La movilizaci¨®n
En el mes de mayo del a?o 1973, y para abortar una huelga del personal de la Direcci¨®n General de Correos y Telecomunicaciones, el entonces ministro de la Gobernaci¨®n, Carlos Arias Navarro, distribuy¨® entre todos los empleados una tarjeta del Servicio de Movilizaci¨®n Nacional como paso previo a la militarizaci¨®n del servicio.
Este alarde de poder, previo al esp¨ªritu del 12 de febrero, logr¨® su objetivo y las luchas reivindicativas quedaron frustradas en sus inicios. La historia sigui¨® su curso y a los trabajadores afectados nos qued¨® el miedo en el cuerpo y una tarjeta de militarizaci¨®n en la que se nos asignaba incluso la categor¨ªa militar que nos correspond¨ªa seg¨²n el cargo o puesto de trabajo, en mi caso la de sargento primero.
La posibilidad de que el Gobierno de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar pueda conseguir, en otro alarde de poder, la aprobaci¨®n de una nueva Ley de Movilizaci¨®n, me ha tra¨ªdo a la memoria aquellos tiempos, el sabor amargo de una dictadura sufrida en silencio, con rabia e impotencia, y no he podido evitar las comparaciones.
Entonces la justificaci¨®n de la movilizaci¨®n militar era la prevenci¨®n de un movimiento reivindicativo que, a juicio de los dirigentes, pod¨ªa alterar el orden y la convivencia entre los s¨²bditos de la dictadura. Hoy esa justificaci¨®n queda a¨²n m¨¢s difuminada y lejana, basta para ello con que se produzca una "situaci¨®n de amenaza o agresi¨®n a la seguridad de nuestros aliados".
El peligro que corr¨ªamos en la aciaga dictadura se limitaba a la sanci¨®n, ejemplar por supuesto, ante la desobediencia y rebeld¨ªa. Los riesgos a que ahora se pueden exponer todos los espa?olitos pac¨ªficos mayores de edad son de mayor enjundia, y es que les pueden pegar cuatro tiros a poco que los ciudadanos de Estados Unidos se sientan amenazados. En uno y otro caso, el resultado es el mismo: marcar el paso al son que te digan, posici¨®n de saludo, rancho y chusco. La rabia y la impotencia tambi¨¦n siguen siendo las mismas.
Ante tanta frustraci¨®n y desasosiego, s¨®lo me queda un consuelo, y es que, en caso de movilizaci¨®n, las autoridades tuviesen a bien respetarme el grado de sargento primero que ya entonces me merec¨ª y me otorgaron. Ser¨ªa una deferencia, y yo, m¨¢s contento que unas pascuas, podr¨ªa lucir galones y entorchados hasta convertirme en objeto de envidia de amigos y vecinos, porque, se diga lo que se diga, un buen uniforme con gorra causa respeto.
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