Las regiones de la cultura
La enciclopedia acerca a un usuario an¨®nimo y universal la responsabilidad individual de llegar a saber y la libertad de educarse
Sin prejuzgar que las motivaciones de los remitentes sean otras que el af¨¢n cooperativo y la insaciable necesidad de publicar que hoy hace desdichados a tantos mortales, todo el que ha pedido prestados apuntes alguna vez en su vida conoce el implacable proceso de degradaci¨®n al que est¨¢n sometidos, que ya comienza en el paso de la obra de referencia al discurso del profesor, y que se multiplica en su transmisi¨®n a los alumnos y en el trasiego de estos ¨²ltimos, hasta llenar las hilarantes p¨¢ginas de esos libros que recogen los disparates de los aularios y que nos recuerdan, por ejemplo, lo f¨¢cilmente que los coleccionistas de sellos se convierten en sifil¨ªticos. Pero el caso de este tipo de p¨¢ginas no es excepcional: cuando el criterio para incluir una informaci¨®n no es m¨¢s que una secuencia de letras en un buscador (es decir, cuando no hay criterio alguno) y quienes la proporcionan declinan toda responsabilidad sobre su correcci¨®n formal y material, como masivamente ocurre en la red cibern¨¦tica, entonces lo que tenemos no es informaci¨®n, sino un flujo de contenidos aleatoriamente reunidos que, m¨¢s que a la imaginaria enciclopedia china de Borges, se parece a la secuencia de un zapping televisivo o a la heterogeneidad de los materiales amalgamados en un vertedero. No se puede excluir que en ambos casos haya contenidos valiosos en ese torrente, pero lo que parece excluido es la capacidad para discriminarlos.
?sta es una de las razones por las cuales, incluso para quien considere que la principal funci¨®n de una enciclopedia es la de proporcionar informaci¨®n con miras acad¨¦micas o paraacad¨¦micas, ¨¦sta no puede ser sustituida por la navegaci¨®n electr¨®nica. Forzosamente sint¨¦tica por vocaci¨®n de su g¨¦nero, la enciclopedia no solamente se distingue porque la selecci¨®n de sus materiales s¨ª obedece a un criterio de calidad y porque sus autores s¨ª se hacen responsables de sus contenidos -hay art¨ªculos de enciclopedia que han quedado convertidos en peque?as obras maestras-, sino por algo m¨¢s importante: no presenta ¨²nicamente una colecci¨®n de conocimientos valiosos, ni puede en ning¨²n caso sustituir lo resumido mediante sus res¨²menes, pero puede hacer algo que le es propio, a saber, mostrar, en su propia articulaci¨®n, las conexiones entre las diversas regiones de la cultura y, por tanto, ofrecer un mapa significativo que permita al lector orientarse en el terreno del conocimiento concebido como un todo. En una ¨¦poca tan dada a la dispersi¨®n y a la fragmentaci¨®n como lo es la nuestra, la apreciaci¨®n de estos v¨ªnculos es ya un servicio p¨²blico.
Con todo, esta consideraci¨®n de la enciclopedia como una obra de consulta informativa y predominantemente acad¨¦mica es ya una rebaja con respecto al sentido moderno de este g¨¦nero literario; una rebaja que en cierto modo justifica el uso peyorativo del t¨¦rmino "enciclopedismo". A diferencia de las bibliotecas de la Antig¨¹edad o de las summas medievales, la enciclopedia est¨¢ para nuestra cultura marcada por una intenci¨®n de radical ilustraci¨®n. La consideraci¨®n popular de estas obras como un simple auxilio para el que necesita una indicaci¨®n r¨¢pida y sin¨®ptica -un "rinc¨®n del vago", en suma- nos hace dif¨ªcil comprender el hecho de que, en el momento de su renacimiento en el Siglo de las Luces, la enciclopedia fuese percibida como un instrumento tan decisivo para la revoluci¨®n democr¨¢tica como la prensa libre o el Parlamento. Y es que, m¨¢s all¨¢ de la satisfacci¨®n del loable deseo de "informarse", la enciclopedia naci¨® para divulgar y poner al alcance del ciudadano com¨²n todo un continente de saber que hasta entonces era s¨®lo accesible a unos pocos. Es decir, no como el fin del conocimiento -la tumba a la que va a parar el saber ya consolidado para momificarse con la rigidez de lo acabado-, sino como su principio, como un corredor lleno de puertas abiertas o como un manojo de llaves para franquearlas; no como el remedio que nos ha de liberar del trabajo de leer a Dickens o a Arist¨®teles, sino como el pasaje que nos ha de llevar hasta ellos, que nos ha de hacer comprender -como lo hacen las buenas enciclopedias- que tales lecturas no son un trabajo sin ser, adem¨¢s y sobre todo, un placer.
Aunque no se trate de un instrumento autosuficiente, la enciclopedia acerca a las manos de un usuario an¨®nimo y universal no s¨®lo el saber, sino la responsabilidad individual de llegar a saber y la libertad de educarse. Y del retraso que a¨²n llevamos en esta tarea no tiene la culpa ninguna web.
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