El patinador
"Si de verdad les interesa lo que voy a contarles", murmura Caulfield posando el monopat¨ªn en el suelo. Cierra la puerta de su piso en la urbanizaci¨®n de Lacoma, baja en el ascensor y sale a la avenida de la carretera de la Playa, que es como vivir junto al r¨ªo Hudson. Y Caulfield, que no ejerce de guardi¨¢n entre el centeno aunque pudiera dedicarse a ello si le aprueban la Historia en el instituto, conduce el monopat¨ªn de la mano, como si fuera un cr¨ªo, por la acera de su casa en esta primera hora de la tarde del s¨¢bado, cuando otros adolescentes como ¨¦l, en su habitaci¨®n de solteros con banderines en las paredes, sue?an con ganar la competici¨®n que se convoca en la pista del Parque Sindical.
Desde la carretera de la Playa a la llanura de El Pardo hay una pendiente aliviada por los ingenieros de Obras P¨²blicas que Caulfield desciende encima de su tabla, situ¨¢ndose a la derecha de la calzada, pr¨¢cticamente en el arc¨¦n, para evitar el atropello de un veh¨ªculo desmandado. Caulfield se desliza por el asfalto con una tranquilidad sabia, su madurez asombra a todo el mundo menos a sus padres, que ven m¨¢s riesgos que beneficios en su odisea con el monopat¨ªn, incluso le han prometido un coche si deja este libertinaje de fin de semana. Pero Caulfield responde con las estad¨ªsticas oficiales de percances de autom¨®vil, superiores a los de otros medios de locomoci¨®n. Todo un cerebro de la dial¨¦ctica, este Caulfield.
Seguramente lo m¨¢s parecido a su viaje sea la aventura de un barco en alta mar. Pero Caulfield tiene la ventaja de que, conforme avanza a bordo de su tabla por la carretera de la Playa, se le revela el paisaje escondido entre urbanizaciones y chalets, de modo que encuentra motivos para alegrar la vista y no aburrirse tanto como el que, desde la barandilla de la cubierta de un buque, contempla el mon¨®tono horizonte de cielo y agua. Claro que Caulfield tampoco debe recrearse en el panorama que se extiende frente a ¨¦l -por m¨¢s que merezca la pena- y desatender la conducci¨®n de su propio cuerpo sobre la madera, que discurre a una velocidad de crucero para no perder el equilibrio o desbocarse.
Llega as¨ª al punto m¨¢s peligroso del recorrido, porque la bajada se curva antes de desembocar en la riada de El Pardo y el patinador debe moderar su impulso para no arrojarse ciegamente al camino que atraviesa. Lo m¨¢s socorrido es desmontar de la tabla y cruzar andando -como un transe¨²nte sin importancia para la tele-; pero el patinador sabe del sufrimiento del riesgo e intenta superar el trance con c¨¢lculo y habilidad, lo mismo que si estuviera ante el tribunal de oposiciones y de su respuesta correcta a la pregunta de Historia dependiera su colocaci¨®n laboral y su matrimonio con la chica enamorada del olor a linimento que sostiene su dentadura superior con un alambre.
La chica termin¨® su trabajo de fisioterapeuta a mediod¨ªa, y cuando Caulfield llega a la pista del Parque Sindical la ve coqueteando con los jugadores de rugby, como si ¨¦l no existiera. Tambi¨¦n distingue a sus padres, con gafas de sol y un cucurucho compartido de palomitas, en una zona de la grada. Est¨¢n un poco alejados del n¨²cleo de adolescentes que ans¨ªan la gloria de precipitarse con el monopat¨ªn por ese cuenco de bajada y subida y, ya en lo alto de todo, cuando el patinador ha tomado carrerilla para dibujar una acrobacia en la que parece tocar el cielo, girar vertiginosamente sin despegarse de la tabla y aceptar la ley de la gravedad, que obliga a descender por donde se ha venido.
Esta tarde de s¨¢bado Caulfield vuela en la pista y triunfa, aunque alguna vez caiga sobre el cemento. Al regreso, la trayectoria que fue de bajada se ha convertido en cuesta y los bloques de viviendas ocultan a los chalets. Mientras Caulfield remonta la pendiente de la carretera de la Playa, muchos j¨®venes marchan con el monopat¨ªn en sentido contrario al suyo. Sabe Caulfield que ha proyectado la semilla de su haza?a en el coraz¨®n de todos ellos, aunque no le reconozcan por la calle ni ¨¦l identifique a su peque?o heredero entre tanto patinador que viaja sobre la tabla. Ya en Lacoma, Caulfield abre la puerta del piso, besa a la mujer con dentadura de alambre y piensa que cuando uno se entera de que la vida s¨®lo tiene trayecto de ida, empieza a echarla de menos.
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