El legado del 'emperador' Mao
Cuando se emiti¨® la noticia por Radio Pek¨ªn, ¨¦sta caus¨® conmoci¨®n y temor, pero no aflicci¨®n. No hubo nada parecido al estallido emocional que hab¨ªa marcado la desaparici¨®n de Zhou Enlai. La extinci¨®n de un tit¨¢n no conlleva sentimiento alguno de p¨¦rdida personal.
No obstante, la historia raramente cumple su trabajo con pulcritud. Mao hab¨ªa dejado algunos asuntos sin concluir.
En la noche del mi¨¦rcoles 6 de octubre, cuatro semanas despu¨¦s de su muerte, Hua Guofeng convoc¨® a Wang Hongwen, Zhang Chunqiao y Yao Wenyuan a una reuni¨®n del Politbur¨® que se deb¨ªa celebrar en el Gran Sal¨®n del Pueblo.
Wang fue el primero en llegar, s¨®lo para encontrarse a Hua y Ye Jianying esperando. Cuando entr¨®, cuatro soldados de la Unidad Central de Guardias de Wang Dongxing corrieron una mampara por detr¨¢s suyo y lo capturaron. Hua ley¨® una peque?a declaraci¨®n: "Has entrado a formar parte de una alianza antisocialista contra el partido... en un f¨²til intento de usurpar el liderazgo del partido y asumir el poder. Tu ofensa es muy grave. La Central ha decidido que debes ser confinado e interrogado escrupulosamente". Zhang Chunqiao y Yao Wenyuan fueron detenidos despu¨¦s siguiendo el mismo procedimiento. Una hora m¨¢s tarde, Jiang Qing fue arrestada en Zhongnanhai, hasta donde se hab¨ªa mudado con su s¨¦quito poco despu¨¦s de la muerte de Mao. Dice la leyenda popular que, mientras se la llevaban, uno de sus sirvientes le escupi¨®.
Mao
Philip Sort
Cr¨ªtica
Mao era un hombre de Estado, un pol¨ªtico y estratega militar, un fil¨®sofo y un poeta. A estos dones, Mao a?adi¨® una mente sutil y atenta, un carisma capaz de inspirar temor y un talento cruel
Ninguno de los cuatro intent¨® resistirse. Ni se produjeron disturbios tras sus arrestos. Antes de que hubiese transcurrido un mes desde su fallecimiento, el gran experimento de Mao hab¨ªa llegado a su fin.
Dudas sobre Liu Shaoqi
Era una posibilidad que ya le hab¨ªa asaltado a principios de los a?os sesenta, cuando comenz¨® a albergar dudas sobre Liu Shaoqi. Pero en aquel momento estaba todav¨ªa convencido de que, sin importar los reveses que aguardasen en el camino, el triunfo ¨²ltimo del comunismo era ineludible. "Si la generaci¨®n de nuestros hijos cae en el revisionismo", dijo al Comit¨¦ Central, "de modo que sean socialistas s¨®lo en el nombre y capitalistas de hecho, entonces nuestros nietos se alzar¨¢n inexorablemente en revoluci¨®n y derrocar¨¢n a sus padres, porque (de lo contrario) las masas no se sentir¨¢n satisfechas". Cuatro a?os despu¨¦s, en 1966, era menos visceral. Si los derechistas tomaban el poder despu¨¦s de su muerte, escribi¨® entonces, su r¨¦gimen "muy probablemente" ser¨¢ breve. "Los derechistas pueden prevalecer durante alg¨²n tiempo empleando mis palabras, pero los izquierdistas tambi¨¦n pueden utilizar mis palabras para destronarles". Pero en sus a?os finales incluso esa convicci¨®n le abandon¨®.
En cierto aspecto, los vaticinios de Mao eran prodigiosamente certeros. Durante los dos a?os que siguieron a su muerte se produjo realmente una "guerra de palabras", en la que los beneficiarios de la Revoluci¨®n Cultural, dirigidos por Hua y Wang Dongxing, utilizaron los escritos de Mao para repeler los esfuerzos de las v¨ªctimas de la campa?a -la vieja guardia- por conseguir el control sobre el legado ideol¨®gico del presidente. Deng, cuya rehabilitaci¨®n Hua pospuso aunque era inevitable, estableci¨® un r¨¦gimen que, "nominalmente socialista", era capitalista en todos los dem¨¢s aspectos. Mao hab¨ªa estado en lo cierto acerca de Deng Xiaoping: por improbable que pareciese en aquel momento, era realmente "un seguidor del camino capitalista", y en cuanto alcanz¨® una posici¨®n que le permiti¨® hacerlo realidad comenz¨® a desmantelar el sistema socialista que Mao hab¨ªa edificado y a instaurar en su lugar una dictadura de la burgues¨ªa. Existi¨® realmente una clase burguesa dentro del Partido Comunista, y el pa¨ªs, ciertamente, "cambi¨® de color pol¨ªtico".
