Novelas de dictador
Yo le¨ª El se?or presidente en mi ¨²ltimo curso de licenciatura, a finales de 1949 o principios de 1950, en la edici¨®n de la Editorial Losada. Ten¨ªa yo un amigo, Pepe Ferreiro, que hab¨ªa emigrado a Buenos Aires, despu¨¦s de la guerra, y hab¨ªa abierto una librer¨ªa en la avenida de Rivadavia. Como sab¨ªa de mis entusiasmos literarios, me mandaba por correo los libros que imaginaba que no iban a ser f¨¢cilmente accesibles aqu¨ª. As¨ª me fueron llegando, entre otros, El mundo es ancho y
ajeno, de Ciro Alegr¨ªa, o la Antolog¨ªa rota de Le¨®n Felipe o la trilog¨ªa de Arturo Barea o los libros argentinos de Rafael Alberti y, por supuesto, El se?or presidente. Otra novela de dictador, pues seis o siete a?os antes, avanzado mi bachillerato, hab¨ªa le¨ªdo Tirano Banderas y la hab¨ªa rele¨ªdo un par de veces despu¨¦s.
Dictadores literarios para quien ven¨ªa padeciendo de uno desde que ten¨ªa uso de raz¨®n. Y lo cierto es que me consolaba mucho m¨¢s el remate de Valle-Incl¨¢n que el de Miguel ?ngel Asturias: don Santos Banderas acribillado en su ventana, su cabeza expuesta sobre un cadalso en la plaza de armas y hecho cuartos su cuerpo para "repartirlos de frontera a frontera, de mar a mar. Zamalpoa y Nueva Cartagena, Puerto Colorado y Santa Rosa del Titipay fueron las ciudades agraciadas". Ese final, tan sonoramente geogr¨¢fico, me lo sab¨ªa de corrido y flameaba vibrante y luminoso en mi memoria como un conjuro de esperanza.
Han abundado luego, tras Valle y Asturias, las novelas de dictador. Alejo Carpentier, Roa Bastos, Garc¨ªa M¨¢rquez echaron tambi¨¦n su cuarto a espadas en ese tema: con solidez, con brillantez, con fuerza. Y finalmente Mario Vargas Llosa nos ha brindado su impresionante La fiesta del Chivo. Lo mismo ¨¦sta que la de Roa Bastos, Yo, el
Supremo, novelan sobre dictadores reales, con nombres y apellidos. Porque, si han abundado los dictadores literarios, interminable es la lista de los reales, de los de carne y hueso que han ensombrecido la historia de tantos pa¨ªses durante el siglo XX, ac¨¢ y all¨¢, y de los que ni siquiera nos hemos podido librar por completo en este XXI ya comenzado. Tiranos fan¨¢ticos e inconmovibles que nos han sembrado la memoria de horrores y de los que no se sabe qu¨¦ es m¨¢s odioso, qu¨¦ repugna m¨¢s de todo aquello a que dieron lugar, si las atrocidades y sufrimientos que hicieron padecer a una parte de sus pueblos o la indignidad, la indiferencia, el desentendimiento, cuando no la servil complicidad, la simple y mera infamia en que hicieron caer a la otra parte. Porque hay dictadores de ficci¨®n, m¨¢s o menos inventados o tomados de la realidad; pero hay odas y sonetos o eleg¨ªas dedicados a tiranos verdaderos por muy notables poetas.
Releo ahora El se?or
presidente, medio siglo despu¨¦s de la lectura aquella, con tanta historia vivida, con tant¨ªsimos libros le¨ªdos en ese tiempo, con el gusto m¨¢s elaborado, con el juicio m¨¢s seguro. Me parece ahora una novela m¨¢s barroca de lo que la juzgu¨¦ entonces, pero es que entonces sus valores literarios de fachada me deslumbraban y hoy acaso prefiera las simples verdades equilibradas y desnudas.
No le puedo poner tampoco voz, que es lo que me gusta hacer ahora con los libros de aquellos autores que conozco, con los que he compartido conversaci¨®n o amistad. Los leen mis ojos y los percibo mentalmente en sus propias voces, con todos sus tonos y registros. A Miguel ?ngel Asturias lo conoc¨ª muy poco antes de su muerte, en el que hab¨ªa de ser su ¨²ltimo viaje en vida. Lo recibimos en Tenerife unos cuantos profesores, escritores, periodistas, que nos sent¨ªamos, m¨¢s o menos, admiradores todos de su obra, de su figura intelectual, y coincidimos, aguardando su llegada, en el aeropuerto de Los Rodeos. No estuvo m¨¢s de un par de d¨ªas en la isla, acaso menos. Se le notaba un cansancio definitivo y volvi¨® en seguida a Madrid, para ingresar en la cl¨ªnica y morir un par de semanas despu¨¦s. Pas¨¦ algunos ratos con ¨¦l durante su corta estancia, siempre en grupo, pero no me qued¨¦ con su voz, porque apenas si habl¨®: alg¨²n que otro monos¨ªlabo. Hier¨¢tico, imperturbable, o¨ªa a unos y otros, sin intervenir ni traslucir en su gesto lo que pudiera estar pensando.
Me qued¨¦ sin su voz, ya digo; pero he disfrutado con esta nueva lectura, demorada, meditada, de El se?or presidente, que es, de todas sus obras, la que siempre he llevado en el recuerdo. Porque fue mi segunda novela de dictador, porque bajo su barroquismo, a ratos esperp¨¦ntico, discurren vidas oscuras y oprimidas, porque su tirano tambi¨¦n era real, Estrada Cabrera, aunque nunca aparezca con su nombre, y porque su ¨²ltimo cap¨ªtulo, 'Parte sin novedad', indaga hasta el fondo los incre¨ªbles abismos de la vileza humana, de la m¨¢s abyecta y retorcida crueldad. Sin dejarle ni un resquicio a la esperanza.
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