El desarraigado hombre delf¨ªn
El fondo del mar, mundo angustioso para la mayor¨ªa de los mortales, territorio desconocido y espeso, plagado de monstruos reales o imaginarios, es uno de los grandes escenarios de la aventura. Desde Jon¨¢s y Nemo hasta Auguste Piccard, el padre del batiscafo, y Hans Hass, que intim¨® con la diab¨®lica gran manta del mar Rojo, muchos son los que se han sumergido en las maravillas, pavores y misterios submarinos, bajo un cielo l¨ªquido tachonado de medusas. De entre esa arrojada y rom¨¢ntica legi¨®n acu¨¢tica de pescadores de perlas, corales y esponjas, buzos, rescatadores de tesoros, Nemrods con aletas, descifradores de abismos, investigadores y visionarios de las profundidades, surge Jacques Mayol (1927-2001), el malogrado hombre delf¨ªn, capaz de bajar a cuerpo limpio hasta donde no lo hac¨ªan los sumergibles de la I Guerra Mundial.
Buce¨® en todos los mares y se dej¨® conducir al abismo por delfines. Rastre¨® la Atl¨¢ntida y fue el primero en descender en apnea por debajo de 100 metros
El buceador franc¨¦s (nacido en Shanghai de padres franceses y con ascendencia mallorquina) se esforz¨® toda su vida en reconciliar al hombre con el mar, en encontrar el m¨¦todo para devolver al ser humano su -dec¨ªa- ancestral capacidad acu¨¢tica, para redimirlo, libre del m¨¢s que natural miedo a ahogarse, en la feliz, pura y primigenia matriz del oc¨¦ano. Cre¨ªa Mayol en la existencia de un at¨¢vico "reflejo de inmersi¨®n", encapsulado en el subconsciente, cuyo despertar har¨ªa posible que el hombre buceara en armon¨ªa con el agua, despojado de cualquier procedimiento artificial. Los espasmos intrator¨¢cicos que experimentaba a gran profundidad y que a cualquiera nos hubieran resultado ag¨®nicos le proporcionaban, sosten¨ªa, un gran bienestar. En el curso de su controvertida b¨²squeda prometeica y cuasiespiritual, fisiol¨®gica y psicol¨®gica, en la que se sirvi¨® del yoga, el zen y los delfines (y tambi¨¦n recurri¨® al ajo), Mayol vivi¨® aventuras sin cuento: viajero compulsivo, buce¨® en todos los mares y en los lagos helados de los Andes, experiment¨® hasta la extenuaci¨®n y el l¨ªmite con su cuerpo y su alma, rastre¨® m¨ªticas civilizaciones sumergidas (crey¨® en la existencia de la Atl¨¢ntida y el imperio de Mu), busc¨® galeones hundidos y bati¨® varias veces el r¨¦cord mundial de inmersi¨®n en apnea, siendo el primer humano -en 1976, junto a la isla de Elba- en descender a m¨¢s de 100 metros de profundidad a pulm¨®n libre (pronostic¨® que el hombre llegar¨ªa a los 200: en la actualidad, el r¨¦cord est¨¢ ya por debajo de los 160 metros).
Fue en el curso de una de sus expediciones al abismo bajo la divisa "siempre m¨¢s profundo", el 19 de octubre de 1983, con 56 a?os, cuando, como explican en su esclarecedora biograf¨ªa del personaje su hermano mayor Pierre y Patrick Mouton (Jacques Mayol, l'homme dauphin. Arthaud, 2003), el buceador alcanz¨® el nirvana marino. Tras realizar sus ejercicios de pranayama, Mayol se dej¨® arrastrar por el lastre y empez¨® a descender velozmente. A los 80 metros, ya casi en oscuridad total, experiment¨®, "la sensaci¨®n de metamorfosearme en animal marino, una vaga borrachera, como si facultades latentes desconocidas despertaran en m¨ª". Con asombrosa facilidad sigui¨® bajando, igual que en un sue?o, sin agobio, sin miedo. Tras llegar a los 105 metros inici¨® el regreso para emerger feliz tres minutos y 15 segundos despu¨¦s del inicio de la larga ca¨ªda entre las aguas.