El ¨²nico elemento sobre el que Mao no estuvo en lo cierto fue la reacci¨®n de las masas. Lejos de rebelarse contra el capitalismo, la inmensa mayor¨ªa del pueblo chino respondi¨® a las nuevas pol¨ªticas de Deng con evidente regocijo.
Despojado de su jerga peyorativa, el "camino capitalista" represent¨® para China poner la prosperidad en primer lugar y la ideolog¨ªa en ¨²ltimo. El resultado fue un incremento sin precedentes del desarrollo econ¨®mico, que cre¨® una ¨¦lite profesional y comercial cuyas aspiraciones y modos de vida -desde los tel¨¦fonos m¨®viles hasta los Porsche- fueron cada vez m¨¢s dif¨ªciles de distinguir de los de sus correligionarios de Hong Kong, Singapur o Taiwan. La nueva riqueza se expand¨ªa gota a gota, creando desigualdades junto a nuevas oportunidades. La corrupci¨®n y el crimen aumentaron, al igual que el consumo de drogas, el sida y la prostituci¨®n. En un espacio de tiempo prodigiosamente breve, China conquist¨® los problemas, y muchas de las alegr¨ªas y libertades, de que gozan los pa¨ªses normales.
Quiz¨¢ Deng Xiaoping ordenase la matanza de cientos de estudiantes en la plaza de Tiananmen, haciendo a?icos las ilusiones de los liberales occidentales, pero los chinos que compararon su mandato con el terror desalmado que le hab¨ªa precedido no albergaron duda alguna sobre lo que prefer¨ªan.
Los perdedores
Los perdedores en las batallas pol¨ªticas ya no desaparecer¨ªan en el olvido. Hua y Wang Dongxing, a pesar de haberse opuesto al retorno de Deng, gozaron de un retiro honroso. Jiang Qing se suicid¨® en la c¨¢rcel en 1995. Pero su aliado, Yao Wenyuan, fue liberado despu¨¦s de cumplir una sentencia de 15 a?os y se le permiti¨® volver a su antiguo hogar de Shanghai. Lo mismo ocurri¨® con Chen Boda y otros paladines de la Revoluci¨®n Cultural, incluyendo los supuestos l¨ªderes del gupo ultraizquierdista del Diecis¨¦is de Mayo. China no era una democracia. Pero era un lugar m¨¢s grato y m¨¢s tolerante. La cortina de miedo que hab¨ªa acallado incluso las libertades m¨¢s insignificantes en tiempos de Mao se hab¨ªa descorrido.
En esas circunstancias, cuando gran parte de lo que Mao hab¨ªa hecho estaba siendo subvertido e impl¨ªcitamente condenado, no fue f¨¢cil para sus sucesores realizar una valoraci¨®n sobre su papel hist¨®rico. Despu¨¦s de m¨¢s de un a?o de discusiones, el Comit¨¦ Central del Partido Comunista Chino aprob¨® en 1981 una resoluci¨®n que afirmaba que, a pesar de los "graves errores" de la Revoluci¨®n Cultural, "sus m¨¦ritos son lo principal, y sus equivocaciones, algo secundario", en una proporci¨®n de siete a tres, la misma regla que Mao en persona hab¨ªa aplicado a Stalin. Chen Yun lo describi¨® con mayor perspicacia, dos a?os despu¨¦s, indicando a sus colegas: "Si Mao hubiese muerto en 1956, sus logros se habr¨ªan convertido en imperecederos. De haberlo hecho en 1966, todav¨ªa habr¨ªa sido un gran personaje. Pero muri¨® en 1976. As¨ª que, ?qu¨¦ puede uno decir?". A pesar de ello, la f¨®rmula de siete a tres se ajustaba a las necesidades del partido. Permiti¨® que Deng y la vieja guardia pudiesen repudiar cualquier pol¨ªtica de Mao que no fuese de su agrado sin plantear un desaf¨ªo a la legitimidad del liderazgo del Partido Comunista.
Desde entonces, China se ha aferrado a esa afirmaci¨®n. Habiendo abandonado su ideolog¨ªa, el Partido Comunista Chino no se pod¨ªa permitir el lujo de negar el mito de su fundador.
