Contra el desistimiento
Abundan en estos d¨ªas los diagn¨®sticos sobre el agravamiento de la situaci¨®n pol¨ªtica en el Pa¨ªs Vasco y florecen las expresiones de sorpresa o de indignaci¨®n por lo lejos que, a juicio de muchos, hemos llegado ya. Sin duda estamos muy alejados de donde quer¨ªamos estar quienes, de modo abrumadoramente mayoritario, ratificamos en refer¨¦ndum el Estatuto de Autonom¨ªa del Pa¨ªs Vasco. Un marco jur¨ªdico y pol¨ªtico, consensuado por nacionalistas y no nacionalistas, que ahora, unilateralmente, se da por liquidado, mientras el lehendakari Ibarretxe utiliza sin empacho los poderes e instituciones que de ¨¦l derivan para acarrear la p¨®lvora con que se volar¨¢n las ruinas de aquel consenso constitucional y estatutario.
El nacionalismo ha iniciado un camino en el que le importa m¨¢s el resultado que el proceso
Algunos expresan que los instrumentos jur¨ªdicos ser¨¢n suficientes para paralizar la iniciativa
Quienes piensan que hemos llegado muy lejos dicen bien, pero dicen muy poco para lo que todav¨ªa hemos de ver. Porque si algo est¨¢ claro en este proceso es que el nacionalismo ha iniciado un camino en el que no tiene prisa y en el que le importa mucho m¨¢s el resultado que el proceso. El final pretendido por el nacionalismo est¨¢ ya prefigurado. ?Qu¨¦ hay de malo -que dir¨ªa el ¨ªnclito lehendakari Ibarretxe- en que los vascos decidan lo que los nacionalistas ya hemos decidido que decidan? Porque lo que resulta indiscutible es que los nacionalistas, por s¨ª y ante s¨ª, han decidido que aquello que todos -nacionalistas y no nacionalistas- aprobamos el 25 de octubre de 1979 es ya letra muerta. O, como se?alaba Jos¨¦ Luis Zubizarreta en un luminoso art¨ªculo (El Correo, 25 de octubre): el plan del lehendakari no es... sino la reclamaci¨®n de m¨¢s nacionalismo para resolver un conflicto, un contencioso, que s¨®lo el nacionalismo plantea... Se trata, en consecuencia, de una propuesta que los nacionalistas hacen a toda la sociedad para resolver los problemas que ellos mismos han creado e, incluso, que ellos se han creado a s¨ª mismos... Y es que, efectivamente, nos proponen como alternativa lo que saben a ciencia cierta que ni queremos ni podemos aprobar, una Comunidad Vasca dotada de soberan¨ªa originaria, que rompe el concepto mismo de la Espa?a constitucional (y tambi¨¦n de la Espa?a hist¨®rica) y, producida la separaci¨®n de Espa?a, en el mismo acto, nos ofrecen la posibilidad de establecer unas relaciones de asociaci¨®n con lo que quede de Espa?a, eso s¨ª, mientras los nacionalistas no cambien de opini¨®n.
Lo que no est¨¢ todav¨ªa claro, ni mucho menos, es el proceso que puede conducir a ese final o -si actu¨¢ramos con inteligencia- a otro menos desventurado. Algunas opiniones expresan su convencimiento de que los instrumentos jur¨ªdicos del Estado de derecho ser¨¢n lo suficientemente fuertes para paralizar una iniciativa como la de Ibarretxe, dotada de tan escasa racionalidad pol¨ªtica como aquejada de falta de legitimidad democr¨¢tica. Piensan ¨¦stos que el recurso a los tribunales, por ejemplo, ya sea en las primeras etapas del proceso o, m¨¢s adelante, cuando el Gobierno del Pa¨ªs Vasco produzca actos en consonancia con su iniciativa, llevar¨¢ a la restauraci¨®n del derecho violado y al aquietamiento de los actores de este drama. Esto es, la jurisdicci¨®n contencioso-administrativa nos sacar¨¢ de este trance, porque para eso somos todos dem¨®cratas y aceptamos las reglas del juego. Y -a?aden las mismas fuentes- si no fuera la v¨ªa de la jurisdicci¨®n contencioso-administrativa, menos adecuada a la naturaleza pol¨ªtica del asunto, ser¨ªa la jurisdicci¨®n constitucional, para la que el Gobierno estudia ya una posible v¨ªa de recurso. No es posible censurar a quienes as¨ª razonan que quieran acogerse a las v¨ªas establecidas por el Estado de derecho. Al fin y al cabo, la obligaci¨®n de quienes lo defendemos es utilizar las reglas establecidas. Pero ser¨ªa un exceso de formalismo -y de ingenuidad- ignorar el hecho de que la iniciativa del lehendakari, al poner en cuesti¨®n de modo unilateral el Estado mismo, no acredita precisamente un acendrado respeto por las reglas de juego del Estado de derecho. Si tan grave comportamiento no fuera abandonado de modo indubitado, un exceso de confianza en el papel reservado a los tribunales de lo contencioso me temo que no podr¨ªa dejarnos muy tranquilos... Aunque pudiera servir, todo hay que decirlo, para ganar tiempo.
