La gran comedia

Los hermanos Joel y Ethan Coen siguen afinando, entre altibajos, su instinto y su ciencia de comediantes. Han buscado casi siempre combinar las inagotables tradiciones de la comedia cl¨¢sica de Hollywood con su marca de f¨¢brica, su gusto por la rareza y por algo tan poco risue?o como el golpe de efecto l¨²gubre y chocante, surreal y expresionista.

Estos magn¨ªficos aventureros del peligroso juego de ir contra la corriente en el cine estadounidense a veces meten la pata y otras equilibran con cautela su prurito de autor¨ªa y su instinto de comediantes de pura raza, y as¨ª logran delicias de genuina comedia como las que vertebran Fargo y El gran

Lebowski, donde se resuelven con mucha soltura las enormes dificultades de construcci¨®n que ofrece este dif¨ªcil g¨¦nero, que es el m¨¢s necesitado de un guionista y un director con regla de c¨¢lculo entre los ojos, y de un productor sagaz que confeccione un reparto a la medida de ese c¨¢lculo. Y todo esto les lleva a esta divertida y preciosa Crueldad intolerable, que es una magn¨ªfica comedia, de notable singularidad pero de corte cl¨¢sico, que bebe, pero sin que asome en ella el menor indicio de parasitismo, de fuentes tan vivificadoras como las de la comedia seg¨²n Preston Sturges, Mitchel Leisen y Howard Hawks.

El resultado es un trabajo formal de gran vuelo, una comedia exacta, de las trazadas con tiral¨ªneas, de cuya geometr¨ªa interior el ingenio desbordado de los hermanos Coen saca chorros de vitalidad, mientras salta de la pantalla un caudal de chispas de gracia de un reparto perfecto y en vena, arrastrado por un George Clooney magistral, irresistible, que da lecciones de inteligencia y ciencia interpretativa y borda un trabajo concebido abiertamente a la sombra de Cary Grant y Spencer Tracy, pero que no se achica ante la losa de un cotejo con aquellos genios inimitables y juega con l¨®gica propia de t¨² a t¨² con su memoria, rizando rizos nada f¨¢ciles.

Le da a Clooney la r¨¦plica la galesa Catherine Zeta-Jones, que no hace falta decir que rompe la pantalla con su simple presencia, pero que adem¨¢s est¨¢ a la altura de su formidable contrincante en una gozosa pelea esquinada llena de recovecos y formas retorcidas y canallas de agresi¨®n, una inefable pelea que obviamente es el lado duro, a veces incluso feroz, del amable idilio de fondo, que est¨¢ all¨ª, como mandan los c¨¢nones, en las enrevesadas leyes de la comedia.

Y, como tambi¨¦n mandan los c¨¢nones, esta amorosa lucha -entre un liante picapleitos y una voraz depredadora de maridos ricos- necesita pausas y respiraderos, descansos entre round y round, que ocupan personajes menores pero magn¨ªficamente construidos de un solo trazo grueso, que contrastan con el trazo fino con que los Coen dibujan a los dos protagonistas y que permiten a Geoffrey Rush y Billy Bon Thornton sostener con refinada eficacia histri¨®nica el inefable tinglado de la gran comedia.