Compromisos pol¨ªticos aparte, evaluar al devorador monstruo que arranc¨® a China de su letargia medieval y la oblig¨® a adoptar el perfil de una naci¨®n moderna es una tarea formidable.
Acumular poder
Los logros de los grandes contempor¨¢neos de Mao -Roosevelt, Churchill y De Gaulle- se miden en contraste con los de sus semejantes. Incluso Stalin edific¨® sobre los ¨¦xitos de Lenin. Pero la vida de Mao se desarroll¨® en un lienzo mucho m¨¢s extenso. Fue el l¨ªder indiscutible de casi la cuarta parte de la humanidad, en un territorio de la extensi¨®n de Europa. Acumul¨® un poder s¨®lo igualado por los m¨¢s autoritarios emperadores chinos, en una ¨¦poca en que la historia de China estuvo tan comprimida que se produjeron en una sola generaci¨®n cambios que en Occidente hab¨ªan necesitado siglos. En vida de Mao, China pas¨® de ser una semicolonia a convertirse en una gran potencia; desde la autarqu¨ªa milenaria hasta el Estado socialista; de ser una arruinada v¨ªctima del saqueo imperialista a convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, provisto de bombas at¨®micas, sat¨¦lites de reconocimiento e ICBM.
Mao pose¨ªa una combinaci¨®n extraordinaria de talentos: era un visionario, un hombre de Estado, un pol¨ªtico y estratega militar de genio, un fil¨®sofo y un poeta. (...)
A estos dones, Mao a?adi¨® una mente sutil y atenta, un carisma capaz de inspirar temor y un talento cruel.
(...) Mao conoc¨ªa de memoria las lecciones de las historias din¨¢sticas. No fue la casualidad lo que le llev¨® a escoger, entre todos sus predecesores imperiales, al primer emperador de los Qin -quien a lo largo de la historia china hab¨ªa sido temido y ultrajado como ep¨ªtome del gobierno inicuo- para convertirlo en el hombre con quien ¨¦l pretend¨ªa competir. "Nos acus¨¢is de actuar como Qin Shihuangdi", dijo en una ocasi¨®n a un grupo de intelectuales. "Os equivoc¨¢is. Le aventajamos hasta en un centenar de veces. Cuando nos reprend¨¦is por imitar sus m¨¦todos desp¨®ticos, ?nos sentimos felices de daros la raz¨®n! Vuestro error es que no lo hab¨¦is dicho con la suficiente insistencia".
Para Mao, la muerte de los adversarios -o simplemente de los que no estaban de acuerdo con sus prop¨®sitos pol¨ªticos- era un ingrediente inevitable, de hecho necesario, de las campa?as pol¨ªticas m¨¢s ambiciosas.
Raramente dio instrucciones directas para la eliminaci¨®n f¨ªsica de sus contrincantes. Pero su r¨¦gimen, m¨¢s que el de cualquier otro l¨ªder de la historia, comport¨® el n¨²mero m¨¢s elevado de muertos entre sus propios ciudadanos.
Las v¨ªctimas de la reforma agraria, de sus campa?as pol¨ªticas -el "movimiento para eliminar a los contrarrevolucionarios", los "tres antis", los "cinco antis", la campa?a antiderechista, el movimiento contra el "oportunismo derechista", la campa?a contra los elementos del Diecis¨¦is de Mayo y la "depuraci¨®n de los rangos de clase", para mencionar las m¨¢s importantes- y de las hambrunas provocadas por el Gran Salto Adelante han sido superadas en una sola ocasi¨®n: por la cifra total de muertos de la II Guerra Mundial.
En t¨¦rminos comparativos, la exterminaci¨®n de los gulags y la destrucci¨®n de la intelectualidad rusa en los campos de trabajo perpetradas por Stalin se supone que caus¨® entre 12 y 15 millones de v¨ªctimas; el holocausto de Hitler, menos de la mitad de esa cifra.
Estos paralelismos, aunque contundentes, son, en cierto sentido, falsos. Stalin plane¨® deliberadamente la exterminaci¨®n f¨ªsica de los que obstruyeron su paso. Durante la Gran Purga, Molotov y ¨¦l firmaron personalmente listas de la NKVD que conten¨ªan los nombres de miles de altos cargos que deb¨ªan ser arrestados y ejecutados. La "soluci¨®n final" de Hitler estuvo dise?ada para eliminar en las c¨¢maras de gas un grupo racial al completo -los jud¨ªos- cuyo legado gen¨¦tico manchaba su nuevo orden mundial ario.
La inmensa mayor¨ªa de los que murieron sacrificados por las decisiones pol¨ªticas de Mao fueron v¨ªctimas del hambre. El resto -tres o cuatro millones- fueron el residuo humano de su ¨¦pica batalla para transformar China.