Caben otras f¨®rmulas, por supuesto, que tambi¨¦n derivan de las reglas establecidas en nuestro ordenamiento jur¨ªdico, de las que casi nadie -con raz¨®n- quiere hablar a la ligera. Me refiero, entre otros preceptos, al art. 155 de la Constituci¨®n, cuya activaci¨®n siempre se ha temido pudiera ser mucho peor que la causa que la motivara.
Naturalmente, si los mecanismos jur¨ªdicos no fueran eficaces, estuviera contraindicada su activaci¨®n o resultara que los promotores de la iniciativa que comentamos -el lehendakari y su Gobierno, para entendernos- llegaran a la conclusi¨®n de que el Estado nunca adoptar¨ªa medidas de car¨¢cter coactivo para el cumplimiento de las normas jur¨ªdico-constitucionales, bien podr¨ªa ocurrir que la iniciativa no encontrara otro freno que el de la opini¨®n p¨²blica. Una opini¨®n p¨²blica cuya expresi¨®n en el conjunto de Espa?a no ser¨ªa desde?able en modo alguno, pero cuya influencia, en el lugar en el que el nacionalismo se juega su poder y su hegemon¨ªa, en el Pa¨ªs Vasco, se convertir¨ªa en absolutamente determinante. Con lo cual, desde el lugar en que nos han colocado los nacionalistas que gobiernan el Pa¨ªs Vasco, llegamos a la vieja y permanente cuesti¨®n: ?qu¨¦ hacer? O, en otro estilo: ?c¨®mo salimos de ¨¦sta?
No es extra?o que junto a los que sacan pecho y demandan medidas de fuerza -como antes amenazaban con echarse al monte- sean legi¨®n los que, m¨¢s juiciosos, pretenden que la pol¨ªtica tenga su papel y los aspavientos se dejen para mejor ocasi¨®n. En lo que no se puede sino estar de acuerdo, sobre todo si se acierta con la estrategia pol¨ªtica correcta para hacer frente a semejante desaf¨ªo, cuesti¨®n ¨¦sta, sin embargo, harto peliaguda. Un ejercicio muy socorrido en los d¨ªas que corren es responsabilizar al Gobierno del PP de lo que ocurre, por su torpeza, por sus estrechos intereses electorales y por haber convertido la cuesti¨®n vasca en lugar favorito para la confrontaci¨®n pol¨ªtica con el PSOE. ?Sea! Hay demasiado de verdad en todo ello para exonerar al PP de su responsabilidad. A condici¨®n, naturalmente, de que no convirtamos nuestros desacuerdos con el PP ni elevemos la pol¨ªtica del se?or Aznar, con su tono destemplado y hasta su mala uva, en la explicaci¨®n causal -la causa eficiente, que dir¨ªa un tomista- del inaceptable comportamiento institucional del nacionalismo gobernante. Adem¨¢s, por socorrido que resulte lo anterior, tampoco sirve de excusa para eludir el dise?o de la estrategia pol¨ªtica capaz de hacer frente a la situaci¨®n creada, con razonables garant¨ªas de ¨¦xito.
Algunos optimistas se limitan, simplemente, a esperar a que escampe, con la confianza que les otorga la pertenencia de Espa?a a una Europa democr¨¢tica, harta ya de conflictos ¨¦tnicos. Otros, fieles seguidores de la Ilustraci¨®n, no tienen duda en la fuerza iluminadora de la Raz¨®n, especialmente si viaja aliada con los valores democr¨¢ticos. En consecuencia -parecen pensar ¨¦stos-, acabar¨¢ por producirse una evoluci¨®n de los planteamientos hacia zonas de menor confrontaci¨®n y mayor pragmatismo, tan pronto como los ciudadanos vascos comprendan lo que est¨¢ en juego y lo puedan expresar con sus votos. Al fin y al cabo, ?por qu¨¦ habr¨ªamos de ser pesimistas ante la historia? Casi todo acaba por encontrar una soluci¨®n... Empecemos por no dramatizar, etc.
Quiz¨¢s los anteriores se olviden de los esquemas de conformaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica en una sociedad como la vasca, en que la autoprotecci¨®n, naturalizaci¨®n y proximidad al poder, pretendida por muchos ciudadanos, junto con la hegemon¨ªa ideol¨®gica del nacionalismo oficial y el relativo bienestar econ¨®mico de esa sociedad, coadyuvan al importante sost¨¦n electoral de un discurso que, en sus t¨¦rminos actuales, resulta profundamente ofensivo para la mayor¨ªa de los dem¨®cratas, sin que por ello parezca descender la popularidad de los que lo proponen.