Anhelaba ser un delf¨ªn y buceaba con sus mismas fluidez y elegancia, pero ten¨ªa m¨¢s bien el car¨¢cter desabrido de una barracuda. Lo que no ha sido ¨®bice para que millares de admiradores le tengan como gur¨² del buceo y le veneren como un semidi¨®s de las profundidades -se ha criticado precisamente el que su evangelio marino, plasmado en su libro m¨¢s famoso, Homo delphinus (Gl¨¦nat, 1986), haya podido llevar a ahogarse a seguidores que cre¨ªan demasiado al pie de la letra en sus ideas-. Hombre dif¨ªcil, imprevisible, egoc¨¦ntrico, solitario, turbulento, incluso antip¨¢tico, incapaz de arraigar en ning¨²n sitio y de establecer v¨ªnculos duraderos, gran seductor de mujeres, sin embargo, Mayol vio al final de sus d¨ªas c¨®mo la felicidad que hab¨ªa rastreado en el mar se disolv¨ªa en una abisal depresi¨®n que le aboc¨® al suicidio. A diferencia de su admirado Martin Eden, el personaje de la novela hom¨®nima de Jack London con el que siempre se identific¨®, y del protagonista de El gran azul, la c¨¦lebre pel¨ªcula de 1988 de Luc Besson basada libremente en la propia vida de Mayol, el trit¨®n franc¨¦s no quiso matarse en el mar, sino que eligi¨® ahorcarse, colgado de una viga en Glaucos, su villa en Elba. Dec¨ªa Bachelard que las aguas profundas aluden al alma y a la muerte. Renunciando a morir en ellas quiz¨¢ pens¨® Mayol en rendirles un ¨²ltimo servicio, neg¨¢ndose a entintarlas m¨¢s con la sombra de su suicidio y el luto de su desaparici¨®n. O acaso es que, como un Anteo acu¨¢tico, cre¨ªa que su muerte s¨®lo podr¨ªa producirse fuera del que consideraba elemento maternal.
Rival de Maiorca
El episodio de su biograf¨ªa que le hizo m¨¢s popular y le puso en el disparadero de una carrera deportiva que, sin embargo, nunca se cont¨® entre sus prioridades, fue su rivalidad con el campe¨®n italiano de apnea Enzo Maiorca (reflejada en El gran azul). El filme, en el que Mayol colabor¨®, no le satisfizo. Le molest¨® verse convertido en vedette internacional tras el ¨¦xito del mismo y no por sus propios m¨¦ritos. Y sobre todo se sinti¨® estafado porque el contrato que firm¨® con Besson le garantizaba una suma fija y no derechos de porcentaje sobre la (inmensa) recaudaci¨®n del filme.
Es dif¨ªcil juzgar el legado del hombre delf¨ªn franc¨¦s. Seguramente no est¨¢ tanto en su mensaje filos¨®fico ni en sus ideas visionarias. Rompiendo con la gran tradici¨®n depredadora y extra?ada de la penetraci¨®n de nuestra especie en el mar, Mayol propuso un nuevo modelo de una emotiva pureza, lleno de respeto, casi est¨¢ uno tentado de escribir amor, y en el que el viejo horror a los abismos y a la asfixia se trocaba en una suerte de dulzura maravillada. Como si -imposible pero hermoso sue?o- el camino de la aventura de las profundidades nos condujera, en realidad, a casa.

El peligro de entrometerse en el amor de las ballenas
DE TODAS las legendarias maravillas de las aguas, destacaba Michelet el ardiente apareamiento de las ballenas, espect¨¢culo que ahuyentaba a todos los testigos. Muy al contrario, Jacques Mayol, el hombre delf¨ªn, deseoso de observar de cerca en Silver Bank la coyunda de los cet¨¢ceos, sus primos al cabo, se sumergi¨® entre ellos en apnea. Ensimismado en la contemplaci¨®n de una hembra que exhib¨ªa su enorme vagina abierta hacia lo alto, no se apercibi¨® de la llegada por detr¨¢s de un macho encendido, de casi veinte toneladas y con todos los atributos genitales -que son muchos- dispuestos a funcionar. El buceador tuvo que esforzarse en una nataci¨®n compulsiva para evitar quedar emparedado entre los dos vientres ansiosos. Hubiera sido un final ir¨®nico para alguien tan imbuido de amor al mar.
En su gran aventura marina, Mayol fue especialmente deudor de las viejas tradiciones ancestrales de buceo, que rastre¨® por todo el mundo. Se apasion¨® con el mundo de las amas, las desnudas buceadoras profesionales japonesas. Tambi¨¦n investig¨® las t¨¦cnicas de los ¨²ltimos pescadores griegos de esponjas; las de la etnia buceadora filipina de los Badjaos, los sandokanes del abismo, que pescan entre el mar de las C¨¦lebes y el de Sulu, o las de los polinesios de las Tuamotu. La tradici¨®n es, por supuesto, mucho m¨¢s larga (v¨¦ase el evocador libro de Patrick Mouton Les h¨¦retiers de Neptune. Gl¨¦nat, 1989, que incluye un cap¨ªtulo sobre el propio Mayol), y forman parte de ella los osados urinatores romanos, encargados de rescatar los cargamentos de los nav¨ªos hundidos y que utilizaban aceite, que guardaban en la boca antes de lanzarse al agua, para, solt¨¢ndolo ante el rostro, poder ver bajo el mar.
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