Mejor
He sido siempre muy hipocondr¨ªaco. Le¨ªa la descripci¨®n de los s¨ªntomas de una enfermedad y me convert¨ªa en una m¨¢quina que mimetizaba los achaques del enfermo. Cada l¨ªnea le¨ªda confirmaba y aumentaba mis s¨ªntomas fantasiosos, que desaparec¨ªan en cuanto se me iba de la cabeza lo que acababa de leer. ?Soy todav¨ªa hipocondr¨ªaco? Ahora procuro saltarme las descripciones patol¨®gicas. Pero hay un caso excepcional, un autor que, en lugar de inocularme la impresi¨®n de estar malo, me produce el deseo de ser el escritor, que tambi¨¦n es el sanador: el deseo de estar sano y ser razonable. Hablo del psiquiatra Carlos Castilla del Pino.
Es dif¨ªcil encontrar maestros, no s¨¦ si aqu¨ª o en todo el mundo. Aqu¨ª parece existir una aspereza especial, que quiz¨¢ se deba a humildad, o a soberbia, qui¨¦n sabe. ?Qu¨¦ es un maestro? El que nos instiga a conocer. "Estoy orgulloso de ser un disc¨ªpulo", dec¨ªa Borges, que es como decir: "Tengo el honor de querer aprender". Recuerdo a mi maestro en la Facultad de Letras, Juan Carlos Rodr¨ªguez. Recuerdo a Jos¨¦ Andr¨¦s de Molina, que public¨® un libro sobre el uso del pronombre se. Eran profesores provocadores de lecturas, de curiosidad. Y luego uno se buscaba sus maestros imaginarios, sus cl¨¢sicos ¨ªntimos. Yo quer¨ªa escribir, y copiaba frases como ¨¦sta, de Joyce: "El escritor es el que encuentra palabras para esas emociones que son indecibles, sin palabras". Entre los maestros que me busqu¨¦ estaba Carlos Castilla del Pino, que hace tres d¨ªas ha sido elegido miembro de la Academia Espa?ola.
He tenido la suerte de leer casi todos sus libros, desde el primero, Un estudio sobre la depresi¨®n. Cuenta Castilla del Pino que le encargaron un panorama de la psiquiatr¨ªa, trabajo monumental que le produc¨ªa un aburrimiento a¨²n m¨¢s monumental. ?l quer¨ªa escribir sobre la depresi¨®n. ?Le interesaba el asunto al editor? "S¨ª, todos estamos deprimidos", respondi¨® el editor Jos¨¦ Mar¨ªa Castellet. Como la depresi¨®n causa un excesivo, mani¨¢tico y culpable sentido de la realidad, Carlos Castilla del Pino aprovecha para recordarnos que la plenitud f¨ªsica y ps¨ªquica a veces nos embota el sentido de la realidad (?la capacidad de olvido es un signo de salud!). El caso es que yo he visto siempre en Castilla del Pino un gran sentido de la realidad (su obra es fruto de la atenci¨®n, de la experiencia cl¨ªnica, de sus conversaciones con los pacientes) y un admirable deseo de ser veraz, aunque ser veraz raramente resulte c¨®modo.
Es un narrador. Pienso en sus visiones de San Roque, Gibraltar, Ronda y Madrid, en la final aparici¨®n fantasmal de C¨®rdoba en 1949 a las cinco de la ma?ana m¨¢s solitaria, de Pret¨¦rito imperfecto, su autobiograf¨ªa. A los amigos que me piden un consejo de lector les he recomendado mucho su Teor¨ªa de los sentimientos. Me gustar¨ªa pensar correctamente, es decir, sentir correctamente, y leo a Carlos Castilla del Pino, que posee los dones esenciales del escritor: inteligencia, sencillez, elegancia, propiedad y claridad. Les ha dado palabras a las emociones, a lo que es en esencia sin palabras, como dir¨ªa Joyce. La Academia ser¨¢ mejor con ¨¦l.
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