Fue un fr¨ªo consuelo para sus v¨ªctimas; y tampoco disminuye en lo m¨¢s m¨ªnimo la extraordinaria miseria que caus¨® el colosal esfuerzo de ingenier¨ªa social perpetrado por Mao. Pero ello le sit¨²a en una categor¨ªa diferente de la de los otros tiranos del siglo XX. Al igual que, legalmente, hay una distinci¨®n capital entre el asesinato, el homicidio y la muerte por negligencia, tambi¨¦n en pol¨ªtica existen grados de responsabilidad, en relaci¨®n con la motivaci¨®n y los prop¨®sitos, para los l¨ªderes que provocan un sufrimiento masivo en su pueblo.
Stalin se preocupaba por lo que hac¨ªan (o pod¨ªan hacer) sus s¨²bditos; Hitler, por lo que eran. Mao se preocup¨® por lo que pensaban.
Los terratenientes de China fueron eliminados como clase (y muchos de ellos murieron en el proceso), pero no fueron exterminados como pueblo, a diferencia de los jud¨ªos en Alemania. Incluso cuando sus ideas pol¨ªticas causaban la muerte de millones de personas, Mao nunca perdi¨® del todo su creencia en la eficacia de la reforma del pensamiento y la posibilidad de la redenci¨®n. "Las cabezas no son como los cebollinos", dijo. "No vuelven a crecer".
?Qu¨¦ se logr¨® a cambio de tanta sangre y dolor?
Sus mayores logros
La propia valoraci¨®n de Mao, que explicaba que sus dos mayores logros eran su victoria ante Chiang Kai-chek y el lanzamiento de la Revoluci¨®n Cultural, ofrecen una respuesta parcial a la pregunta, aunque no exactamente en el sentido que ¨¦l le dio. Por lo que se refiere al primero, consigui¨® reunificar China despu¨¦s de un siglo de divisi¨®n, y restaurar su soberan¨ªa; en cuanto al segundo, concedi¨® al pueblo chino una sobredosis tal de fervor ideol¨®gico que inmuniz¨® a las generaciones venideras. La tragedia y la grandeza de Mao consistieron en que ¨¦l permaneci¨® hasta el final al servicio de sus sue?os revolucionarios. Mientras Confucio hab¨ªa predicado sobre la armon¨ªa -la doctrina del medio-, Mao disert¨® sobre una interminable lucha de clases, hasta que se convirti¨® en una jaula de la que ni ¨¦l ni el pueblo chino pudieron escapar. Liber¨® a China de la camisa de fuerza de su pasado confuciano. Pero el brillante futuro rojo que hab¨ªa prometido result¨® ser un est¨¦ril purgatorio.
De este modo culmin¨® un proceso de desilusi¨®n nacional que hab¨ªa comenzado en el periodo en que se produjo el nacimiento de Mao, cuando los reformadores del siglo XIX, respondiendo a la confrontaci¨®n con Occidente, desafiaron por vez primera las creencias que hab¨ªan mantenido al sistema chino entumecido en la inmovilidad durante 2.000 a?os.
Despu¨¦s de Mao no hubo un nuevo emperador; simplemente una sucesi¨®n de l¨ªderes falibles, ni mejores ni peores que los de cualquier otro pa¨ªs. La fe ciega y la ideolog¨ªa hab¨ªan muerto. El pueblo comenz¨® a pensar por s¨ª mismo. El viejo mundo hab¨ªa desaparecido, el nuevo resultaba imperfecto. Despu¨¦s de un siglo de caos, China estaba preparada para comenzar de nuevo.
La revoluci¨®n tiene m¨¢s que ver con la destrucci¨®n de lo viejo que con la dolorosa construcci¨®n de lo nuevo. El legado de Mao consisti¨® en allanar el camino a unos hombres menos visionarios y m¨¢s pr¨¢cticos que construyesen el resplandeciente futuro que ¨¦l nunca pudo alcanzar. (...)
Mao gobern¨® durante 27 a?os. Si el pasado es, como ¨¦l cre¨ªa, el espejo del futuro, ?ser¨¢ el siglo XXI el inicio de una tercera edad de oro, para la que la dictadura mao¨ªsta habr¨¢ abierto el camino?
?O su destino ser¨¢ recordado como un coloso inacabado, que trajo cambios fundamentales de una escala que s¨®lo unos pocos hab¨ªan alcanzado a lo largo de la historia de China, pero que despu¨¦s no logr¨® culminar hasta sus ¨²ltimas consecuencias? (...)
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