EN RAVELLO, UN ATRACTIVO FESTIVAL DE M?SICA
EL BEL?N NAPOLITANO de verdad, de carne y hueso hechos geograf¨ªa, no tiene castillo de Herodes, pero s¨ª algo peor: un volc¨¢n adormilado, m¨¢s asesino que el monarca infanticida. Como contrapeso a la amenaza tel¨²rica, como conjuro o sortilegio a sus peligros, el golfo de N¨¢poles se abre luminoso y amable, generoso en islas, calas y puertos de pesca, naranjos y limoneros, canciones que hienden el aire. En ese rinc¨®n del mundo tiene el aire una calidad musical casi tangible. ?Qui¨¦n no ha alegrado sus penas alguna vez con una napolitana triste, tipo Santa Luc¨ªa, Oh sole m¨ªo o Torna a Sorrento? A Sorrento tornaba, con la fidelidad de un estribillo, el gran Enrico Caruso, a quien pod¨ªa verse en la Marina Grande, o asomado al Belvedere, pescando atardeceres.
Sigue siendo la m¨²sica una coartada para estar vivos, en el golfo del Vesubio mat¨®n. Conciertos y serate musicale se prodigan por las iglesias de N¨¢poles, o en las villas de Capri. Pero alza sobre todo su voz la que llaman Citt¨¢ della M¨²sica, Ravello, en la cual se producen cada est¨ªo dos milagros: la licuaci¨®n de la sangre de san Pantale¨®n y un festival que congrega a los mel¨®manos en los mismos jardines que inspiraron a m¨²sicos y escritores de cach¨¦ universal.
Cuesta creerse de primeras lo que uno ve al tocar Ravello. Villas, templos y callejas se empinan sobre un z¨®calo rocoso que se precipita a plomo, cientos de metros, sobre la calma glauca de la costa amalfitana. Todo tiene explicaci¨®n: ese enclave inaccesible fue elegido por los nobles romanos que fundaron la ciudad a finales del siglo IV, es decir, cuando el imperio se hund¨ªa y, huyendo del empuje de los b¨¢rbaros, buscaban refugios inaccesibles. Luego, la ciudad prosper¨® al amparo de la Rep¨²blica de Amalfi, que est¨¢ a un paso; y tanto prosper¨® que lleg¨® a rebelarse, y a elegir a su propio dogo, por lo cual comenzaron a llamarla Rebello o Ravello, eso dicen. Su conexi¨®n con la m¨²sica es m¨¢s tard¨ªa. En pleno centro, junto a la catedral, hay una villa del siglo XIII que lleva el nombre de R¨²folo, un ricach¨®n al que cita Bocaccio en la segunda jornada del Decamer¨®n. Pues bien, en mayo de 1880, Wagner crey¨® encontrar en los arabescos del claustro morisco de la villa "el m¨¢gico jard¨ªn de Klingsor", e inspiraci¨®n para el acto segundo de Parsifal. Esta villa hist¨®rica es -junto con la plaza de la catedral- uno de los escenarios donde se cuece el festival de m¨²sica, que este a?o arropa el programa oficial con softly music, es decir, programas amables de jazz y g¨¦neros ligeros.
Un m¨²sico bastante conocido, Leopold Stokovsky, llev¨® a cabo una fuga amorosa con una diva m¨¢s conocida que ¨¦l: Greta Garbo; la pareja se escondi¨® en Villa Cimbrone en la primavera de 1938 "viviendo horas de secreta felicidad". Ravello tiene tanto de escondrijo como tuvo de refugio en sus inicios -ah¨ª est¨¢n los fragmentos de muralla, puertas, pasajes cubiertos de sabor moruno-. Su bonanza medieval sigue patente en lugares como el claustro de San Francesco, o en iglesias de estilo siciliano o ¨¢rabe-normando, que son por estas latitudes una aut¨¦ntica rareza.
Tambi¨¦n la catedral tiene arquives agarenos (la torre, sin ir m¨¢s lejos). Pero es el interior el que con sus mosaicos bizantinos, columnas y capiteles de acarreo espeja de manera ejemplar la Italia acrisolada y culturalmente imbrogliata. En una capilla renacentista se guarda, dentro de una ampolla, medio litro de la sangre de san Pantale¨®n. Una luz situada detr¨¢s del relicario permite ver c¨®mo el co¨¢gulo negruzco se convierte, cada 27 de julio, en una mancha l¨ªquida de intenso color rub¨ª. Es el mismo fen¨®meno o milagro que tiene lugar, el mismo d¨ªa, en un convento madrile?o donde guardan tambi¨¦n sangre del santo, pero menos.
Villa Cimbrone es una peque?a ciudad dentro de la ciudad. Las ruinas de un convento medieval fueron convertidas por lord Grimthorpe, en 1904, en uno de los lugares m¨¢s rom¨¢nticos del mundo. Aqu¨ª amonton¨® estatuas y obras de arte, esparcidas por jardines y bosquetes de raras especies. El frondoso Viale de l'Inmenso conduce a la llamada Terraza dell'Infinito: un balc¨®n alucinante ennoblecido con bustos cl¨¢sicos y que Gore Vidal (vecino de Ravello) calific¨® como "el m¨¢s hermoso panorama del mundo". Esta Villa Cimbrone (ahora hotel de lujo) fue el punto de encuentro entre los intelectuales dispersos por la costa y el llamado "grupo de Bloomsbury", y aqu¨ª afilaron sus ideas gentes como
D. H. Lawrence, Forster, Elliot, Virginia Woolf o el economista Keynes, entre otros. Ravello no ha perdido en absoluto el toque de gracia que estos arist¨®cratas de la mente -y otros de la sangre- vertieron sobre esta poblaci¨®n volcada, inexorablemente, al imperio de los sentidos.
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