Aznar y Maragall
Una vez m¨¢s, frente a frente, una idea est¨¢tica y una idea din¨¢mica de Europa y de Espa?a. Maragall habla de una eurorregi¨®n emergente, la que reunir¨ªa a algunos territorios de la antigua Corona de Arag¨®n, y toda la capacidad de ruido del PP, con Aznar y Arenas como trompetistas principales, cae sobre ¨¦l. Maragall debe estar agradecido a Aznar, porque le est¨¢ regalando la mejor campa?a electoral que el candidato socialista a la presidencia de la Generalitat podr¨ªa so?ar. S¨®lo le falta aprovecharlo.
Por una casualidad que ahora no viene a cuento, el jueves anterior a las elecciones auton¨®micas de 1999 estuve en un almuerzo con Felipe Gonz¨¢lez, que hab¨ªa viajado a Barcelona para participar en el mitin central de la campa?a de Maragall. El ex presidente del Gobierno sorprendi¨® a los presentes -entre ellos, varios altos dirigentes socialistas catalanes- diciendo que era casi imposible que ganaran aquellas elecciones, que el PSC en las auton¨®micas hab¨ªa sido siempre incapaz de ofrecer a "su gente" -el electorado genuino de Felipe, se sobreentend¨ªa- algo que realmente le motivara y que as¨ª dif¨ªcilmente pod¨ªan aspirar a la victoria. "Toda campa?a necesita un cohete -dijo- y aqu¨ª no ha habido cohete". Dirigi¨¦ndose a Narc¨ªs Serra, puso este ejemplo: "?Por qu¨¦ t¨², Narc¨ªs, en las generales del 96 hiciste tan buen resultado a pesar de que perdimos el Gobierno espa?ol? Porque mandaste un mensaje muy claro a mi gente: Felipe o Aznar, escoge".
Pues bien, el PSC, una vez m¨¢s, parec¨ªa decidido a arrancar la campa?a sin cohete y ha tenido la gran suerte de que Aznar lo ha disparado en su lugar. La reiterada agresividad de Aznar y el PP contra Maragall, aunque tenga como objetivo real a Rodr¨ªguez Zapatero, permite al candidato del PSC presentarse hoy como la verdadera alternativa a Aznar y al PP. Y hacer de una victoria suya en Catalu?a condici¨®n necesaria, aunque no suficiente, para una derrota del PP el a?o pr¨®ximo. Este mensaje s¨ª puede ser estimulante para la gente de Felipe y para otras muchas gentes m¨¢s. Aunque bien es cierto que toda estrategia de campa?a tiene sus riesgos y en este caso ser¨¢ interesante saber qu¨¦ pesa m¨¢s en el sector de electorado socialista m¨¢s reticentes a las auton¨®micas: el antiaznarismo o el espa?olismo.
Maragall tiene argumentos para aceptar el debate de t¨² a t¨² con el presidente del Gobierno: ha sido ¨¦l, por lo menos aparentemente, el que ha conseguido que el discurso sobre Espa?a del PSOE se distanciara del PP, y que frente a la Espa?a una y est¨¢tica empezar¨¢ a tomar consistencia como alternativa posible una idea de Espa?a plural y din¨¢mica. Y es Maragall quien, a diferencia de sus adversarios, los nacionalistas de CiU, puede garantizar que nunca gobernar¨¢ ni pactar¨¢ con el PP. CiU ha pactado con el PP y todo el mundo sabe -empezando por sus propios dirigentes- que lo volver¨¢ a hacer si las circunstancias lo permiten o lo exigen. Y que, sin Pujol, la hip¨®tesis de gobernar conjuntamente con la derecha espa?ola no es imposible, como Piqu¨¦ se cuida de recordar peri¨®dicamente.
La campa?a del PSC ya tiene cohete como ped¨ªa Gonz¨¢lez en el 99. Aznar lo ha puesto en acci¨®n, porque desde su atalaya central la vista se enturbia cuando alcanza la periferia. Y porque, sabedor de las escasas opciones del PP en Catalu?a, sus c¨¢lculos tienen otros objetivos: desbancar a Chaves en Andaluc¨ªa y fortalecer la uni¨®n patri¨®tica en torno al PP en el delicado momento sucesorio. No es extra?o que dirigentes de CiU no cesen de mandar mensajes a La Moncloa pidiendo que Aznar retire a Maragall el estatuto de enemigo n¨²mero uno. Saben el da?o que les est¨¢ haciendo.
