Vividores empedernidos
Los grandes de otra ¨¦poca suelen conservar el se?or¨ªo a pesar de la edad y del sobrepeso. Entre los tres protagonistas de la segunda jornada del Festival de San Sebasti¨¢n superaban de largo los 300 kilos y rondaban los 200 a?os: cifras de escalofr¨ªo que la entrega de los artistas y la respuesta del p¨²blico caldearon casi al primer contacto visual.
Las entradas para escuchar a Van Morrison se hab¨ªan agotado en un tiempo r¨¦cord, y eso que el de Belfast es ya un habitual del festival donostiarra desde su regres¨® a los escenarios. As¨ª es Morrison. Despierta pasiones y sobra decir que sus incondicionales salieron del concierto fortalecidos en su fe, quiz¨¢ porque hizo justo lo que esperaban de ¨¦l: blues y g¨¦neros afines en formato de tres minutos, enfilados a modo de collar de grandes ¨¦xitos, dieron cuerpo a un concierto de elegante intensidad.
Morrison no forz¨® la voz ni descompuso la figura en ning¨²n momento; parapetado tras sus tradicionales gafas de sol, le bast¨® imponer una vez m¨¢s su peculiar timbre a t¨ªtulos como Meet in the indian
summer, Moondance o Bright side of the road para renovar una memoria todav¨ªa cercana. En esa n¨ªtida apuesta por lo reconocible, lo l¨®gico era que cerrase la sesi¨®n -?lo adivinan?- con su inmortal Gloria.
Y hasta all¨ª elev¨®, ya en la plaza de la Trinidad, Solomon Burke. Tuvieron que subirle al escenario en silla de ruedas, pero, una vez instalado en una suntuosa butaca de ministro plenipotenciario, protegida por tres generosos cojines, el rescatado campe¨®n del rock-soul se bati¨® como un atleta. Le flanqueaban rosas rojas, listas para ser entregadas a las damas de la audiencia, y un grupo generoso en el que cab¨ªa desde una arpista rubia a un maestro de ceremonias. Visto en conjunto, el cuadro pod¨ªa parecer algo delirante, pero cada elemento ten¨ªa su lugar y funci¨®n, incluidos dos de los 21 hijos que tiene Burke. El var¨®n, tambi¨¦n encargado de secar el sudor a su padre, hizo en solitario un Mona Lisa algo sonrojante, pero enseguida le redimi¨® su hermana mayor con un correcto I will survive. Todo lo dem¨¢s fue un crescendo imparable coronado con un final apote¨®sico gracias a Everybody needs somebody. Al final, Burke recibi¨® besos, abrazos y otros gestos de gratitud de quienes subieron al escenario. Efectos de un poder de comunicaci¨®n b¨ªblico.
Dr. John ten¨ªa muy complicado superar la proeza y tampoco lo intent¨®. Fue deshojando los m¨²ltiples p¨¦talos de la m¨²sica de Nueva Orle¨¢ns (blues, rumba, funk) con parsimonia sure?a, y s¨®lo apret¨® cerca de la l¨ªnea de meta. En ese punto surgi¨® una voz rota, pero asombrosamente entera, que acert¨® a expresar no s¨®lo el significado de cada canci¨®n, sino a sugerir un modo de vida en la que tambi¨¦n cuentan los amuletos y las supersticiones. El doctor remat¨® con un fenomenal solo de piano que record¨® a uno de sus maestros, el inolvidable Professor Longhair.
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