La parad¨®jica santidad de Orwell
George Orwell, el misterioso, hura?o, estoico, heterodoxo, clarividente escritor ingl¨¦s, encarn¨®, para muchos, la conciencia moral del siglo XX. Es verdad que algunos de los problemas de nuestro tiempo no apuntaban siquiera en el suyo (la vuelta del fundamentalismo es el m¨¢s obvio), pero la mayor¨ªa de los ismos que lo ocuparon han sobrevivido (nacionalismo, imperialismo, socialismo, pacifismo, antisemitismo), y las observaciones de Orwell resultan tan pertinentes ahora como lo fueron en 1940: "Hasta el sonido de las palabras que terminan en ismo parece traer consigo un olor a propaganda. Las lealtades de grupo son necesarias, pero en la medida en que la literatura es obra de individuos, las lealtades envenenan a la literatura". Su obra, marcada por la experiencia m¨²ltiple y extrema de la guerra, es en s¨ª misma un diccionario de autoridades. Orwell era liberal e igualitario, en igual medida. La suya es la voz de la conciencia individual -solitaria y solidaria- en un mundo regido por vastas fuerzas impersonales.
Aunque Orwell estudi¨® en los c¨¦lebres colegios de St. Ciprian y Eton, dej¨® testimonio de la crueldad juvenil y la miseria disciplinaria de esas augustas instituciones
Se gan¨® la vida en las barriadas de Londres y Par¨ªs, y escribi¨® minuciosamente sobre todo ello. Quer¨ªa sufrir para entender el sufrimiento
Orwell llev¨® demasiado lejos su oposici¨®n al comunismo: seg¨²n ha revelado Garton Ash, delat¨® ante su Gobierno a varios artistas e intelectuales "criptocomunistas"
Orwell escribi¨® multitud de cartas a escritores de la ¨¦poca, amigos o conocidos suyos (Eliot, Koestler, Henry Miller), rese?as cr¨ªticas de los libros que en su momento hicieron ¨¦poca (Churchill, Wilde, Lawrence, Connoly), notas y diarios de guerra (publicados en The Observer y Partisan Review), decenas de ensayos literarios (sobre Dickens, Kipling, T¨®lstoi, Yeats, etc¨¦tera) y otros, no menos notables, donde confluyen la literatura, la historia, la pol¨ªtica y la moral. En conjunto, estos ensayos integran una bit¨¢cora intelectual del siglo XX (que, por cierto, ha sido insuficientemente traducida al espa?ol). A todos los caracteriza un lenguaje preciso, directo, ce?ido. Su prosa fluye di¨¢fana, sin brincos ni afectaciones, en la total transparencia de significado. Su juicio cr¨ªtico es implacable pero sereno. Orwell casi siempre da en el blanco. Ninguno de estos rasgos abunda entre nosotros.
Nuestros mejores ensayistas (Ortega, Paz) llegaron a crear categor¨ªas de an¨¢lisis propias, tuvieron una particular gracia expresiva (Alfonso Reyes) aunada a un genio metaf¨ªsico (Borges) o m¨ªstico (Unamuno). Pero al incursionar en la cr¨ªtica hist¨®rica, algunos -no todos- cambiaban de tono, adoptaban la actitud del pensador: alzaban demasiado la voz y propend¨ªan a la predicaci¨®n, la homil¨ªa, la conferencia doctoral, el discurso moralista. Si esto pasaba con los grandes, imaginemos a los otros. La prosa contempor¨¢nea en nuestro idioma (period¨ªstica, acad¨¦mica, ensay¨ªstica) suele ser adjetival, verbosa, ret¨®rica, t¨®pica, desaforada. Nada m¨¢s remoto a Orwell. Su asidero es la dura roca del hecho concreto, no la atm¨®sfera nebulosa de la doctrina abstracta. George Orwell parte de la verdad emp¨ªrica, no de la verdad revelada. Su br¨²jula es el sentido com¨²n, que nuestra pedanter¨ªa desde?a como "ligero" o "carente de marco te¨®rico".
Orwell conect¨® admirablemente su experiencia con su literatura. Escrib¨ªa sobre lo que viv¨ªa. Aunque estudi¨® en los c¨¦lebres colegios de Saint Ciprian y Eton, dej¨® testimonio de la crueldad juvenil y la miseria disciplinaria de esas augustas instituciones, con pasajes impopulares, como ¨¦ste: "Recuerdo la pesadilla diaria del f¨²tbol, el fr¨ªo, el lodo, el bal¨®n detestablemente grasoso que pasaba zumbando por la cara... las rodillas agresivas y los aplastantes botines de los muchachos m¨¢s grandes". Tiempo despu¨¦s, Orwell se dio de alta como oficial en la Polic¨ªa Imperial en Birmania, experiencia que lo vacun¨® para siempre contra el colonialismo y el imperialismo, pero su rechazo no se qued¨® en la esfera privada, sino que tambi¨¦n tuvo su traducci¨®n concreta en un libro y un ensayo memorable, Fusilando un elefante, sobre el modo en que la multitud lo empuj¨® a matar a un elefante que asolaba al pueblo: "Percib¨ª en ese momento que cuando el hombre blanco se convierte en un tirano, lo que destruye en ese instante es su propia libertad". Orwell se gan¨® la vida en las barriadas de Londres y Par¨ªs (hospitales, minas, restaurantes) y escribi¨® minuciosamente sobre todo ello. Quer¨ªa sufrir (literalmente) para entender el sufrimiento. Lo quiso hasta el grado de contraer la tuberculosis, que le llev¨® a una muerte prematura, a los 46 a?os.
