Disculpen lo personal
No quiero negarle unas ¨²ltimas palabras a un amigo. Aunque se me haga dif¨ªcil expresarme, no quiero negarle unas ¨²ltimas palabras a Bola?o. Hoy ha muerto un amigo. Para ustedes ha muerto uno de los grandes de la literatura, pero para m¨ª se ha ido uno de los mejores amigos que he tenido. Un amigo de caf¨¦s, de t¨¦s y de cigarrillos, de ratos muertos, de silencios y de largas conversaciones, de sobreentendidos y de llamadas telef¨®nicas. Un amigo cuya amistad estaba forjada en los antiguos futbolines de la calle Tallers, en las lecturas y en los proyectos que llegaron a puerto y en los que se quedaron por el camino. Un amigo cuya amistad no necesitaba de palabras ni de gestos.
Bola?o vivi¨® por y para la literatura, pas¨® por toda clase de penurias por la literatura, su literatura, la que ¨¦l quer¨ªa y que en los ¨²ltimos a?os le ha dado renombre universal. Nuestra amistad comenz¨® con ella. Como se ha dicho en alguna parte, empezamos publicando en una editorial llamada La Cloaca y hemos coincidido finalmente en El Alcantarillado (El Acantilado). Escribimos a cuatro manos y todav¨ªa hace dos d¨ªas no sab¨ªamos muy bien qui¨¦n de los dos era el disc¨ªpulo de Morrison y cu¨¢l el fan¨¢tico de Joyce.
Siento que el momento medi¨¢tico y el momento oportuno no coincidan. Parece que en estos instantes uno pierde capacidad de reflexi¨®n, y es muy probable que no est¨¦ suficientemente entero para ello. Ya sabemos, y ¨¦l lo sab¨ªa, que por este mundo andamos de paso, que se trata de un tr¨¢nsito hacia no se sabe d¨®nde. Unos creen que vamos hacia una vida mejor, otros que nos transformamos en energ¨ªa, otros creen en la reencarnaci¨®n, y es dif¨ªcil saber en qu¨¦ creemos los que no creemos en nada.
Pero pueden creerme si les digo que le admiraba porque fue un gran amigo de sus amigos, por su gran ternura por los ni?os; porque, sin cambiarme por nadie, me hubiera gustado saber lo que ¨¦l sab¨ªa; porque fue un gran escritor. Le admiraba por su capacidad de trabajo y por su conversaci¨®n fluida. Le admiraba por su humildad. Pueden creerme si les digo que le echaremos en falta, que ha dejado un gran vac¨ªo, y, sin embargo, d¨¦jenme que les haga una propuesta: tal vez no nos haya dejado solos. A pesar de todo, siempre podremos releerle.
A. G. Porta es autor de Braudel por Braudel, El peso del aire y Singapur. En 1984 escribi¨® con Roberto Bola?o Consejos de un disc¨ªpulo de Morrison a un fan¨¢tico de Joyce.
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