajada a la categor¨ªa de un simple episodio en el follet¨ªn de una globalizaci¨®n cuya intriga se trama m¨¢s all¨¢ del Atl¨¢ntico.
Gilles Kepel es catedr¨¢tico en el Instituto de Estudios Pol¨ªticos de Par¨ªs. Traducci¨®n de Jacqueline Imbert.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.