'Momentum catastrophicum'
El autor lamenta que el 'plan Ibarretxe' hunda sus ra¨ªces en la sangre derramada y pide que los partidos nacionales respondan de forma concluyente ante este desaf¨ªo de los nacionalistas.
El esfuerzo por poner coto a la arbitrariedad de los poderes p¨²blicos ha terminado por concretarse hist¨®ricamente en la noci¨®n de Estado de derecho. Una noci¨®n que implica la sujeci¨®n de las actuaciones de dichos poderes a los principios de constitucionalidad, legalidad y jerarqu¨ªa normativa. El imperio de la ley (incluyendo el control jurisdiccional de los actos pol¨ªticos) supone en este sentido el grado cero de la democracia, el m¨ªnimo exigible para que la convivencia transcurra en los cauces de tranquilidad y sosiego que los ciudadanos tienen derecho a esperar de sus instituciones democr¨¢ticas.
Pues bien, cuando desde las m¨¢s altas instancias auton¨®micas del Pa¨ªs Vasco se manifiesta una contumaz y apenas velada voluntad de incumplimiento de determinadas sentencias del Tribunal Supremo, y sobre todo cuando se niega abiertamente la soberan¨ªa del pueblo espa?ol (piedra angular del sistema) con una "propuesta" unilateral "de libre asociaci¨®n" que implica la quiebra definitiva de los equilibrios internos de la sociedad vasca y la voladura de las reglas de juego democr¨¢ticas, los ciudadanos espa?oles, muy especialmente los residentes en el Pa¨ªs Vasco, tenemos derecho a exigir no s¨®lo de las autoridades estatales, sino de todos los partidos responsables, la m¨¢xima firmeza en la defensa del orden constitucional.
Esta pol¨ªtica de tensionamiento calculado supone un camino sin retorno
El plan del lehendakari esconde su verdadera naturaleza etnicista y retr¨®grada -perceptible desde las primeras l¨ªneas del pre¨¢mbulo- tras un vocabulario de terciopelo ("acuerdo para la convivencia", "di¨¢logo sin l¨ªmites", "relaciones amables") destinado a narcotizar a¨²n m¨¢s a una sociedad aletargada, largamente trabajada por el miedo. Una sociedad en la que muchos de sus miembros, insensibles ante el sufrimiento ajeno, consideran art¨ªculos de fe un pu?ado de falacias ( "el pueblo vasco tiene derecho a decidir su propio futuro, ?qu¨¦ hay de malo en ello?") que alcanzan en el texto de Ibarretxe la categor¨ªa de cl¨¢usulas legislativas, mientras nada se dice en ¨¦l del principal problema que nos aqueja: la falta de libertad y la persecuci¨®n sistem¨¢tica de los constitucionalistas. Un silencio ciertamente ominoso, puesto que nadie que conozca m¨ªnimamente la realidad pol¨ªtica vasca puede ignorar que el ultim¨¢tum de Ibarretxe hunde sus ra¨ªces en la sangre derramada por los sicarios durante todos estos a?os.
Por lo dem¨¢s, el prop¨®sito del lehendakari al dilatar la tramitaci¨®n de su "propuesta" parece claro: se tratar¨ªa de transmitir a la ciudadan¨ªa la falsa impresi¨®n de normalidad de quien se desayuna semana tras semana con las peripecias de una disparatada "propuesta" que, por el mero hecho de ser aireada y debatida todos los d¨ªas en los medios, ir¨ªa adquiriendo el peso y la respetabilidad de un nuevo Estatuto (un ensayo de esa "rutinizaci¨®n del desaf¨ªo" se est¨¢ viviendo en el Parlamento vasco, de la mano del se?or Atutxa). El proceso de acumulaci¨®n de fuerzas nacionalista, acompa?ado previsiblemente de alg¨²n tipo de acuerdo subterr¨¢neo con el mundo de ETA-Batasuna, para dosificar la presi¨®n, apuntar¨ªa a un triple objetivo: 1) ir poco a poco generando "ilusi¨®n" y "expectativas de paz" en las franjas m¨¢s sugestionables del electorado; 2) sembrar al mismo tiempo la semilla de la frustraci¨®n en esos mismos sectores y, sobre todo, en los medios nacionalistas m¨¢s radicales, de manera que, en el caso algo m¨¢s que hipot¨¦tico de que tal estrategia rupturista se vea abocada al fracaso, tales vientos de frustraci¨®n pudieran dar lugar a nuevas tempestades; 3) cargarse de raz¨®n ante el electorado para dar un sesgo plebiscitario a las pr¨®ximas elecciones auton¨®micas, y ganar as¨ª su apuesta en las urnas con el apoyo de las dos ramas, violenta e institucional, del frente nacionalista formado hace cinco a?os en Estella-Lizarra.
Esta pol¨ªtica de tensionamiento calculado, cuyos costes en t¨¦rminos de quiebra de la convivencia civil es in¨²til enfatizar, supone un camino sin retorno, y busca legitimarse ante la opini¨®n p¨²blica hasta el punto de convertir al electorado nacionalista vasco en la palanca fundamental para hacer saltar los goznes de la legalidad. Sus impulsores cuentan de entrada, aparte el entusiasmo de sus incondicionales, con la neutralidad de los equidistantes, con el desistimiento de los pusil¨¢nimes, y tambi¨¦n, naturalmente, con el silencio forzado de tantos disidentes vascos cada vez m¨¢s renuentes a dejar o¨ªr su voz en el debate p¨²blico, por no significarse como desafectos al r¨¦gimen abertzale.
