Los consuelos de la imaginaci¨®n
COMO SI las ciudades en las que vivimos no fuesen suficientemente irreales, imaginamos otras para alentar nuestros sue?os y pesadillas. La circular perfecci¨®n de la capital de Atl¨¢ntida o la esmeralda maravilla de la ciudad de Oz pueden apenas competir con las monstruosas invenciones de Nueva York, Tokio o Madrid y sus torres de casas sobreimpuestas como v¨¦rtebras de jirafa, sus torrentes de autom¨®viles-tiburones cuyos caudales nutren los unos a los otros, sus l¨²gubres t¨²neles recorridos por serpientes de metal que peri¨®dicamente tragan y vomitan grises planctons humanos.
La costumbre nos alienta a olvidar lo maravilloso; la distancia en el tiempo y la ausencia en el espacio insisten en destacar lo imaginario. Todo exilio (en esta dolida era de exilados y refugiados) inventa para el que se ha ido una ciudad fabricada de nostalgia y de memoria de memorias. Como si la imaginaci¨®n del exilado fuese una inmensa gota de ¨¢mbar, todo lo que fue (y que seguramente ya no es) adquiere all¨ª una amorosa permanencia. Llevo conmigo un Buenos Aires recorrido hoy por imaginarios tranv¨ªas, cuya avenida del Nueve de Julio termina en la calle de Santa F¨¦, cuya confiter¨ªa El ?guila a¨²n sirve especiales de jam¨®n y queso, cuyo cine Arte persiste en atraer a tantos compa?eros "desaparecidos" por los militares, cuya librer¨ªa Pygmalion sigue abierta y acoge todav¨ªa la l¨²cida sombra de Jorge Luis Borges. Nuestro mundo est¨¢ poblado de imaginarias ciudades que llevan el nombre de Buenos Aires, de Agadir, de Bagdad, de Tirana, de Santiago de Cuba.
Y sin embargo, toda aquella dolorosa geograf¨ªa secundaria parece no bastarnos. Los h¨¦roes de nuestras literaturas siguen invit¨¢ndonos a escaparnos del mapa, a recorrer, m¨¢s all¨¢ de la Castilla conocida, la truculenta Regi¨®n de Juan Benet y, sobrepuesto al cotidiano paisaje de Le¨®n, la fantasmag¨®rica Celama de Luis Mateo D¨ªez. El fil¨®sofo ingl¨¦s Roger Scruton escribi¨®: "La consolaci¨®n que brindan las cosas imaginarias no es consolaci¨®n imaginaria". Quiz¨¢ imaginamos lugares no para obviar los presentes sino, al contrario, para afirmar su realidad tantas veces oculta: Eldorado para recordarnos que toda ciudad esconde un tesoro; Shangri-La, para insistir que la inmortalidad, como la dicha, es un milagro cotidiano; Macondo, para comprobar que la historia universal es un mito compuesto de miles de aut¨¦nticas historias singulares; Utop¨ªa, para no olvidar que, a pesar de la miseria y la codicia de cada d¨ªa, somos capaces de imaginar, si no construir, las torres de un mundo mejor.
Alberto Manguel es autor de Gu¨ªa de lugares imaginarios (Alianza).
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