Paisaje destruido
Las generosas lluvias de este oto?o han lavado el paisaje y lo han dejado como nuevo. Cantan los arroyos, las hojas se han desprendido de los ¨¢rboles con un desistimiento de medias de mujer y los campos entran en el invierno vestidos a la brit¨¢nica, con elegantes abrigos de c¨¦sped. A pesar de que nuestra pol¨ªtica tambi¨¦n sale de la lavander¨ªa, con flamantes tintes nuevos, no puedo reprimir la tentaci¨®n de invitarles a recorrer las curvas del pa¨ªs, que est¨¢n estos d¨ªas m¨¢s apetitosas que nunca. Disfrutar del paisaje es bastante barato y sencillo. A los que no poseemos segunda residencia o jard¨ªn propio, nos queda el paisaje. Llega un fin de semana y subimos al coche buscando una playa, un monte, una ribera. Al llegar, localizamos lo que en Italia llaman un belvedere y pasamos el d¨ªa tan ricamente. El paisaje es el jard¨ªn de los pobres. El paisaje es tambi¨¦n el consuelo de los d¨ªas tristes. Pide uno la ma?ana libre a costa del sueldo o, menos honestamente, con la excusa de la gripe, y huye por unas horas del mundanal ruido buscando la silente compa?¨ªa de las hojas muertas. Nada es comparable a una ma?ana de oto?o o de invierno en el campo. Mientras las gentes hormiguean en las fren¨¦ticas ciudades laborales, uno descansa la vista sobre el paisaje mudo y deja que la quietud de la tierra trabaje en su esp¨ªritu (es m¨¢s eficaz que el Prozac).
El Empord¨¤ est¨¢ lleno de paisajes amenazados por la avidez urbanizadora. Desde el santuario dels ?ngels se divisan varios de ellos
Esto es lo que me dio por hacer el otro d¨ªa, precisamente. Una vuelta matinal por una zona del Empord¨¤ de la que ya otras veces he dado apasionada noticia: una zona maravillosa que se esconde entre los espesos montes de Les Gavarres y la carretera que va de Girona a Palam¨®s. Los peque?os pueblos que salpican esta zona son una maravilla: La Pera, P¨²bol, Madremanya, Millars, Monells, Sant Mart¨ª Vell. El santuario dels ?ngels, ya en plenas Gavarres, preside el espacio y permite una visi¨®n formidable. Sub¨ª hasta all¨ª. Los trozos del Mediterr¨¢neo que divisaba parec¨ªan bufandas azules abrigando la nuca del paisaje ampurdan¨¦s que mostraba, por el otro lado, la reci¨¦n nevada dentadura pirenaica. A mis pies, el Empord¨¤ al completo, partido por las cansadas arboledas, ya casi desnudas, que acompa?an el Ter hasta la desembocadura. Algo me inquiet¨®, sin embargo. Algo no precisamente bello que estaba viendo. En todas partes, nuevas construcciones. El paisaje ampurdan¨¦s es b¨¢sicamente rural, pero los pol¨ªgonos y las urbanizaciones crecen a ojos vista. Dos a?os atr¨¢s escrib¨ª, aqu¨ª mismo, una cr¨®nica en la que denunciaba un proyecto de urbanizaci¨®n que iba a dar el traste con la preciosa aldea de Millars. Desde entonces no paran de llamarme personas que viven en los pueblos del Empord¨¤ para pedirme ayuda. Las voces siempre son desesperadas: "?En Sant Jordi Desvalls est¨¢ prevista una urbanizaci¨®n colosal!". "?Y en Llevi¨¤, sobre las ruinas de Ullastret!". "?En Les Olives, cerca de Vilopriu, van a construir un golf y 60 casas!". "?Ay¨²deme a parar la urbanizaci¨®n de Sant Sadurn¨ª de l'Heura!". "?Quieren convertir unas canteras romanas, los Clots de Sant Juli¨¤, cerca de Vullpellac, en un transformador industrial de residuos!". Cada vez que me llaman se me parte el coraz¨®n, pero no puedo dedicar todos mis art¨ªculos a relatar la sistem¨¢tica destrucci¨®n del territorio. Sin embargo, era tan visible desde Els ?ngels el contraste entre la belleza del paisaje y el desordenado crecimiento de los pueblos, que decid¨ª telefonear, desde all¨ª mismo, al ¨²ltimo de los que me hab¨ªa comunicado la inminencia de un desastre: el profesor Henry Ettinghausen, catedr¨¢tico em¨¦rito de la Universidad de Southampton, especialista en el siglo de oro castellano y en el periodismo catal¨¢n del siglo XVII, quien, casado con una catalana, reside en La Pera desde hace a?os.
Quedamos a medio camino entre Madremanya y La Pera, en Pedriny¨¤, una aldea del t¨¦rmino de La Pera situada en el centro de un valle dulce y soleado. El lugar es encantador como un sue?o infantil. Unas pocas casas dispersas forman el n¨²cleo alrededor de la peque?a iglesia, que fue reconstruida pacientemente por un vecino, Joan Llenas. Su viuda cuida ahora el jard¨ªn que rodea el ¨¢bside, dedicado a su marido, que fue enterrado junto a los muros rom¨¢nicos. Visitamos la iglesia y observamos el ameno huerto mientras o¨ªmos la canci¨®n del arroyo. Henry se?ala una monta?a que se alza frente a la aldea: ah¨ª es donde piensan construir la urbanizaci¨®n que privatizar¨¢, de facto, no solamente la monta?a y la aldea, sino todo el valle desde La Pera hasta Madremanya. Se acabar¨¢ el silencio, tendr¨¢ que ampliarse la carretera, habr¨¢ que construir una gran depuradora para el agua, aparecer¨¢n negocios y servicios para satisfacer las necesidades, y toda esta zona, que ahora es una entra?able delicia p¨²blica, para goce de lugare?os y visitantes, ser¨¢ un abigarrado dominio privado. Y no lo habr¨¢ decidido el Gobierno, ni siquiera el pueblo de La Pera. Lo decide un promotor. Los j¨®venes de La Pera han protestado y han recogido 200 firmas (la mitad de la poblaci¨®n estable) en contra del proyecto. ?C¨®mo puede ser que un promotor tenga libertad para urbanizar esta monta?a en pleno bosque? Un avispado negociante consigui¨® hace 20 a?os la recalificaci¨®n de esta monta?a a cambio de regalar un campo de f¨²tbol al pueblo. Por si fuera poco, la promotora que ha comprado la monta?a amenaza con aumentar el n¨²mero de casas construidas si los del pueblo no se callan. Henry Ettinghausen, que ha escrito miles de p¨¢ginas sobre la cultura castellana y catalana del barroco y que habla un catal¨¢n perfecto, no encuentra el equivalente hispano de la expresi¨®n jur¨ªdica Public Enquiri, una f¨®rmula que permite a la ciudadan¨ªa brit¨¢nica velar por los intereses generales ante los abusos particulares sobre el territorio. Agotada la destrucci¨®n de la l¨ªnea costera, el mercado inmobiliario est¨¢ ¨¢vido de productos situados en el Empord¨¤ interior. Bajo la presi¨®n del mercado, la destrucci¨®n del paisaje (de nuestro patrimonio colectivo) parece inevitable... si la nueva Generalitat no lo remedia.
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