La vida del joven Ch¨¦jov
Antocha Chejonte era el seud¨®nimo de Ant¨®n Ch¨¦jov cuando comenz¨® a escribir, que escrib¨ªa cuentos, an¨¦cdotas y sketches c¨®micos. Ahora se acaban de publicar muchas de estas breves notas (escribi¨® cientos de ellas) con que se ganaba la vida y la de su numerosa familia. Nada hac¨ªa dejar ver que ser¨ªa el gran artista literario que era cuando muri¨® en Alemania en 1904. De los grandes escritores rusos (Mogol, Dostoievski y Tolst¨®i), Ch¨¦jov compon¨ªa el cuarteto. Pero era el de origen m¨¢s humilde. Hijo de un tendero y nieto de siervos, naci¨® en Taganrog, y cuando la familia se traslad¨® a Mosc¨² qued¨® atr¨¢s cuidando los pocos intereses de su padre. Luego, en Mosc¨², estudi¨® medicina, que ejerci¨® irregularmente. Se hizo ciudadano de Mosc¨², pero viaj¨® mucho. Cuando muri¨® en un balneario alem¨¢n sus ¨²ltimas palabras las dijo en alem¨¢n, idioma que no hablaba. Despu¨¦s de decir en ruso que se mor¨ªa, dijo: "Ich sterbe", tal vez hablando con el m¨¦dico alem¨¢n que vino urgente a atenderlo. El m¨¦dico, curiosamente, fue al tel¨¦fono y pidi¨® una botella de champ¨¢n bien fr¨ªa. Ch¨¦jov prob¨® de una copa y dijo: "El champ¨¢n no es bueno con el coraz¨®n vac¨ªo". Algunos bi¨®grafos dicen que dijo est¨®mago en vez de coraz¨®n. La primera versi¨®n lo hac¨ªa un rom¨¢ntico; la otra, el realista que hab¨ªa sido siempre. Hay como post mortem un dato incongruente. Su cad¨¢ver viaj¨® de Alemania a Mosc¨² en un tren que ten¨ªa un aviso en sus vagones: "Ostras frescas". A Ch¨¦jov le habr¨ªa gustado saberlo.
Un Ch¨¦jov renovado y sus historietas son una introducci¨®n a la modernidad y una muestra temprana del absurdo
Fui a Mosc¨² en busca de Ch¨¦jov. Hab¨ªa sido muy importante en mi vida y en la de todos nosotros. Mi hermano Sab¨¢ escribi¨® un gui¨®n basado en su cuento La mujer del boticario. N¨¦stor Almendros quer¨ªa dirigirlo, pero lo hizo finalmente Tom¨¢s Guti¨¦rrez Alea, que lo convirti¨® en un corto sin mucha distinci¨®n o factura. No fui a buscar su tumba (Ch¨¦jov muerto no me interesaba), sino rusos que tuvieran una relaci¨®n y un inter¨¦s en el escritor. El Ministerio de Cultura me puso en contacto con una especialista, mujer de edad mediana con los restos de una gran belleza. Buscamos un lugar apartado en el inmenso lobby del hotel Ukraina, donde nos hospedamos los miembros de una delegaci¨®n de periodistas.
Hablamos de Ch¨¦jov y la especialista se asombr¨® de que el escritor interesara en Cuba. Le dije que m¨¢s deb¨ªa asombrarla que Lenin hubiera llorado al leer La sala n¨²mero 6. Me respondi¨® que Lenin nunca lloraba. Supe por su tono que no era leninista.
Tampoco lo era yo; fue el ¨²nico miembro de mi delegaci¨®n que se neg¨® a visitar la tumba en la plaza Roja, aunque entonces eran dos los grandes muertos: Lenin y Stalin. Despu¨¦s llegu¨¦ a lamentar no haber visto el cad¨¢ver de Stalin hecho una momia inerte.
Volviendo a mi conversaci¨®n con la erudita especialista en Ch¨¦jov, cuando le dije que Ch¨¦jov se sentir¨ªa muy bien en la Uni¨®n Sovi¨¦tica me respondi¨® m¨¢s cortante que cortada: "Lo dudo". Pero a Ch¨¦jov le gustaba que la gente toda trabajara, le dije. "Cuando ese trabajo", me dijo ella, "era voluntario, s¨ª. Pero no creo que le gustaran los trabajos forzados". De haber tenido esta entrevista algunos a?os despu¨¦s habr¨ªamos hablado del gulag, pero entonces habr¨ªa sido un acto de presencia. No de ella, sino m¨ªo. Prefer¨ª preguntarle por el Museo Ch¨¦jov. "Ch¨¦jov no est¨¢ en los museos", me dijo, "sino en sus libros". Deb¨ªa decirle que los hab¨ªa le¨ªdo todos, los que estaban en espa?ol. Aunque hab¨ªamos hablado en franc¨¦s. Nos despedimos.
