Inmersi¨®n en la alegr¨ªa de Lisboa
Del Tajo al Barrio Alto, una ruta para sentir la capital portuguesa
Lisboa hay que verla en el tiempo exacto de un sollozo. Verla toda entera con la primera luz del amanecer, por ejemplo. O verla bien completa con el ¨²ltimo reflejo del sol sobre la Rua da Prata. Y despu¨¦s llorar. Porque uno, aunque sea la primera vez que la ve, tiene la impresi¨®n de haber vivido antes all¨ª todo tipo de amores truncados, desenlaces violentos, ilusiones perdidas y suicidios ejemplares. Caminas por primera vez por las calles de Lisboa y, como le ocurriera al poeta Valente, sientes en cada esquina la memoria difusa de haberla ya doblado. ?Cu¨¢ndo? No sabemos. Pero ya hab¨ªamos estado aqu¨ª antes de haber venido nunca.
?Ya estuvimos aqu¨ª antes de estar jam¨¢s? "Otra vez vuelvo a verte, Lisboa y Tajo y todo", escribi¨® ?lvaro de Campos, que dec¨ªa vivir en Lisboa como un f¨®sforo fr¨ªo mientras las casas de quienes le amaron temblaban a trav¨¦s de sus l¨¢grimas. S¨ª, claro. Lisboa es el nada nunca jam¨¢s. Lisboa es para llorar, puro destino y llanto, fado y luz de l¨¢grima. Pero al mismo tiempo es una inmersi¨®n radical en la alegr¨ªa. "Otra vez vuelvo a verte, / ciudad de mi infancia pavorosamente perdida. / Ciudad triste y alegre, otra vez sue?o aqu¨ª". No es la ciudad blanca que crey¨® ver un suizo equivocado, sino una ciudad azul de alegres nostalgias inventadas.
En la plaza del Comercio, junto a una mesa y sobre el r¨ªo, el bienestar de la ciudad azul absorbe al visitante. Luego, en el Barrio Alto, las tiendas, los bares y restaurantes son el reclamo de la noche.
S¨®lo en Lisboa puede verse un azul de azules, que es un color que aturde. Lo vio Pedro Tamem, que lo inmortaliz¨® as¨ª: "Desde lo alto os hablo, desde donde / a?ado azul de muchos colores / al otro azul que vuestros ojos ven". Es un azul que se asoma al Atl¨¢ntico y se confunde con ¨¦l. A este balc¨®n sobre el gran oc¨¦ano, a esta Lisboa luminosa y enigm¨¢tica, Cardoso Pires la vio posada sobre el Tajo como una ciudad que navega, pues no en vano hay olas de mar abierto dibujadas en sus calzadas, y hay anclas y hay sirenas. Para Cardoso Pires, la ¨²ltima vista de la ciudad era una cortina de gaviotas enfurecidas levantando vuelo entre el Tajo y ¨¦l. Si es verdad que ve¨ªa esto, es que estaba sentado en Terreiro do Pa?o. "Paso horas, a veces, en Terreiro do Pa?o, a la orilla del r¨ªo, meditando en vano", escribi¨® un tal Bernardo Soares. Si es verdad que Cardoso ve¨ªa esto, es que estaba junto al muelle de los transbordadores, al final de todo y al final de Europa, en una especie de finis terrae, ante un amplio ventanal que le separaba del Tajo.
Todo all¨ª queda atr¨¢s
Ese lugar es el punto de avanzada de una Lisboa que navega y que en Terreiro medita en vano mientras se adentra en el gran oc¨¦ano. Con la ciudad y Europa entera a la espalda, claro. Entre el aire, el mar y la tierra, la plaza del Comercio, la multitud, Europa, todo all¨ª queda atr¨¢s. "No me digan", dec¨ªa Cardoso, "que no es una felicidad dejarse estar de esta manera, junto a una mesa, sobre el agua, las gaviotas saliendo debajo de los pies y pasando a dos palmos de los ojos, en un baile de algarab¨ªa". Para estar en ese lugar hay que ir al modesto caf¨¦ Atinel. All¨ª, tierna y confiadamente, podremos sentirnos a¨²n m¨¢s anclados en la ciudad que nos ha visto partir. Lisboa que navega.
No es el ¨²nico punto de Lisboa en el que hay felicidad. Tierra adentro est¨¢ el British Bar, con su reloj con los minuteros al rev¨¦s e inmortalizado por Wenders y Fuller en una pel¨ªcula en la que ese reloj es met¨¢fora de la relaci¨®n extra?a de Lisboa con el tiempo: reloj del British Bar, a cuatro pasos de Casi de Sodr¨¦, donde un reloj municipal -con la leyenda "hora legal"- marca, en clara oposici¨®n a la del British, la hora oficial. Tambi¨¦n tierra adentro encontramos el Alto da Gra?a, y descendiendo, a la deriva, como hay que viajar siempre, la Cervejar¨ªa da Trindade, y m¨¢s all¨¢ de todo, el rinc¨®n m¨¢s elegante de la tierra: el bello jard¨ªn del Museo de las Janelas Verdes, espacio raro donde un camarero negro de esmoquin blanco sirve en silencio el c¨®ctel Janelas Verdes' Dream. En ese museo de tierra adentro dentro de la ciudad que navega admiraremos un cuadro prof¨¦tico, Pol¨ªptico de San Vicente, pintura con seis paneles que, aparte de encerrar el enigma del alma portuguesa, se adelant¨® en su ¨¦poca a los acontecimientos y anunci¨® los descubrimientos, es decir, que el cuadro sab¨ªa perfectamente lo que iba a pasar.
Y si a¨²n nos adentramos m¨¢s en esa Lisboa que navega y dejamos atr¨¢s Janelas Verdes y avanzamos hacia los secretos del barco, hallaremos el Jardim das Amoreiras, y m¨¢s all¨¢, Largo do Carmo, centro exacto de la revoluci¨®n del 74, ?qui¨¦n la quiere olvidar? Y m¨¢s all¨¢, Barrio Alto, y luego, el Chiado y las huellas de los pasos de su famoso poeta embalsamado. Y tambi¨¦n las huellas del Otro, las de Sa Carneiro: "Yo no soy yo ni el otro. / Yo soy algo intermedio". Lisboa intermedia, Lisboa entre el fin de la tierra y el oc¨¦ano. Lisboa que navega. Ya estuvimos en ella antes de estar jam¨¢s.
ENRIQUE VILA-MATAS, Autor de 'El mal de Montano', Premio Nacional de la Cr¨ªtica 2002 y Premio Herralde 2002.
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