Podr¨ªamos convenir en la necesidad de hacer algo m¨¢s que esperar pasivamente a que los acontecimientos se sucedan en los t¨¦rminos que hoy resultan previsibles. Aceptada como principal la v¨ªa que hemos llamado pol¨ªtica, no podemos prescindir de antemano de ninguno de los mecanismos del Estado de derecho, aunque no fuera por otra raz¨®n que porque su uso -junto a su origen democr¨¢tico- es quien genera su legitimaci¨®n, en tanto que la renuncia a utilizarlos los convierte en inviables y, por tanto, en pol¨ªticamente ileg¨ªtimos.
Necesitamos, desde luego, un cambio en la opini¨®n p¨²blica vasca, lo que es casi equivalente a declarar imprescindible la alianza pol¨ªtica del Estado democr¨¢tico con los nacionalistas autonomistas, esto es, con una de las dos almas del nacionalismo hist¨®rico. Casualmente, con la que hasta ahora -probablemente, de modo mayoritario- sosten¨ªa con sus votos la pol¨ªtica del PNV. Necesitamos que esta fracci¨®n del electorado vuelva por sus fueros, y defienda de modo efectivo sus convicciones de ayer, que -presupongo- no pueden haber cambiado tan radicalmente como la apariencia da a entender. Algunas personalidades p¨²blicas juegan desde hace tiempo este papel, como es el caso de Juan R. Guevara o de Joseba Arregui, quienes, dicho sea en su honor, nunca han renunciado a ser nacionalistas. Pero se necesitan muchas m¨¢s personas, en todos los campos de la vida social, aunque no todas puedan o quieran alcanzar el mismo nivel de notoriedad en sus planteamientos disidentes. ?sta no es una tarea ni de un d¨ªa ni de un a?o. As¨ª como el nacionalismo no tiene prisa en el proceso, un esfuerzo de esta naturaleza tiene que dirigirse, sosegada pero pertinazmente, m¨¢s all¨¢ del horizonte de las futuras elecciones.
El Estado democr¨¢tico de hoy no es la incipiente estructura que alumbramos en 1978 y que todav¨ªa en 1980, al celebrarse las primeras elecciones auton¨®micas en el Pa¨ªs Vasco, se ofrec¨ªa m¨¢s como proyecto que como realidad consolidada. Hoy tenemos un Estado democr¨¢tico, imperfecto como todos los existentes, pero profundamente satisfactorio como experiencia y realidad hist¨®rica. No veo c¨®mo o en nombre de qu¨¦ principios o valores podr¨ªamos justificar que el proceso iniciado por el lehendakari Ibarretxe, que ya ha empezado a adoptar algunas de las preocupantes caracter¨ªsticas de la insumisi¨®n y la desobediencia civil, condujera por desistimiento de los dem¨®cratas a situaciones no previstas e indeseables. Y para que esto no ocurra y todo el mundo est¨¦ avisado, para que la opini¨®n p¨²blica pueda formarse una cabal idea de lo que est¨¢ en juego, no estar¨ªa de m¨¢s considerar que, a menudo, las decisiones tempranas son m¨¢s clarificadoras que las tard¨ªas, bastante m¨¢s eficaces si se dirigen a prevenir el conflicto abierto y, sobre todo, mucho menos costosas pol¨ªticamente. Pero, naturalmente, no son f¨¢ciles de tomar y casi nunca carecen de efectos secundarios. El m¨¢s f¨¢cil de los consejos siempre es el de posponerlas para ahorrarse el trago y la menos arriesgada de las cr¨ªticas consiste en asegurar lo exagerado de la dosis y los efectos negativos que habr¨¢ de acarrear.
Algunas cosas, se tenga raz¨®n o no, dif¨ªcilmente se resuelven por la v¨ªa de la fuerza. La persistencia indefinida de una movilizaci¨®n amparada por los poderes p¨²blicos del Pa¨ªs Vasco, en lo que parece consistir la estrategia de Ibarretxe, puede resultar -si tiene ¨¦xito- en el desistimiento del Estado, ahora o m¨¢s adelante. I. Anasagasti ya ha se?alado que el plan Ibarretxe, si no sale a la primera, lo har¨¢ a la tercera, pero saldr¨¢. Y para evitarlo, adem¨¢s de no caer en la provocaci¨®n que alimenta el victimismo, se necesita claridad, mucha claridad. Justamente aquella que puede hacer entender a la opini¨®n p¨²blica del Pa¨ªs Vasco que nos estamos adentrando en terreno pantanoso. Porque si la opini¨®n p¨²blica vasca no lo entiende mediante el uso de la palabra y el ejercicio del poder democr¨¢tico, amparado en las reglas del Estado de derecho, ?tenemos acaso otros medios de convicci¨®n?
Juan Manuel Eguiagaray es actualmente profesor asociado de Econom¨ªa de la Universidad Carlos III. Ha sido portavoz del Partido Socialista de Euskadi (PSE) en el Parlamento vasco, ministro para las Administraciones P¨²blicas y de Industria y Energ¨ªa, as¨ª como portavoz del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados.
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