Pero visit¨¦ el Museo Ch¨¦jov. Estaba en lo que debi¨® ser un apartamento de clase media, ahora habitado por unas mujeres que saludaron a mi gu¨ªa y se mostraron muy sol¨ªcitas. Aparentemente no visitaba mucha gente el Museo de Ch¨¦jov. Vi las habitaciones, que no eran muchas, y record¨¦ que Ch¨¦jov escrib¨ªa aun en medio de la algarab¨ªa de su familia, que peleaba siempre. Vi su escritorio, que era breve y parec¨ªa m¨¢s bien el mueble para una m¨¢quina de coser. Pero cuando ya me iba vi algo conmovedor. En el patio colgaban unas piezas de ropa de una tendedera y el fr¨ªo hab¨ªa congelado las camisas, que parec¨ªan hechas de cart¨®n. Pens¨¦ que podr¨ªan haber sido las camisas de Ch¨¦jov, un hombre siempre humilde.
Ch¨¦jov era humilde con respecto a su literatura. Seg¨²n Thomas Mann, demasiado humilde. De no haber sido tanto tendr¨ªa otro puesto en la historia literaria. Dice Mann que la opini¨®n que tiene un escritor de su obra siempre influye en la que tendr¨¢n sus cr¨ªticos. La gran influencia que ha tenido Ch¨¦-jov est¨¢ en su teatro. En Inglaterra, por ejemplo, se le pone tanto casi como a Shakespeare. Aunque no se puede decir que yo sea un gran amante del teatro, en Mosc¨² me invitaron a ver una representaci¨®n de La gaviota puesta en escena por el Teatro de Mosc¨². Era una representaci¨®n habitual y mi gu¨ªa me dijo que era una exacta copia de la puesta en escena original. Antes de empezar la funci¨®n me se?al¨® a una placa que hab¨ªa en mi asiento. "Desde aqu¨ª, Stanislavski dirig¨ªa los ensayos", me dijo. Sab¨ªa la opini¨®n que ten¨ªa Ch¨¦jov de Stanislavski: dec¨ªa que hab¨ªa demasiados grillos en el sonido ambiente. "A veces", se quejaba, "los grillos no dejan o¨ªr a los actores". En la escena los actores ahora reproduc¨ªan la representaci¨®n original, hasta volv¨ªan los grillos. Me di cuenta de que el teatro y los actores eran otro museo Ch¨¦jov. Pero fue a mi regreso a Mosc¨² que conoc¨ª realmente a Ch¨¦jov.
Caminaba por Par¨ªs cuando me encontr¨¦ con una librer¨ªa de viejo en la Rive Gauche. Entr¨¦ y, no m¨¢s dejar detr¨¢s la puerta, vi en unos anaqueles, pero central, la biograf¨ªa de Ch¨¦jov de David Magarshack, que era famosa por su veracidad. La compr¨¦ enseguida y esa misma noche la comenc¨¦ a leer en el hotel. Aqu¨ª estaba el largo, inexplicable viaje que hizo Ch¨¦jov hasta la isla de Sajalin, cuando atraves¨® la Siberia en toda clase de transportes: diligencias, coches, trineos, porque todav¨ªa no se hab¨ªa construido el ferrocarril transiberiano. A pesar de su enfermedad (que Ch¨¦jov, aunque m¨¦dico, se negaba a considerar su gravedad), Ch¨¦jov a su regreso confes¨® que nunca se hab¨ªa sentido mejor que durante el viaje. Sajalin era una colonia penal rusa y Ch¨¦jov escribi¨® un largo reportaje de su largo viaje y su estancia entre los condenados. Todos est¨¢n de acuerdo en que es un libro menor sobre un viaje in¨²til: nadie sabe por qu¨¦ lo emprendi¨® Ch¨¦jov y sus razones siempre fueron especiosas.
