Clint Eastwood hace en 'Mystic River' una dura r¨¦plica a la Am¨¦rica de Bush
Interpretaci¨®n apasionada y corrosiva de Sean Penn y Tim Robbins en un 'thriller' mod¨¦lico
Es Mystic River uno de los grandes trabajos de Clint Eastwood como director. Es un thriller que rompe los l¨ªmites del g¨¦nero y que invade -con la persuasi¨®n de la sugerencia- territorios centrales de la vida en EE UU y de su cristalizaci¨®n en modelos de comportamiento propios de una sociedad en conflicto consigo misma. No es un filme pol¨ªtico, sino un relato negro mod¨¦lico, pero con tan poderosas calidades metaf¨®ricas que, sobre todo a trav¨¦s de las presencias corrosivas de Sean Penn y Tim Robbins, contiene una respuesta dur¨ªsima al fantoche de esa "patria americana" que G. Bush maneja como bander¨ªn de enganche a su pol¨ªtica ultraconservadora.
Representa Mystic River un complicado tejido de historias cruzadas a lo largo de un cuarto de siglo en una barriada de Boston. Arranca de un d¨ªa de finales de los a?os setenta en que un ni?o de 10 a?os es secuestrado, ante los ojos desencajados de dos amigos suyos, por dos pederastas que lo violan en un bosque cercano. Ahora, 25 a?os despu¨¦s, los tres ni?os son adultos situados en tres v¨¦rtices de un esquem¨¢tico tri¨¢ngulo de prototipos de ciudadanos encerrados en el barrio perif¨¦rico bostoniano donde transcurren sus vidas.
Uno, Kevin Bacon, es un recto y atildado funcionario, un polic¨ªa de homicidios herido por un mal matrimonio; el segundo, Sean Penn, se ha convertido en el cacique local de una organizaci¨®n mafiosa y en padre satisfecho de tres chicas adolescentes; y el tercero, el que fue secuestrado y violado, Tim Robbins, es un asalariado com¨²n, no cualificado, y un hombre perturbado e inseguro que sobrevive con una esposa y un hijo que le aman, mientras su cerebro, con la memoria estancada en el crimen de que fue v¨ªctima, va hacia atr¨¢s, a la deriva.
Un d¨ªa, la intromisi¨®n del crimen en sus vidas vuelve a cortar el aliento de los tres hombres y rompe el precario equilibrio de ese tri¨¢ngulo social del que son v¨¦rtices. La hija mayor del capo mafioso Sean Penn es brutalmente asesinada; el detective Kevin Bacon recibe el encargo de la investigaci¨®n del crimen y su busca le abre ante los ojos un c¨²mulo de indicios de que el asesino es el tercer amigo, Tim Robbins. Y el dispositivo argumental se dispara con este cambio de roles hacia la met¨¢fora.
Es la met¨¢fora que teje la tela de ara?a de una siniestra componenda de hipocres¨ªa y de cinismo desatados, bajo el que asoma, como la parte visible de un enorme iceberg, una visi¨®n de la vida ahora mismo en Estados Unidos que, a trav¨¦s de continuos giros en la apasionante intriga, de sutiles llamadas al espectador para que entre en el juego de la excepci¨®n y la norma y de signos de un diagn¨®stico psicol¨®gico y social que convierte la trama del filme -desplegada de manera insuperable por el gran guionista Brian Helgeland, al que en Espa?a conocemos por L. A. Confidential, y elevada con formidable maestr¨ªa a la pantalla por Clint Eastwood- en un jarro de vitriolo contra el rostro de ese fantasma de Am¨¦rica so?ado por la pesadilla de George Bush.
No es, no puede serlo, ajena a la causticidad y al pesimismo y la negrura de esta r¨¦plica a la pesadilla pol¨ªtica que se cierne sobre los Estados Unidos, la presencia en la pantalla de dos rostros con fuerza de iconos -Sean Penn y Tim Robbins- en la respuesta abierta y frontal de una heroica minor¨ªa de las gentes del cine estadounidense a los caminos que est¨¢ abriendo el apoyo de sus paisanos a la aventura militar, que no ha hecho m¨¢s que comenzar, de los due?os del poder de Washington en el planeta. Ambos hacen en Mystic River una interpretaci¨®n apasionada y eminente, y se tiene la tentaci¨®n de a?adir a la de Tim Robbins el inefable destello de lo que est¨¢ fuera de norma, de lo excepcional, incluso de lo genial.
Y ahora, mientras engordan las listas negras de una nueva caza de brujas -anteayer, sin ir m¨¢s lejos, los portavoces del poder en Hollywood, Variety y Hollywood Reporter, proclamaron sin rubor el disparate de que la pel¨ªcula del dan¨¦s Trier Dogville es "un ataque a toda la naci¨®n americana", lo que no hace falta ser un lince para interpretar como una temible y desalmada advertencia a la d¨ªscola Nicole Kidman de que debe atenerse a las consecuencias- admira que el coraje de Robbins y Penn y la fuerza de convicci¨®n que transmiten, ponga de manifiesto que ambos est¨¢n respondiendo con elocuencia y dando la cara con las armas de su talento a esas "consecuencias".
M¨¢s a ras de suelo, tras Mystic River, el concurso sigui¨® con el ambicioso y frustrante poema visual Padre e hijo, del ruso Alexandr Sokurov. El austero disc¨ªpulo del gran Andr¨¦i Tarkovski sigue erre que erre en busca de la qu¨ªmica de lo exquisito. Y casi lo alcanza, pero s¨®lo en instantes fugaces, que se desvanecen en el hermetismo del conjunto. Y m¨¢s atr¨¢s queda una muy pobre adaptaci¨®n de La gaviota, de Anton Ch¨¦jov, con el t¨ªtulo de La peque?a Lil¨ª, por el franc¨¦s Claude Miller. Desde fuera no se ve sentido a esta profanaci¨®n de un drama sagrado, pero por la tibia respuesta que obtuvo aqu¨ª parece que tambi¨¦n los franceses cerraron los ojos vi¨¦ndola.
Babelia
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