El tradicional 'd¨ªa de Virenque'
El popular ciclista franc¨¦s gan¨® la etapa y visti¨® el 'maillot' amarillo y el de lunares de rey de la monta?a
Morzine es un caos de callejuelas y callejones, un r¨ªo por la mitad y cuestas por todos los lados. A Joseba Beloki, como a todos los ciclistas, pasada la meta, su masajista le dice d¨®nde tiene el hotel, le da un empuj¨®n a la bicicleta y listo. Casi nunca se pierden, pero ayer Beloki, m¨¢s dicharachero que nunca, se dej¨® liar por la prensa, se vio envuelto en el barullo y hac¨ªa 20 minutos que hab¨ªa acabado la etapa y no sab¨ªa d¨®nde estaba. Y no ten¨ªa, como Di Luca, a Fornaciari al lado para cantarle Guantanamera. Poca gente se fij¨® en el hecho, pocos vieron al peque?o corredor de rosa, porque, ayer era el "d¨ªa de Virenque" y todo lo que no fuera la mascota de la afici¨®n no era nada. Virenque gan¨® la etapa, pero Beloki puede que gane el Tour.
Richard Virenque comenz¨® a construir su personaje hace 11 a?os, cuando debut¨® en el Tour. Fue en la segunda etapa del Tour del 92, el que sali¨® de San Sebasti¨¢n. Se escap¨® camino de Pau, pasando por la Marie Blanque, con Javier Murguialday, hoy taxista en Salvatierra, y con ¨¦l reparti¨® beneficios en la meta: la etapa para el alav¨¦s, el maillot para el franc¨¦s. Aquel d¨ªa se hizo popular; desde entonces, sigue corriendo tras su imagen, tras el personaje en que se convirti¨® y le convirtieron. El indesmayable atacante, el coraz¨®n de le¨®n, la garra y la panache todo en uno, personificado en un sure?o moreno y rizado de ojos negros.
Como un actor prisionero de un papel que tiene que interpretar cada a?o en el mismo teatro, llegado el Tour, llegada la monta?a, Virenque clava sus ojos en un perfil, sigue con el dedo las l¨ªneas tortuosas de puertos y valles, pendientes verticales, fosas abisales, y convence a su cabeza de que le toca, de que su deber es escaparse en el primer puerto y tragar kil¨®metros y cuestas. Y, sobre todo, llegar hasta el final. Es tan fiel a su obligaci¨®n que es como si el Tour hubiera instaurado un "d¨ªa Virenque", el d¨ªa en que el franc¨¦s, el favorito de la afici¨®n, lanza su ataque lejano con el permiso de la superioridad -Indurain, unos a?os, Armstrong otros-, supera en solitario todos los obst¨¢culos y reivindica el poder del ciclismo del riesgo y la audacia. As¨ª hizo en 1994 (victoria en Luz Ardiden, Pirineos), 1995 (Cauterets, Pirineos, el d¨ªa de la muerte de Casartelli), 1997 (Courchevel, Alpes), 2000 (Morzine, Alpes, cuando la ca¨ªda de Heras), 2002 (Mont Ventoux). Y as¨ª lo volvi¨® a hacer ayer, tambi¨¦n en Morzine. Los a?os huecos se deber¨¢n achacar, a partes iguales, a a?os de nones y de hundimiento, el a?o negro del "caso Festina" que le dio de lleno en el pecho, el a?o de sanci¨®n... Y como no hay riesgo sin c¨¢lculo, ni c¨¢lculo sin beneficio, cada una de las cabalgadas le dio derecho a convertirse en Rey de la Monta?a, t¨ªtulo que gan¨® en 1994, 1995, 1996, 1997 y 1999. "Y ahora voy a por el sexto, a por el r¨¦cord de Bahamontes y Van Impe", anunci¨®. Lo de ganar el Tour es otra historia, es privativo de otro personaje. Del jefe. Del boss.
Virenque se escap¨® en el primer puerto, a 190 kil¨®metros de la meta. Respondi¨® al ataque de un fogoso espa?ol, el madrile?o Manzano, que quiso hacer honor a otra tradici¨®n, la de los ciclistas del Kelme, reventadores de t¨¢cticas preestablecidas, an¨¢rquicos y totales. Pero mediada la ascensi¨®n de Portes, Manzano pidi¨® az¨²car a su director y se desvaneci¨® sobre la bicicleta -aunque no lleg¨® a perder el conocimiento-, quiz¨¢s por una crisis de hipoglucemia, y aterriz¨® en unas zarzas. En el hospital no le apreciaron s¨ªntomas de mayores males. Virenque sigui¨® solo, alcanz¨® al grupo de primeros fugados, donde le esperaba su compa?ero Bettini, y con ellos se march¨®. En La Ramaz, el puerto que se descubri¨® en la Dauphin¨¦ Lib¨¦r¨¦, y que tanto se respetaba, se desembaraz¨® del ¨²ltimo acompa?ante, el alem¨¢n Aldag, y gan¨®. Volvi¨® a vestir el maillot amarillo, 11 a?os despu¨¦s, volvi¨® a vestirlo a pr¨¦stamo.
Y mientras , Armstrong, el fr¨ªo, pasaba un esc¨¢ner por el pelot¨®n. Lo hizo en La Ramaz, adonde llegaron todos a la rueda de los m¨¢s grandes de su equipo, de Hincapie, Padrnos, Ekimov, Landis y Pe?a, el l¨ªder destronado. Llevaron al pelot¨®n a un ritmo mantenido, ni de caza batiente, ni de pereza. En La Ramaz, en el primer puerto de primera, batido por el viento, dej¨® el mando a su primera pareja espa?ola, Rubiera-Beltr¨¢n. Entre los dos fueron desnudando al pelot¨®n. Les aguantaron una treintena -en el descenso se unieron m¨¢s-, y se revelaron mal Simoni, Botero y Aitor Gonz¨¢lez.
"No atacamos porque daba el viento de cara", dijo Beloki, que al final dio con un globero que le gui¨® hasta el hotel. Quiz¨¢s piensen hacerlo hoy en Alpe d'Huez, el escenario favorito de Armstrong, el jefe.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.