El proyecto de un fabulador
Despu¨¦s de la Guerra Civil, en 1940, P¨ªo Baroja regres¨® a Madrid. Ten¨ªa 68 a?os y cerca de cien libros publicados. Se instal¨® en el barrio de los Jer¨®nimos, en el piso 4? izquierda del n¨²mero 12 de la calle de Ruiz de Alarc¨®n, del que sal¨ªa a media ma?ana para dar un paseo por el parque del Retiro, tan cercano a su domicilio como el edificio de la Real Academia Espa?ola, a la que pertenec¨ªa desde 1935.
Los peri¨®dicos de posguerra contaban que ¨¦l, aunque ten¨ªa criada, muchas veces abr¨ªa la puerta al visitante, lo introduc¨ªa en la tertulia de sus amigos y se sentaba a seguir la conversaci¨®n.
Juan Benet, en Barojiana, ha hablado de esa tertulia al hacer una semblanza del novelista vasco que, ante la expectaci¨®n del mundillo literario de entonces, empezaba a publicar sus memorias. En ese decenio de los a?os cuarenta, pen¨²ltimo de la vida de Baroja, murieron su hermana Carmen y su cu?ado Rafael Caro Raggio, editor de la mayor parte de su obra; y, para sorpresa de los acostumbrados a su trayectoria de prosista, escribi¨® un libro de versos.
"Quer¨ªa ensayar la literatura. (...) Pod¨ªa vivir pobremente, pero con ilusi¨®n. Y me decid¨ª a ello"
Toda la obra de Baroja es un pronunciamiento. Esa voz podr¨¢ ser imitada, pero no falsificada. Transmite verdad
Se llama Canciones del suburbio (1944), y lo inicia recordando un incidente de su ni?ez, cuando vio pasar delante de su casa de Pamplona al reo que iban a ejecutar. Baroja ten¨ªa nueve a?os, y "cada detalle que observa le hace en el alma una herida". Hab¨ªa nacido en 1872, en San Sebasti¨¢n, en el n¨²mero 6 de la calle de Oquendo. Era el tercero de los hijos, y fue la actividad profesional de su padre, ingeniero de Minas, la que motiv¨® el traslado de la familia a Pamplona, Valencia -donde muri¨® en 1894 su hermano mayor, Dar¨ªo- y Madrid.
Aquel chico "p¨¢lido y rubio", que desde su ventana contempl¨® horrorizado el desfile del condenado a muerte -"dilatada la pupila", escribe el aprendiz de m¨¦dico- pose¨ªa un temperamento rom¨¢ntico. Nunca perdi¨® la afici¨®n a la ¨®pera y a las canciones populares de su tierra, mas como alumno no fue brillante. Estudi¨® la carrera entre Valencia y Madrid y se licenci¨® con una tesis sobre el dolor, donde ya leemos una observaci¨®n t¨ªpicamente suya: "Si nos fijamos en la fisonom¨ªa del hombre que sufre, es parecida a la del hombre que piensa".
Fue m¨¦dico en Cestona durante un a?o y no qued¨® satisfecho de la experiencia. Volvi¨® a San Sebasti¨¢n con su familia y estaba sin saber qu¨¦ hacer con su vida cuando su t¨ªa Juana Nessi le propuso regentar la panader¨ªa que ten¨ªan en Madrid -en la calle de Misericordia, cerca de la plaza de las Descalzas-, de la que ya se hab¨ªa ocupado su hermano Ricardo. Era el a?o 1896 y Baroja no lo dud¨®.
Para entonces hab¨ªa le¨ªdo a los novelistas franceses y rusos -se?aladamente Stendhal y Dostoievski- y a sus dos fil¨®sofos de cabecera, Nietzsche y Schopenhauer. Eran las v¨ªsperas del Desastre de Cuba y, seg¨²n cuenta Baroja en sus memorias, "al verse tantos hombres en las proximidades de los treinta a?os sin oficio, sin medios de existencia y sin porvenir", se estableci¨® en Madrid "una bohemia ¨¢spera, rebelde, perezosa, maldiciente y malhumorada".
Ten¨ªa 26 a?os, recuerda, cuando hizo balance y se plante¨® el futuro: "Hab¨ªa sido m¨¦dico de pueblo, industrial, bolsista y aficionado a la literatura. Hab¨ªa conocido bastante gente. El ir a Am¨¦rica no me seduc¨ªa. Llegar a tener dinero a los 50 a?os no val¨ªa la pena para m¨ª. Quer¨ªa ensayar la literatura. Yo comprend¨ªa que ensayar la literatura dar¨ªa poco resultado pecuniario, pero mientras tanto pod¨ªa vivir pobremente, pero con ilusi¨®n.Y me decid¨ª a ello".
