El factor Letizia
Cuando el narrador lleg¨® a su casa, Letizia ya invad¨ªa el sill¨®n isabelino, el sof¨¢ de tejido lavable, un fuego de la vitrocer¨¢mica y hasta su propio ordenador. "Disc¨²lpame, le dijo amablemente, pero tengo que preparar los informativos, ?me permites, no?". Era una mujer discreta y disciplinada, pero ¨¦l estaba abrumado por aquel espect¨¢culo, y se retir¨® a su dormitorio, mientras sus hijos mostraban a Letizia los libros de texto, y su esposa le anotaba la receta de un plato familiar. Pero ni siquiera en el dormitorio: encendi¨® el transistor y Letizia apareci¨® en el espejo de la coqueta recitando, con un movimiento imperceptible de labios, una cr¨®nica sobre Irak. De puntillas, abandon¨® a prisa, su casa. Pero todo el vecindario estaba en ebullici¨®n, y Letizia demostr¨® que, adem¨¢s de las cualidades que le cantaban los trovadores audiovisuales, era de naturaleza ubicua: su alabada presencia hab¨ªa ocupado no solo los palacios reales y las caba?as pajizas, sino los hogares plebeyos y hasta el desapacible descampado del desempleo, la pobreza y la precariedad laboral. Escuch¨® c¨®mo un comentarista radiof¨®nico enfatizaba el compromiso oficial, que resolv¨ªa, por fin, el problema de Espa?a. Todos los ciudadanos pod¨ªan sentirse satisfechos. As¨ª es que el parado se apresur¨® a presentarse en la oficina del Inem convencido de que ya ten¨ªa trabajo fijo; y muchas familias se mostraron seguras de que a partir de entonces ser¨ªan iguales ante la ley y disfrutar¨ªan de una vivienda digna. El factor Letizia desvi¨® tambi¨¦n la imp¨²dica circulaci¨®n de cad¨¢veres desfigurados de inmigrantes, que navegaban, al garete, por la bah¨ªa de C¨¢diz, y dio un toque salv¨ªfico de glamour, a una programaci¨®n del coraz¨®n y otros ¨®rganos, que se hund¨ªa en su propia sordidez.
Hombre, se dijo el narrador despu¨¦s de reflexionar sobre el asunto, esto supone otro despilfarro m¨¢s, hay que joderse. Luego movi¨® la cabeza, y sonri¨® con un aire de suficiencia creadora: sin ninguna duda, entre lo real y lo maravilloso, la realidad concluir¨¢ desarbolando la realeza, Y apost¨® su ¨²ltimo paisaje.
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