A?os
Tantas veces como se han hecho votos porque el a?o entrante fuera propicio en uno u otro sentido, nunca entre los bienes posibles se ha enumerado un ant¨ªdoto contra la prisa. Porque m¨¢s que otro mal o virus generalista, la prisa nos mata, y antes incluso de llegar a ese l¨ªmite corrosiona la experiencia, decolora el sabor, arruina poco a poco la dosis del d¨ªa a d¨ªa.
El desarrollo de la historia humana ha valorado tanto la velocidad que ha llegado hasta un cenit en que lo nuevo siempre resulta m¨¢s r¨¢pido y lo premioso queda despreciado para el progreso. S¨®lo desde hace poco, cuando se constata dentro y fuera de las autopistas, en el trabajo o en el ocio, que la muerte crece exponencialmente con la velocidad y la calidad de la vida se deshace con la aceleraci¨®n, la lentitud ha recobrado car¨¢cter de lujo. S¨®lo el sabio y el acaudalado apropiadamente alcanzan a paladear la lentitud que, vista de un lado, discurre como un hermoso animal de placer y, de otro, representa la salud ¨®ptima.
Los grandes t¨ªtulos, las supremas categor¨ªas, las investiduras solemnes requieren de la lentitud como las bodas piden ¨®rganos, tules y flores. Nada grande, sea en la materia o en el esp¨ªritu, se desplaza precipitadamente porque la prisa es de una dinast¨ªa vulgar y casi paup¨¦rrima; una suerte de subproducto o residuo a granel de aquella civilizaci¨®n que no logra amarse a s¨ª misma. Y corre.
El amor, el dolor, la gran pasi¨®n, son lentas y la existencia no ser¨¢ m¨¢s o menos larga por s¨ª misma, sino m¨¢s o menos duradera de acuerdo a su capacidad de entretenerse con nosotros. Vivir velozmente es el anticipo de morir prematuramente. El tiempo, no nos cansamos de decirlo, posee una naturaleza relacionada con el grado de degustaci¨®n, la consciencia del instante y la disposici¨®n m¨¢s tranquila. Buena o mala, cualquier circunstancia pesa m¨¢s o menos en funci¨®n de su profundidad y la prisa es la superficialidad por antonomasia. Un a?o importante o muy importante es aquel que, feliz o desgraciadamente, pesa m¨¢s. A?os que se adensan como tramos bru?idos, plenos de lentitud, y sobre cuyo territorio desfilan como sucesos de m¨¢ximo valor los minutos, los personajes, sus rastros.
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