Catalu?a: el d¨ªa siguiente
Tras el d¨ªa electoral, llega el momento de la reflexi¨®n y ¨¦sta se realiza habitualmente con una rotundidad que no siempre coincide con el rigor anal¨ªtico. La norma es fijarse en qui¨¦n ha ganado, lo que en una sociedad competitiva como la nuestra constituye el primer valor, por no decir el ¨²nico.
A rengl¨®n seguido, se comienzan a buscar las combinaciones posibles, en las cuales la presencia del ganador resulta dif¨ªcilmente cuestionable. Por ¨²ltimo se reparten las valoraciones sobre el comportamiento de las diferentes siglas, cargando los m¨¦ritos de los ganadores y abundando en los errores de los perdedores, todo ello en tono casi definitivo.
Y aqu¨ª reside el error, en presentar como definitivos, resultados que no necesariamente tienen ese car¨¢cter y que tampoco tienen que significar un fracaso de proyectos que hasta hace unos d¨ªas parec¨ªan tener inter¨¦s. Los grandes titulares que nos han dejado las elecciones catalanas han sido: CiU triunfador, PSC perdedor y ERC desbordante. ?sta es la primera linea de conclusiones y todo lo dem¨¢s queda para el distraimiento de los entendidos.
Han perdido los partidos convencionales y han ganado los heterodoxos
El problema de fondo no es otro que la ambig¨¹edad latente en el proyecto de ERC
Y sin embargo, la democracia son votos y ¨¦stos lo que nos dicen, es que han perdido los partidos convencionales (salvo el PP en rebote t¨¦cnico) y han ganado los heterodoxos, tanto del nacionalismo como de la izquierda. Es decir, en la Catalu?a de siempre vanguardista, emerge un estado de opini¨®n antisistema identific¨¢ndose dentro del mismo: sentimientos nacionales, altermundialistas, ecologistas... que han sido recogidos por ERC y por IC, las dos opciones que mayor avance han logrado. Estos nuevos votantes han percibido como insuficientes el catalanismo y el izquierdismo de CiU y del PSC.
Este comportamiento electoral se produce en un a?o convulsionado por la soberbia centralista de Aznar, los efluvios del Prestige y la guerra de Irak, resultando por tanto bastante natural, si bien no puede concluirse que de ¨¦l se deriven movimientos de fondo que lo consoliden en el futuro. ?sta es en mi opini¨®n la ¨²nica conclusi¨®n de fondo que se deduce de estas elecciones, la cual no necesariamente debe de traducirse en la propuesta pol¨ªtica de Maragall a favor de un gobierno para el cambio.
El hecho de que la n¨ªtida voluntad de los electores no se traduzca en una f¨®rmula de gobierno matem¨¢ticamente mayoritaria y posible, nos sit¨²a ante el problema de fondo de la pol¨ªtica catalana que hoy no es otro que la ambig¨¹edad latente en el proyecto de ERC, en la cual se asienta su fortaleza electoral y tambi¨¦n su debilidad futura para ir asentando un proyecto que satisfaga a sus dos almas. As¨ª se explica su inter¨¦s por ese gobierno de unidad nacional (todos menos el PP) cuyo enunciado, hasta la noche electoral, tuvo sin duda un sentido, pero que al d¨ªa de hoy no parece planteable para el resto de las fuerzas pol¨ªticas, si bien responde a un dato que no debemos olvidar que es la abrumadora mayor¨ªa del catalanismo en Catalu?a.
Estamos, por lo tanto, ante un resultado electoral que puede instalar la pol¨ªtica catalana en funci¨®n del objetivo de ERC de seguir afianzando su espacio electoral. Pero ERC dispone de un margen de maniobra limitado por el triunfo de CiU, cuyos esca?os doblan los suyos, y no parece que dentro de la familia nacionalista el pariente menor pueda poner en peligro la legitimidad de Mas como presidenciable. Las complicidades emocionales que comparten los nacionalismos, por muy diversos que se presenten en un momento dado, resultan insuperables para sus componentes cuando deben afrontar disyuntivas como la que se presenta en Catalu?a.
Es decir, el binomio CiU-ERC parece dif¨ªcilmente cuestionable como basamento primero del Gobierno de "unidad nacional" propuesto por ERC. Por coherencia con el "Canvi" no parece que el PSC de Maragall pueda estar en disposici¨®n de completar dicho binomio y m¨¢s parece que su papel ser¨ªa de ejercer una oposici¨®n que filtrara los impulsos soberanistas de ERC en la reforma del Estatuto.
El desarrollo de esta labor desde la oposici¨®n ofrecer¨ªa un mayor margen de maniobra tanto al PSC como al PSOE en el momento de someterlo a debate en el Parlamento espa?ol. En el seno de un gobierno nacionalista el impulso de diferenciaci¨®n de ERC le llevar¨¢ a propuestas cercanas a las del plan Ibarretxe para lo que CiU necesitar¨¢ de un moderador externo como el PSC. Y para esta labor, de gran importancia para Catalu?a, para Euskadi y para Espa?a, se requiere de un talante catalanista como el que hist¨®ricamente ha demostrado el PSC y de una visi¨®n de la Espa?a plural como la expresada por el PSOE. O no ?O acaso alguien puede imaginar que frente a un pa¨ªs catalanista al 88%, con un gobierno al frente que ser¨ªa el m¨¢s nacionalista que jam¨¢s tuvo Catalu?a, es ¨²til la receta inmovilista del aznarismo?
Caben otras combinaciones, m¨¢s moderadas en sus contenidos nacionales: PSC-ERC-IC o CiU-PSC, pero no parece que el ¨¢rbitro Carod Rovira est¨¦ por la primera labor y la segunda s¨®lo se plantear¨ªa en el caso de que fracasaran las dos primeras, sencillamente porque ninguno de los actores presentes la tienen como primera opci¨®n.
En cualquiera de las hip¨®tesis, nadie deber¨¢ perder de vista que estas elecciones han reafirmado el amplio sentimiento catalanista de los electores y la emergencia con fuerza del pacifismo, del ecologismo y el altermundialismo en la sociedad catalana que siempre fue vanguardia de la sociedad espa?ola en su sentido m¨¢s amplio y que ahora pide con claridad un encaje diferente en la Espa?a plural.
Jon Larrinaga Apraiz es ex secretario general de Euskadiko Ezkerra.
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