La piedra
A este preso, sentenciado a muerte, los colegas de la c¨¢rcel le ced¨ªan el paso, s¨®lo por la jerarqu¨ªa de su mirada. Mientras esperaba el resultado de la apelaci¨®n, jugaba a los dados en el patio y all¨ª mismo aun pod¨ªa dar una pu?alada por cuestiones de prestigio. Este doble azar le hac¨ªa sentirse todav¨ªa un hombre entero. Ten¨ªa todos los hedores de la existencia pegados a su chupa de pl¨¢stico, sin excluir el olor de la sangre que hab¨ªa derramado por una mujer. Fuera de la c¨¢rcel el mundo segu¨ªa rodando. Desde la celda o¨ªa el fragor de una autopista e incluso le llegaban los gritos de los buhoneros de un mercadillo popular. El reo llev¨® una vida a flor de piel hasta el d¨ªa en que su abogado le comunic¨® que el tribunal hab¨ªa desestimado el ¨²ltimo recurso y fue conducido al corredor de la muerte, donde la soledad absoluta acab¨® por despojarle de cualquier clase de orgullo. Primero perdi¨® la noci¨®n del tiempo: s¨®lo la luz y la oscuridad se suced¨ªan indefinidamente en una claraboya inaccesible. Despu¨¦s olvid¨® su nombre y cuando ya no era nadie, sin dirigirle la palabra un celador lo sacaba durante una hora a un patio angosto : all¨ª s¨®lo hab¨ªa un fragmento de cielo, un ¨¢ngulo de sol, el aire que respiraba y unos l¨ªquenes en el muro m¨¢s umbr¨ªo. A lo largo de muchas jornadas, partiendo de la nada, con estos elementos tan puros el preso comenz¨® a reconstruirse por dentro. Cada noche esperaba como un fest¨ªn el ejercicio del d¨ªa siguiente: sal¨ªa al patio, recib¨ªa la luz del sol en el rostro, respiraba profundamente hasta embriagarse y luego pasaba la yema de los dedos por la seda h¨²meda de los l¨ªquenes para convocar la sensaci¨®n de unos labios. A estos elementos esenciales un d¨ªa se uni¨® un peque?o canto rodado que encontr¨® en el suelo. El preso record¨® que, de ni?o, le hablaba a una piedra. La llevaba siempre consigo, dorm¨ªa con ella y en los momentos en que se sent¨ªa muy solo le confiaba sus pensamientos. Este canto rodado fue, de nuevo, su confidente, pero ahora no le hablaba en voz alta como cuando era ni?o. S¨®lo lo manten¨ªa muy apretado dentro del pu?o para cargarlo con la energ¨ªa que le bajaba por el brazo y eso le bastaba para sentir que ten¨ªa en la mano todo el universo. Sobre el granito umbr¨ªo del muro palpitaban los l¨ªquenes en forma de verdes labios y en el preciso instante en que el ¨¢ngulo de sol incid¨ªa en ellos para incendiarlos, el reo observaba aquellos g¨¦rmenes de vida y, apretando el universo con el pu?o, se cre¨ªa libre y exento de culpa, como en los lejanos d¨ªas felices.
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