Aqu¨ª estaba tambi¨¦n su terrible almuerzo en el restaurant Hermitage de Mosc¨², en el que sufri¨® una grave hemoptisis. No muri¨®, pero estuvo gravemente enfermo y fue cuando admiti¨® que padec¨ªa una tuberculosis avanzada. Su enfermedad no aparece en sus cuentos, pero s¨ª en sus cartas: era un corresponsal asiduo, escribi¨® miles de cartas. Muchas fueron para Olga Knipper durante su noviazgo: Ch¨¦jov estaba en Yalta, en la Crimen, por su clima, y Olga estaba en Mosc¨² porque era una actriz del Teatro de Arte. Terminaron cas¨¢ndose y ella vivi¨® la vida de una viuda eminente hasta 1957, cuando muri¨®.
Magarshack describe a Ch¨¦jov como un hombre alto, con bigote y barbilla, que usaba quevedos como si fueran gafas y estaba siempre muy atildado con su traje de tres piezas, pero su pelo m¨¢s revuelto que bien peinado. Su voz, que apenas alzaba, era calmada y el m¨¦dico era una mal paciente. Ya era una personalidad literaria considerable cuando comenz¨® a escribir para el teatro. As¨ª fue como conoci¨® a Olga Knipper, que mantuvo su nombre de soltera y sigui¨® actuando cuando se cas¨® con Ch¨¦jov y despu¨¦s de enviudar. Olga era de origen jud¨ªo por parte de padre, pero Ch¨¦jov nunca pade-ci¨® de antisemitismo, ese mal ruso que se manifestaba no s¨®lo en los diversos pogroms, sino en la vida com¨²n.
Cuando regres¨¦ a La Habana la culminaci¨®n de mi viaje fue un programa de televisi¨®n del semanario Lunes de Revoluci¨®n en Televisi¨®n. Consisti¨® de una biograf¨ªa ilustrada con fotos (Ch¨¦jov fue uno de los autores rusos m¨¢s retratados, siempre con su purito en la mano) y la adaptaci¨®n de uno de sus cuentos en que evidenciaba su pesimismo m¨¢s all¨¢ de todo remedio progresista (que era lo que pretend¨ªa el programa) y su melancol¨ªa. Los comunistas locales lo tildaron de reaccionario, refiri¨¦ndose a la vida del autor de La se?ora del perrito y a su literatura toda. En su perspectiva cr¨ªtica se hab¨ªan olvidado del Ch¨¦jov humorista y su visi¨®n del mundo, que daba a sus cuentos un tono psicol¨®gico maestro y fue muy influyente en otros escritores rusos como Bunin y Zoshchenko y en escritores ingleses como Somerset Maugham. Mi programa comenzaba por una frase que se mantiene todav¨ªa: "Ant¨®n Ch¨¦jov era un gran escritor".
Ahora, adelant¨¢ndose a la celebraci¨®n de los 100 a?os de su muerte, se publican varias biograf¨ªas y nuevas colecciones de sus cuentos y el gran ¨¦xito teatral del a?o fue la puesta en escena de sus Tres hermanas. Ch¨¦jov est¨¢ bien vivo en el teatro y con la publicaci¨®n de su antolog¨ªa de cuentos tempranos su nombre est¨¢ en todas las revistas y p¨¢ginas literarias. Una antolog¨ªa, The Undiscovered Chekhov, ha coleccionado 51 cuentos de nuevo traducidos o traducidos ahora. Un Ch¨¦jov renovado y sus historietas son en realidad una introducci¨®n a la modernidad y son una muestra temprana de la literatura del absurdo, Ch¨¦jov una vez m¨¢s un innovador del arte de narrar. Estas vi?etas, sketches y falsas an¨¦cdotas pertenecen a la ¨¦poca en que Ant¨®n Ch¨¦jov firmaba Antocha Chejonte y fue feliz.
Su importancia en el siglo XX no pudo ser mayor y ha influido no s¨®lo en la literatura y en el teatro, sino tambi¨¦n en el cine.
Ant¨®n Ch¨¦jov es el escritor ruso m¨¢s vivo y su influencia se extiende tambi¨¦n a este siglo XXI haci¨¦ndolo nuestro contempor¨¢neo.
? G. Cabrera Infante, 2003.
Realismo ruso
Ant¨®n Ch¨¦jov (1860-1904), dramaturgo y narrador, es
una de las m¨¢s se?eras figuras del realismo ruso. Estudi¨® medicina y empez¨® su carrera literaria publicando relatos humor¨ªsticos. Posteriormente brillar¨ªa por sus relatos breves y por su producci¨®n para la escena, entre las que sobresalen piezas como T¨ªo Vania, La gaviota, o El jard¨ªn de los cerezos, esta ¨²ltima estrenada por el c¨¦lebre te¨®rico del teatro Konstanin Stanislavsky.
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