Combatiente en Espa?a
Inconforme con las adhesiones simb¨®licas a la causa republicana en Espa?a, se incorpor¨® a las Brigadas Internacionales y fue herido en combate (en alg¨²n lugar menciona, creo, los buenos cartuchos mexicanos que utilizaba). Su puntual testimonio -Homenaje a Catalu?a- indign¨® a los comunistas porque revel¨® los cr¨ªmenes de Stalin contra el POUM.
Entre nosotros abundaban los socialistas que jam¨¢s hab¨ªan visto un obrero, ya no digamos convivido con ¨¦l. Orwell fue siempre un socialista pr¨¢ctico, convencido y aun radical (durante la guerra propuso la nacionalizaci¨®n de tierras, minas, ferrocarriles, bancos e industrias), pero su socialismo fue antitotalitario (de ah¨ª La granja de animales). Pertenece a la noble genealog¨ªa del socialismo ingl¨¦s (no marxista) que recogi¨® la herencia liberal: Owen, Morris y el propio Alexandr Herzen, que, si bien era ruso, vivi¨® en Londres y desde all¨ª edit¨® su revista La Campana. Por eso despreciaba a los partidarios del totalitarismo desde la comodidad del liberalismo: "Todos siguen la misma trayectoria: la escuela p¨²blica, la Universidad, algunos viajes fuera y luego Londres. El hambre, el esfuerzo, la soledad, el exilio, la guerra, la prisi¨®n, la persecusi¨®n, el trabajo manual son s¨®lo palabras. Apenas sorprende que para la gran tribu de 'la recta izquierda' haya sido tan f¨¢cil condonar las purgas del r¨¦gimen sovi¨¦tico y los horrores del 'primer plan quinquenal'... Todos tan gloriosamente incapaces de entender el verdadero significado de lo que ocurr¨ªa".
Orwell cre¨ªa en la verdad, as¨ª de simple. Pensaba que el escamoteo de la verdad -su distorsi¨®n por parte de intereses pol¨ªticos o su adulteraci¨®n por parte de las ideolog¨ªas- era la enfermedad moral del siglo XX. Para contrarrestarla escribi¨® 1984. "El totalitarismo demanda la continua alteraci¨®n de la verdad hist¨®rica y, en el largo plazo, la duda sobre la existencia misma de la verdad objetiva". Imagin¨® al hombre desprovisto de la m¨¢s elemental libertad: la de creer en los datos inmediatos de su experiencia, aquello que ve, escucha, siente. Lo m¨¢s grave, a su juicio, era el descr¨¦dito de la verdad objetiva entre los escritores. Esa tendencia, no del todo superada en nuestros d¨ªas, le parec¨ªa suicida.
En estos tiempos fundamentalistas, acaso el ensayo m¨¢s actual de Orwell es Lear, Tolst¨®i y el buf¨®n. Su tema es la querella entre dos actitudes ante la vida: la religiosa y la humanista. En busca de una santidad sin desprendimiento, m¨¢s bien intolerante e imperiosa, el viejo Tolst¨®i -aduce Orwell- busca reducir las dimensiones de esta vida y por eso escribe un panfleto contra Shakespeare, "que amaba la superficie de la tierra y los procesos de la vida" con todo su bagaje de pasiones c¨®micas, absurdas y tr¨¢gicas. Tolst¨®i quer¨ªa, como Gandhi, ser un santo, y Orwell detestaba la santidad, la ve¨ªa como una forma de la autocomplacencia y el ego¨ªsmo, una manera retorcida de dominar a los dem¨¢s.
Los pecados del escritor
Parad¨®jicamente, al propio Orwell se le consider¨® siempre un santo laico, pero a ¨²ltimas fechas no han faltado se?ala-mientos sobre sus errores de apreciaci¨®n, sus prejuicios y, algo mucho m¨¢s serio: sus pecados. Orwell, lamentablemente, llev¨® demasiado lejos su oposici¨®n al comunismo: seg¨²n ha revelado Timothy Garton Ash, delat¨® ante su Gobierno a varios artistas e intelectuales "criptocomunistas", y lo hizo por el m¨¢s terrenal de los motivos: el amor.
"A los cincuenta a?os, todos tienen la cara que merecen", escribi¨® en su lecho de muerte. Medio siglo m¨¢s tarde, Orwell tiene al fin la cara que merece: no la de un santo laico, sino la de un hombre extraordinario pero falible.
Enrique Krauze es historiador
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