Cronista sin reparos
Samuel Pepys (pron¨²nciese Pips) es el autor de uno de los libros m¨¢s extraordinarios que se han escrito en Europa: un diario personal que comienza un 1 de enero de 1660 y finaliza el 31 de mayo de 1669, cuando su afecci¨®n a la vista le obliga a darlo por concluido. Pepys muri¨® el a?o 1703 y su diario no se public¨® hasta 1825; en 1826, un elogioso comentario de Walter Scott en la Quarterly Review dio el pistoletazo de salida a una obra llamada a ser una referencia ineludible. Y lo es no ya por razones estrictamente literarias -hay unidad, pero no hay elaboraci¨®n suficiente- sino en especial por razones hist¨®ricas. El retraso que sufre su publicaci¨®n -m¨¢s de un siglo- se explica, en primer lugar, por el escaso eco que entonces ten¨ªan los diarios y, en segundo lugar, porque fue escrito con un sistema criptogr¨¢fico que no permit¨ªa descifrarlo. Respecto a la primera raz¨®n, lo cierto es que existen pocos antecedentes; tan s¨®lo John Evelyn -contempor¨¢neo suyo y que aparece citado con frecuencia y admiraci¨®n en el texto de Pepys- hab¨ªa publicado un diario con ¨¦xito y ¨¦ste era muy distinto al suyo pues carece de la ¨ªntima personalizaci¨®n que caracteriza al de Pepys, notario de s¨ª mismo sin pudor.
DIARIOS (1660-1669)
Samuel Pepys
Traducci¨®n de Norah Lacoste
Renacimiento. Sevilla, 2003
432 p¨¢ginas. 25 euros
En cuanto a la escritura criptogr¨¢fica, a ella debemos la existencia de este libro absolutamente excepcional; tan s¨®lo el conocimiento p¨²blico de una peque?a parte de lo que cuenta habr¨ªa bastado para enviarlo a la Torre de Londres y ahorcarlo. La decisi¨®n de Pepys de llevar un diario y de ser tan absolutamente sincero en ¨¦l es un misterio, pero en todo caso la suerte de taquigraf¨ªa que utilizaba le pon¨ªa a salvo. Fue el reverendo John Smith quien en 1819, quiz¨¢ a causa del ¨¦xito sostenido del diario de Evelyn y de la escritura de otros, utiliz¨® un texto que Pepys escribi¨® en taquigraf¨ªa y traslad¨® al ingl¨¦s como su piedra de Roseta particular para transcribir los diarios.
Ahora imagine el lector diez a?os de la vida de la Inglaterra del siglo XVII, contados d¨ªa a d¨ªa, que abarcan desde los dolores de Pepys por sus c¨¢lculos de ri?¨®n hasta el bloqueo del T¨¢mesis por la escuadra holandesa. Es m¨¢s: imagine que nosotros en Espa?a dispusi¨¦ramos de la fidedigna anotaci¨®n cotidiana de sucesos diarios tanto hist¨®ricos como caseros a lo largo de diez a?os del reinado de Felipe IV. Pues bien, eso es lo que hace Pepys sin un fingimiento, sin un solo retoque favorecedor, levantando, por as¨ª decirlo, acta notarial de cuanto de importancia para ¨¦l y su pa¨ªs suced¨ªa en torno suyo y desde la perspectiva de un hombre de modesto origen que, por sus notables m¨¦ritos unidos a su parentesco con lord Sandwich, es secretario del Almirantazgo. Un hombre perteneciente a lo que ahora llamar¨ªamos clase media alta que cuenta con sinceridad impresionante lo que fue la corte de Carlos II, desde la intriga a la lascivia, pero tambi¨¦n la clase media y media alta urbana, el interior de los acontecimientos hist¨®ricos y el de las tabernas, salones, alcobas y cocinas.
Samuel Pepys es hombre que
gusta de los placeres. Las mujeres, la comida, el vino y la m¨²sica le ocupan su tiempo libre. No s¨®lo roba besos y abrazos y toquetea a se?oras y criadas sino que atiza a su esposa, a la que ama, por celos. No olvida mencionar con deleite y detalle sus comidas y cenas, comenta los diversos vinos que ingiere sin olvidar las cogorzas y disfruta mucho, s¨®lo o en compa?¨ªa, de la m¨²sica, bien tocando instrumentos como el la¨²d o el caramillo, bien cantando alegremente. Y todo lo cuenta en este tono: "Anim¨¦ a la esposa de Bagwell a seguirme hasta una cervecer¨ªa apartada. La acarici¨¦ bebimos y comimos; por ¨²ltimo, tras bastantes protestas, llegu¨¦ paulatinamente a lo que quer¨ªa, con inmenso placer. A la noche, como llov¨ªa la acompa?¨¦ (...) y me fui en coche al Comit¨¦ de T¨¢nger donde, lo mismo que en todas partes, loado sea Dios, gozo de una consideraci¨®n en constante ascenso. Vuelto a casa, trabaj¨¦ hasta tarde, muy tarde, sin que nadie lo notara; luego me acost¨¦ cansado agitado por diversos pensamientos. La situaci¨®n entre Holanda y nuestro pa¨ªs se agrava de d¨ªa en d¨ªa". Es ego¨ªsta y hasta mezquino en ocasiones, pero lo cuenta sin reparo; y lo mismo anota que ha pillado al rey volviendo a escondidas de yacer con su amante que describe con autoridad y eficiencia la pompa de la coronaci¨®n de Carlos Estuardo. Es hombre de orden y de costumbres morales estrictas, lo que le hace arrepentirse a menudo de sus excesos y con ello no duda en ponerse en verg¨¹enza ante s¨ª mismo con tal de no faltar a la verdad; quiz¨¢ su actitud de vida se resuma en esta anotaci¨®n: "Esta ma?ana, al enterarme de que la reina ha empeorado nuevamente, orden¨¦ suspender la confecci¨®n de mi capote de terciopelo hasta saber si vive o muere".
Libro divertido y fascinante
donde los haya, bien que para degustar poco a poco para no acabar tan saturado de detalles como a veces estuvo su autor de clarete, nunca agradeceremos bastante que la taquigraf¨ªa le ayudase a ser tan sincero sin jugarse la cabeza y a nosotros a leer esta joya incomparable. S¨®lo quiero hacer notar en la traducci¨®n descuidos tales como ir a lo de por ir a casa de; verbos como sesionar e incluso platicar, demasiado modernos para un texto del XVII (en mi opini¨®n); o una frase tan inesperadamente galicista como lo hall¨¦ en tren de desembarazarse de su atav¨ªo. Cuidar eso en la edici¨®n para Espa?a no es mucho pedir. Tambi¨¦n echo de menos una cronolog¨ªa hist¨®rico-cultural europea para el lector espa?ol y faltan notas: unas obras literarias aparecen anotadas y otras no. Pero en todo caso es una selecci¨®n perfectamente representativa y bien traducida. Antes s¨®lo exist¨ªa una de Austral de 1954, debida a Antonio Dorta, agotada y tambi¨¦n excelente.
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