Abreu, el futuro, el 'kitsch'
"El dios de su trilog¨ªa
futurista tiene dos
mandamientos: consumir¨¢s
siempre y no te aburrir¨¢s nunca"
Juan Abreu: en el ¨²ltimo de sus textos, la novela Orlan 25 (Mondadori), que Iv¨¢n de la Nuez present¨® ayer en el FNAC, figuran unos implacables Guerreros Lladr¨®, al servicio del Gobierno Mundial, contra los que luchan las fuerzas guerrilleras de Orlan, que es la vigesimoquinta clonaci¨®n de la famosa artista francesa que desde principios de los a?os noventa viene haciendo de su propio cuerpo su obra, y de los quir¨®fanos donde se somete a sucesivas operaciones de cirug¨ªa pl¨¢stica, su estudio y taller de artista.
Akira Kurosawa film¨® a un personaje que se mete en un cuadro de Van Gogh, en la pel¨ªcula Sue?os; y en el cuento La visita al museo, de Vladimir Nabokov, un exiliado ruso se pierde por los corredores de un museo provinciano en el sur de Francia y desemboca en la Rusia bolchevique; los guerrilleros de Orlan 25 se desplazan por el mundo con gran facilidad a trav¨¦s de los cuadros de Rembrandt, de Bonnard o de Philip Guston... estos traspasos m¨¢gicos, propios de los cuentos de hadas infantiles, ocurren a troche y moche en la novela del cubano Abreu, tambi¨¦n un exiliado, de origen catal¨¢n, o al menos eso sugiere su apellido. "Mis abuelos eran espa?oles, pero no s¨¦ de d¨®nde", me dice con el tono de que tampoco le importa saberlo. Lleva seis a?os viviendo en Barcelona, adonde lleg¨® despu¨¦s de muchos a?os en Miami y donde decidi¨® afincarse tras echarle una mirada a otras ciudades europeas y decidirse por ¨¦sta, que le pareci¨® perfecta, ni demasiado grande ni demasiado peque?a, y con una industria editorial que publica sus libros.
Lleva seis a?os viviendo en Barcelona, donde decidi¨® afincarse tras echarle una mirada a otras ciudades europeas
Orlan 25 es la segunda entrega, tras Garbageland, de su trilog¨ªa futurista, donde fabula una guerra de resistencia contra un Dios que garantiza la inmortalidad y cuyos ¨²nicos mandamientos se resumen en dos, que son: "Consumir¨¢s siempre" y "no te aburrir¨¢s nunca", contra sus ej¨¦rcitos de Mickeys Mouses y guerreros Lladr¨®. Un Dios malvado. Ya dej¨® dicho Hermann Broch que el kitsch es la m¨¢scara del mal, y el productor de kitsch, un ser ¨¦ticamente abyecto.
No he visto nunca los cuadros que pint¨® Abreu, respecto a su pintura s¨¦ que estudi¨® en la Escuela de Arte de La Habana, que despu¨¦s de fugarse de la isla-c¨¢rcel empez¨® a exhibir en Estados Unidos, y que en Gimnasio (Poliedro), un compendio de apuntes y de observaciones bastante m¨¢s desinhibidas de lo que entre nosotros es habitual sobre los tipos, los h¨¢bitos, los ambientes y cuerpos propios de los gimnasios, cuenta de pasada: "... Hice carrera como pintor; los cr¨ªticos no me trataban mal y hay barrabasadas decorativas m¨ªas en varios museos norteamericanos...".
En cuanto lleg¨® a Barcelona "huyendo del futuro", que para ¨¦l ya est¨¢ encarnado en Estados Unidos, hacia cuyo sistema de vida tiende el mundo entero, dej¨® los pinceles y volvi¨® a escribir, como lo hab¨ªa hecho en los a?os setenta, en Cuba, clandestinamente y bajo el tutelaje de su amigo Reinaldo Arenas, el autor de Antes de que anochezca.
"En realidad", dice Abreu, "soy un autodidacta, mi verdadera profesi¨®n y oficio era el militar; estuve cuatro a?os en el ej¨¦rcito trabajando en la zafra y en otros empleos de esclavo, pues para eso usan all¨¢ al ej¨¦rcito, como mano de obra barata. Un d¨ªa Rey [Arenas] apareci¨® con la lista de los 100 libros m¨¢s importantes, los 100 que hay que leer, y me dijo, aunque no s¨¦ si se lo inventar¨ªa, que la lista se la hab¨ªa pasado Lezama Lima, que era, claro, para nosotros la m¨¢xima autoridad en cuestiones literarias".
Abreu se ley¨® detenidamente esas 100 obras maestras absolutas, y se lanz¨® a escribir, siguiendo la idea rom¨¢ntica de Arenas de que todo es sacrificable a la obra. Escond¨ªan los manuscritos en casas de amigos, y hasta en alg¨²n momento de especial persecuci¨®n y paranoia enterraron alguno en un parque c¨¦ntrico de La Habana con la esperanza de recuperarlos alg¨²n d¨ªa y sacarlos de Cuba, afrontando confiscaciones y c¨¢rceles, resignados a escribir cada libro por lo menos dos veces... Pero todo esto, y el hambre, y otras cosas terribles y emocionantes de los a?os de formaci¨®n y amistad con Reynaldo Arenas las cuenta Abreu en La sombra del mar (Casiopea), unas memorias raras, inclasificables, que se presentan bajo la forma de colecci¨®n de pr¨®logos para un texto inexistente, nunca escrito o nunca rescatado de su tumba en alg¨²n parque p¨²blico de La Habana, cerca, quiz¨¢, del monumento a Ubre blanca, la vaca lechera que a Fidel Castro le gustaba orde?ar.
Juan Abreu es uno de esos supervivientes de experiencias inauditas que no se quejan ni se recrean en la nostalgia. Pocas cosas se toma en serio, pero ¨¦sas, se dir¨ªa, con una gravedad absoluta, obsesiva. A m¨ª me parece que ya es invencible, inmune a todo kitsch.
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