Espa?a, una estaci¨®n cualquiera
PREGUNTA. ?Por qu¨¦ esa fascinaci¨®n con Espa?a?
RESPUESTA. Lo he dicho muchas veces, el paisaje espa?ol es tan vac¨ªo. All¨ª uno se puede imaginar historias. Hay una energ¨ªa, no s¨¦, er¨®tica. Es un pa¨ªs con espacios enormes donde no hay nada, donde piensas, si alguien viniera por aqu¨ª pasar¨ªa algo, estar¨ªamos abiertos el uno al otro. Tal vez es por esto. Tambi¨¦n es porque soy lector de Juan de la Cruz y Teresa de ?vila, que he le¨ªdo palabra por palabra en castellano, y a Luis de Le¨®n, el sucesor de Horacio. Cuando fui a Espa?a, atravesando los Pirineos, y llegu¨¦ a La Mancha, estaba escribiendo Ensayo sobre el cansancio (1989) y despu¨¦s fui en tren en direcci¨®n sur. El viaje se me hizo muy largo. Me baj¨¦ en una estaci¨®n cualquiera, Linares, Baeza, ?beda, no sab¨ªa d¨®nde estaba. Linares me pareci¨® tan misteriosa, pens¨¦ que era como una ciudad b¨ªblica sin tiendas de campa?a. Y simplemente me qued¨¦ all¨ª.
P. ?C¨®mo ve la Espa?a de ahora en comparaci¨®n con la que conoc¨ªa antes, a finales de los a?os ochenta?
R. Los espa?oles ahora son europeos, casi demasiado. Puede sonar c¨ªnico, pero opino que ciertas fronteras entre los pa¨ªses no est¨¢n mal. Para que no se vuelva todo igual, para que uno no pueda estar en todas partes como si nada. Las ciudades espa?olas, sobre todo las peque?as, siguen conservando su singularidad. Eso me atrae, sea en Segovia o en Zamora; sales de la ciudad y enseguida est¨¢s en plena meseta. No es as¨ª en las ciudades francesas, inglesas o alemanas. Y que las ciudades peque?as tengan tanta fuerza como hay en Linares, Ja¨¦n, Cuenca. Tal vez sea un enga?o, pero da igual, lo importante es que el enga?o produzca algo.
P. ?Y la Espa?a del Gobierno de Aznar?
R. No, no hace falta que yo tambi¨¦n meta mi cuchara ah¨ª. Basta con decir que estoy totalmente perplejo con la actuaci¨®n en Irak. Encuentro completamente incomprensible este arrimarse a Bush. De todos modos, se observa como fen¨®meno general que la confianza en la pol¨ªtica, en que haya comunicaci¨®n entre los pol¨ªticos y los ciudadanos, como ocurri¨® con Bruno Kreisky en Austria o con Willy Brandt en Alemania, eso se acab¨®. Desde que al principio de los a?os noventa, con el conflicto de Yugoslavia, Europa empez¨® realmente a cambiar de cara, a convertirse en otra Europa, no en la que podr¨ªa haber sido, en algo -bueno, pero mejor dejemos este tema-, desde entonces, todo lo que es pol¨ªtica se ha convertido en un gui?ol. No es necesario crear caricaturas; ya est¨¢n en todas partes. Se ha producido un fen¨®meno curios¨ªsimo de barbarismo y de degeneraci¨®n en los pol¨ªticos, sea Chirac o Aznar. El barbarismo en combinaci¨®n con la degeneraci¨®n, en el lenguaje, en las im¨¢genes, en las posturas y reflexiones, hay una insensibilidad hacia todo lo que es diferente y lo que es pr¨®ximo. Pero tambi¨¦n tiene que ver con el modo en que ha evolucionado Occidente. C. D.
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