Operaci¨®n Flecha Rota
Salen a la luz im¨¢genes in¨¦ditas del accidente nuclear de Palomares
Era una especie de juego de ni?o grande. Al escuchar el ruido de los aviones sobre el cielo de Palomares (Almer¨ªa), el agricultor Julio Ponce miraba su reloj y comprobaba satisfecho que eran las diez y media de la ma?ana, a veces un minuto arriba, a veces un minuto abajo. Hac¨ªa nueve a?os que Ponce se dedicaba, por encargo del boticario de Vera, a llevar un registro diario de las precipitaciones en Palomares. Aquella ma?ana del 17 de enero de 1966, el agricultor tambi¨¦n esperaba que las dos parejas de aviones llegaran puntuales a su cita. Hac¨ªa mucho viento, y Ponce lo anot¨® en su libreta.
Ni ¨¦l ni ninguno de sus vecinos llegaron a sospechar nunca a qu¨¦ se deb¨ªa tanto traj¨ªn a¨¦reo. Nadie les hab¨ªa dicho que se trataba de dos superbombarderos norteamericanos B-52, cargados cada uno con cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones -75 veces m¨¢s potentes que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki-. Aquellos aviones cubr¨ªan cada d¨ªa la misma ruta. Procedentes de Estados Unidos, entraban por el noroeste de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, eran abastecidos en vuelo por dos aviones cisternas KC-135 a la altura de Zaragoza y segu¨ªan su camino por el Mediterr¨¢neo hasta la frontera de Turqu¨ªa con las entonces rep¨²blicas sovi¨¦ticas de Georgia y Azerbaiy¨¢n. All¨ª se manten¨ªan en vuelo circular hasta que llegaba el relevo. Era al regreso cuando entraban en Espa?a por el sureste en vuelo visual.
Ni el agricultor Ponce ni mucho menos Gracia la Gitana, una mujer que, montada en un borrico, visitaba los pueblos vendiendo ropa de ajuar a las muchachas casaderas, sab¨ªan que aquellos aviones se guiaban por la desembocadura del r¨ªo Almanzora para repostar combustible de vuelta a casa. Ni que, desde 1957, hab¨ªan transitado sobre sus cabezas 23.360 bombas de hidr¨®geno, con un poder total de 258.420 megatones, m¨¢s que suficientes para haber convertido la Tierra en un desierto vac¨ªo.
Lo cierto es que aquella ma?ana de 1966, los dos B-52 llegaron a la cita con ocho minutos de adelanto. Uno de ellos colision¨® con su nodriza y se estrell¨® sobre el campo de Palomares dejando caer cuatro bombas termonucleares. Dos de ellas liberaron 3 kilogramos de plutonio 239, otra se recuper¨® intacta y la cuarta cay¨® al mar, localiz¨¢ndose unos meses despu¨¦s gracias al testimonio de un pescador que hasta entonces se hab¨ªa llamado Francisco Sim¨® y desde ese d¨ªa pas¨® a ser Paco el de la Bomba. ?Qu¨¦ ocurri¨® entonces en Palomares?
La respuesta ten¨ªa hasta ahora mucho de misterio. Lo ¨²nico que se difundi¨® fue que el entonces ministro de Informaci¨®n y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, viaj¨® a la zona acompa?ado por el embajador norteamericano, Angier Biddle Duke, para darse un ba?o juntos y tranquilizar a la poblaci¨®n, momento que oportunamente recogieron las c¨¢maras del NO-DO. Y hasta eso, aun con c¨¢maras de por medio, tiene mucho de leyenda: hay quien sigue sosteniendo que Fraga y sus acompa?antes se ba?aron en Moj¨¢car, a 15 kil¨®metros de Palomares. Pero el resto -lo verdaderamente importante- qued¨® tan oculto a los ojos de la opini¨®n p¨²blica como lo hab¨ªan estado antes los vuelos de los B-52.
Fue precisamente ayer cuando el Centro Andaluz de la Fotograf¨ªa, que dirige Manuel Falces, inaugur¨® en Almer¨ªa una exposici¨®n titulada Operaci¨®n Flecha Rota donde se muestran 60 fotograf¨ªas in¨¦ditas sobre el accidente nuclear de Palomares. Y lo que se ve en esas fotograf¨ªas forma parte de la memoria que nunca tuvieron los vecinos de Palomares. Apenas tres cuartos de hora despu¨¦s de producirse el accidente, los norteamericanos pusieron en funcionamiento un plan de emergencia llamado Broken Arrow (Flecha Rota) y acotaron junto a la playa de Quitapellejos una zona cerrada que bautizaron como Campamento Wilson.
Ning¨²n vecino de Palomares supo nunca a ciencia cierta qu¨¦ estaba pasando tras la valla de Villa Jarapa -lo de Wilson era demasiado dif¨ªcil de pronunciar-; ni a qu¨¦ se dedicaban los 800 soldados americanos all¨ª trasladados.Y es eso precisamente lo que desvela, 36 a?os despu¨¦s del accidente nuclear, la exposici¨®n inaugurada ayer.
"La localizaci¨®n del material", explican Antonio S¨¢nchez Pic¨®n y Jos¨¦ Herrera, coordinadores de la muestra, "fue fruto de una mezcla de azar y labor de investigaci¨®n. Cuando conseguimos acceder a los fondos desclasificados de los Archivos Nacionales de Estados Unidos nos quedamos muy sorprendidos: 36 registros conten¨ªan filmaciones en 16 mil¨ªmetros, en color y mudas, fechadas entre enero y marzo de 1966, realizadas en Palomares y sus alrededores". Una vez conseguidas las pel¨ªculas, S¨¢nchez Pic¨®n y Herrera se quedaron impresionados. All¨ª ten¨ªan toda la memoria robada: ocho horas y media de filmaci¨®n, 700.000 fotogramas de los que han seleccionado 60 para la exposici¨®n, s¨®lo un anticipo de la pel¨ªcula que quieren hacer.
All¨ª aparecen los restos de los aviones y de las bombas, los trabajos de los hombres rana, los 4.810 barriles con la tierra contaminada -los norteamericanos rasparon y envasaron 105 hect¨¢reas-, las reuniones del alto mando, la actuaci¨®n de un grupo de m¨²sica pop tra¨ªdo expresamente para elevar la moral de la tropa, ya que el contacto con los nativos estaba restringido...
Tambi¨¦n aparece -y es igualmente esclarecedor- lo que los americanos vieron y les impresion¨® de Espa?a. Hombres con boinas y camisas abotonadas hasta el cuello que saludaban militarmente para congraciarse con los soldados, una ni?a comi¨¦ndose un tomate para demostrar que no hab¨ªa peligro, Juana la Gitana y su marido encima del borrico, un guardia civil flaco y con tricornio intentando entenderse con un oficial de la Sandia Corporation...; ni?os y adultos arremolin¨¢ndose junto al cami¨®n de reparto de alimentos. La Espa?a que nunca sal¨ªa en el NO-DO fue filmada por los americanos y guardada durante tres d¨¦cadas en los Archivos Nacionales de Estados Unidos. De aquella ¨¦poca s¨®lo queda Fraga y el fantasma de la radioactividad en Palomares.
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