D¨ªa a d¨ªa, pues, durante m¨¢s de medio siglo, este imaginativo fabulador repiti¨® la misma escena: se sentaba en el sill¨®n de su casa, desenroscaba la estilogr¨¢fica y llenaba cuartillas. Todos los a?os publicaba un libro -bastantes a?os, m¨¢s de uno- y realizaba un viaje por Europa. Se qued¨® soltero, pero no vivi¨® solo: en compa?¨ªa de su familia altern¨® su residencia madrile?a de la calle de Mendiz¨¢bal con el caser¨ªo de Itzea, en la localidad navarra de Vera del Bidasoa, que hab¨ªa adquirido en 1912.
Con 50 a?os, confiesa: "La vida que llevo en Madrid en 1918 es bastante sosa. Por la ma?ana leo o escribo, por la tarde salgo, compro libros viejos y voy a charlar a la redacci¨®n de Espa?a, y por la noche vuelvo a leer". Baroja divulg¨® el autorretrato de un hombre humilde y errante, que no tiene plan. Mas en esa falta de pretensiones, avalada por su repugnancia a la grandilocuencia y el ¨¦nfasis, alentaba la ambici¨®n de cumplir el reto que se hab¨ªa impuesto.
Se trataba de un destino y Baroja lo encar¨® -con la fatalidad que impulsa a muchos personajes suyos- incluso en los momentos excepcionales de la Guerra Civil. A Baroja el Alzamiento de 1936 le pill¨® en Vera de Bidasoa y estuvo a punto de ser fusilado en Santesteban por unos carlistas. Se refugi¨® en Francia, concretamente en la Ciudad Universitaria de Par¨ªs.
Fueron tres a?os de desajuste para quien hab¨ªa convertido la rutina en el motor de su actividad. Pero mientras se prolong¨® este exilio -con su incertidumbre ante un presente azaroso y un futuro imprevisible- Baroja continu¨® escribiendo, y algunos libros de entonces permanecen in¨¦ditos.
Asombra esa constancia en sacar adelante su proyecto sin desanimarse ni aburrirse, cuando a lo largo de su obra y tanto en boca de sus personajes como personalmente Baroja insisti¨® en el sinsentido y la monoton¨ªa de la existencia. Fiel a ese compromiso afront¨® el decenio de los cincuenta, que ser¨ªa el ¨²ltimo de su vida, con un nuevo ciclo novelesco: Saturnales.
Tuvo una excelente ayuda en su salud. Los que le consideraban atrabiliario y bilioso, fundamentalmente por sus ataques al catolicismo, se regocijaron en 1923 cuando le mordi¨® un perro y tuvo que seguir una cura antirr¨¢bica. Pero ¨¦sta es la an¨¦cdota de un organismo fuerte que s¨®lo al final min¨® la arteriosclerosis. Muri¨® el 30 de octubre de 1956, a los 84 a?os, en su casa del barrio de los Jer¨®nimos.
De ella parti¨® el entierro laico, con muy pocas autoridades y bastantes m¨¢s amigos, hacia el cementerio civil. Todos esos amigos eran lectores, y, en su mayor¨ªa, j¨®venes. Baroja confiaba en que los j¨®venes se sintieran atra¨ªdos por su obra por lo mismo que ¨¦l hab¨ªa permanecido fiel al legado formativo de su juventud.
Sobre unos cimientos levantados al final del siglo XIX Baroja construy¨® su sistema, y de ello habl¨® sin descanso a lo largo del siglo XX. ?D¨®nde est¨¢ el secreto de esa lozan¨ªa? No tanto en un resorte t¨¦cnico, de novelista adiestrado en no aburrir, como en la autenticidad de su voz. Toda la obra de Baroja es un pronunciamiento. Esa voz podr¨¢ ser imitada, pero no falsificada. Ser¨¢ egotista, como ¨¦l no niega, y podr¨¢ equivocarse, pero transmite verdad.
As¨ª se explica su influencia, porque siempre hay un adolescente que descubre la vida a trav¨¦s de un libro suyo y el experimento le deja at¨®nito y herido, desencantado y, a la vez, dispuesto a las m¨¢s nobles aventuras. Y ese lector as¨ª introducido en los ideales del mundo y en ese bagaje de convicciones elementales que para Baroja constituyen "el fondo insobornable" del ser humano, tiene a partir de entonces un maestro en ese amigo al que nuestra derecha llamaba "el hombre malo de Itzea".
Vitalismo pesimista
P¨ªo Baroja y Nessi (1872-1956) naci¨® en San Sebasti¨¢n (Guip¨²zcoa), estudi¨® y ejerci¨® la medicina, gestion¨® negocios familiares en Madrid y se dedic¨® al periodismo y a la literatura. En sus escritos, principalmente novel¨ªsticos, se despliega un caracter¨ªstico vitalismo pesimista. Cabr¨ªa destacar entre su obra series narrativas como Tierra vasca, La vida fant¨¢stica, La lucha por la vida o Memorias de un hombre de acci¨®n, novelas como Camino de perfecci¨®n y Las inquietudes de Shanti And¨ªa, o sus escritos autobiogr¨¢ficos, Desde la ¨²ltima vuelta del camino.
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