Lagartijas de la suerte
A¨²n conserva ese aire de mochilera de toda la vida. Pero a esta joven actriz, de gira teatral con El pr¨ªncipe y la corista, le lleg¨® el turno de darse el gran viaje. A Bali, con su madre y hermanas.
Qu¨¦ gran regalo.
Fue hace dos a?os. Hab¨ªa ganado un dinerillo y quer¨ªa regalarles algo para toda la vida, as¨ª que saqu¨¦ los billetes y nos fuimos en un vuelo interminable con siete horas de escala en Singapur. Menos mal que en el aeropuerto hab¨ªa un hotel donde te daban masajes y todo.
As¨ª se lo pon¨ªan a Felipe II, que dir¨ªa mi madre.
S¨ª. Cuando por fin llegamos a Bali recuerdo la bofetada de calor y humedad, y el aturdimiento cuando nos pusieron esos collares de flores como ceremonia de recibimiento. No sabes la delicadeza que tienen los balineses y lo detallistas que son.
Expl¨ªquese.
Hab¨ªa que andar mirando al suelo, porque ponen ofrendas por todas partes. Son bandejitas de madera con un poco de la comida, pan, p¨¦talos de flores o incienso. Todo para sus dioses. Luego ves los templos, que no tienen una arquitectura maravillosa, pero los adornan con telas de colores y flores, as¨ª que resultan preciosos.
?Hubo alg¨²n punto oscuro?
S¨ª, las playas me decepcionaron. No son gran cosa, salvo que quieras hacer surf. Pero el chasco queda compensado con la belleza de los mercadillos, la animaci¨®n de las calles y la hospitalidad de la gente.
Y alguna nota curiosa...
All¨ª consideran que las lagartijas dan buena suerte. Sobre la puerta de nuestra habitaci¨®n de hotel las hab¨ªa a cientos.
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