Pero m¨¢s all¨¢ de la coyuntura electoral, la reacci¨®n del PP a la alusi¨®n de Maragall a la Corona de Arag¨®n confirma la escasa vocaci¨®n europe¨ªsta de Aznar y su sesgada visi¨®n de las cosas. Dejemos de lado lo anecd¨®tico: la referencia a la Corona de Arag¨®n, sin N¨¢poles ni Cerde?a, por supuesto. Algo que cualquier mente normalmente constituida sabe que es un chiste-provocaci¨®n pero que el sectarismo del PP ha convertido en centro de su demagogia. La diferencia de fondo es que mientras el PP tiene una visi¨®n est¨¢tica de Europa, otros tienen una visi¨®n mucho m¨¢s din¨¢mica. Porque lo que est¨¢ diciendo Maragall es simplemente que si nos creemos de verdad el proyecto europeo, si asumimos la realidad de las soberan¨ªas compartidas, las fronteras interiores de Europa se desdibujar¨¢n -de hecho, ya se est¨¢n desdibujando- y la arquitectura territorial tomar¨¢ formas nuevas y cambiantes. En esta l¨®gica, es perfectamente razonable que en torno a Catalu?a y con la fuerza de atracci¨®n de la capital catalana, se cree un ¨¢rea de interrelaci¨®n econ¨®mica y social en un pol¨ªgono limitado por Zaragoza, Valencia, Palma y Montpellier. Y es l¨®gico que los gobernantes hagan propuestas pol¨ªticas para favorecer esta integraci¨®n regional. Del mismo modo que el PP, conforme a su idea est¨¢tica de Europa y de Espa?a, hace pol¨ªticas encaminadas a boicotear cualquier iniciativa de este tipo, utilizando a la Comunidad Valenciana como comunidad probeta de su modelo auton¨®mico.
Si en la econom¨ªa globalizada, Madrid pretende ser la capital del ¨¢rea latinoamericana (y nadie le acusa de romper la unidad de Espa?a por ello, a pesar de que est¨¢ haciendo asumir serios riesgos a la econom¨ªa espa?ola para conseguirlo), a nadie deber¨ªa escandalizar que Catalu?a se proponga algo mucho m¨¢s modesto como es liderar una eurorregi¨®n. Artur Mas se ha dado cuenta y ha salido al quite porque no quiere que Maragall monopolice esta iniciativa.
Conforme a la idea de Europa y de Espa?a que tiene Aznar, a Madrid nada le est¨¢ vedado y el resto del pa¨ªs tiene que actuar siempre en funci¨®n de los designios del sistema de intereses pol¨ªtico-econ¨®micos trabado por el PP y domiciliado en la capital. La idea de Europa de Aznar es est¨¢tica en el sentido de que hay una unidad b¨¢sica e inalterable de articulaci¨®n europea: los Estados, l¨ªmite y horizonte del proyecto europeo. La idea din¨¢mica de Europa parte de una comprensi¨®n abierta de la realidad que deber¨ªa permitir a la pol¨ªtica optimizar el mapa que dibujan los nuevos flujos econ¨®micos y humanos. A una idea est¨¢tica de Europa se corresponde una idea est¨¢tica de Espa?a: de ah¨ª la obsesi¨®n del PP de cerrar para siempre el Estado auton¨®mico. La tradici¨®n conservadora necesita pensar en unidades perfectamente definidas. Y en esto se hermanan la idea unitaria de Espa?a y las ideas unitarias de aquellos nacionalismos perif¨¦ricos que, a estas alturas, siguen pensando en que a toda naci¨®n -basada en una presunta homogeneidad cultural y ¨¦tnica que ya no existe en ning¨²n lugar- corresponde un Estado. Aznar e Ibarretxe chocan, pero se retroalimentan, la l¨®gica es la misma. Aznar y Maragall se mueven en l¨®gicas distintas. Aznar busca enemigo en Catalu?a para repetir la confrontaci¨®n retroalimentadora que tiene con el PNV. No puede ser CiU porque sabe que a corto plazo el PP no tiene otra opci¨®n de poder en Catalu?a que un acuerdo con los nacionalistas. Aznar opta por atacar a Maragall, que le irrita especialmente, porque es un discurso que no es sim¨¦trico con el suyo. Por eso, lo presenta como el discurso ininteligible, el discurso del extraviado.
Efectivamente, para Aznar es un sinsentido. Seg¨²n Aznar, Europa es una suma de Estados. Para Maragall, Europa es una realidad supranacional que permite nuevas formas de cooperaci¨®n, de articulaci¨®n y de acci¨®n pol¨ªtica. Y, en consecuencia, Aznar sigue pensando en una Espa?a r¨ªgida y homog¨¦nea, aunque sea a palos. Y Maragall propone una idea de Espa?a que rompa los nichos identitarios y asuma la pluralidad real propia de las sociedades abiertas, sin miedo a desafiar las fronteras tradicionales: las legales, las ideol¨®gicas y las culturales. Como tema de confrontaci¨®n pol¨ªtica me parece m¨¢s estimulante que la eterna representaci¨®n del choque entre nacionalismos, que si en el Pa¨ªs Vasco es una tragedia, en Catalu?a, afortunadamente, no es mucho m¨¢s que una comedia de enredo.
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