Una de las claves del ¨¦xito o del fracaso de esta estrategia nacionalista de ruptura estriba, a mi modo de ver, en la gesti¨®n por parte de todos los actores de este drama de un factor tan esencial de la pol¨ªtica moderna como lo es el tiempo. El intento de Ibarretxe, apoy¨¢ndose en una panoplia de triqui?uelas reglamentarias (que empieza por la propia calificaci¨®n del texto como propuesta, en lugar de como proyecto de ley), consistir¨ªa, en sustancia, en una ruptura a plazos de la legalidad vigente, una especie de transici¨®n al rev¨¦s que, partiendo de la Constituci¨®n y el Estatuto, se propondr¨ªa una regresi¨®n hacia una pol¨ªtica desestabilizadora de corto aliento conducente finalmente a la secesi¨®n. El momento plebiscitario a que alud¨ªamos m¨¢s arriba constituir¨ªa sin duda el verdadero cl¨ªmax de ese proceso regresivo. Se tratar¨ªa, en suma, de un golpe de mano apenas disfrazado que vendr¨ªa a interrumpir abruptamente el ritmo pausado de las elecciones peri¨®dicas y las actuaciones regladas de nuestras instituciones democr¨¢ticas para sustituirlos por una pol¨ªtica antijur¨ªdica de hechos consumados. Una pol¨ªtica uniformista basada en la imposici¨®n de la sacrosanta "voluntad del pueblo vasco" a la realidad plural de la sociedad vasca. La puesta en escena de esta "pol¨ªtica de apisonadora" pasar¨ªa seguramente por un -a todas luces ilegal- refer¨¦ndum autodeterminista que, adem¨¢s de desvertebrar territorialmente a Euskadi, fraccionar¨ªa definitivamente a la sociedad vasca en dos mitades aproximadamente iguales, destruyendo de la noche a la ma?ana todos los consensos trabajosamente construidos hace veinticinco a?os. Conviene, adem¨¢s, tener presente que, si el culto al instante de quienes invocan un inexistente "derecho a la autodeterminaci¨®n" se compadece mal con el tiempo largo de la Constituci¨®n, mucho menos lo hace con el dilatado tempo transgeneracional de la vida hist¨®rica de una naci¨®n como la espa?ola, que en modo alguno debiera quedar al albur de la decisi¨®n unilateral de una mayor¨ªa simple y moment¨¢nea de los electores de una de sus comunidades aut¨®nomas. El mero hecho de estar dispuestos a situar al votante-ciudadano ante la disyuntiva de romper esa larga serie de v¨ªnculos afectivos, memoria hist¨®rica, lazos culturales, intereses econ¨®micos, instituciones pol¨ªticas y tantas otras cosas que los vascos venimos compartiendo con el resto de los espa?oles desde hace siglos deber¨ªa bastar para calificar a los promotores de tama?a aventura.
Estamos, como dijera hace casi cien a?os Juan de Itzea ante los chapelaundis del Bidasoa (P¨ªo Baroja, Momentum catastrophicum, 1919), ante una nueva actuaci¨®n de esas "gentes mezquinas que necesitan que Espa?a se disgregue", y no dudan en "excitar el odio interregional y fomentar el cabilismo espa?ol, ya dormido", con tal de evitar el paso a la oposici¨®n. Sobre estos chapelchiquis nacionalistas recaer¨¢ para siempre la grave responsabilidad de haber vuelto la espalda a "un pa¨ªs de presente y de porvenir" para invocar de nuevo a nuestros demonios familiares, y fundar as¨ª sobre la "miseria moral" de sus "viejos conceptos" una seudo-sociedad insolidaria y excluyente, escindida para siempre en dos comunidades irreconciliables.
Su concepci¨®n plebiscitaria y decisionista de la pol¨ªtica podr¨ªa jugarles, sin embargo, una mala pasada. Quienes se empe?an en olvidar las ense?anzas de Kelsen -"el dominio de la mayor¨ªa sobre la minor¨ªa s¨®lo es soportable en la medida en que se ejerce jur¨ªdicamente"- pueden encontrarse de bruces con Schmitt. Al cabo, las situaciones excepcionales preparan el terreno, como es sabido, para la entrada en acci¨®n de la soberan¨ªa elevada a su m¨¢xima potencia.
Ante este panorama, hay que reconocer que no sobran los motivos para el optimismo. Veremos si los partidos nacionales -PP y PSOE, fundamentalmente- est¨¢n a la altura de las circunstancias y son capaces de ponerse de acuerdo para responder de manera concluyente y unitaria al desaf¨ªo. Todos nos jugamos mucho en este dram¨¢tico tablero. La convivencia y la vida civilizada, ni m¨¢s ni menos.
Javier Fern¨¢ndez Sebasti¨¢n es catedr¨¢tico de Historia del Pensamiento Pol¨ªtico en la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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