Mac Orlan, un rom¨¢ntico ir¨®nico
El actual desconocimiento que hay en nuestro pa¨ªs de la obra de Pierre Mac Orlan resulta verdaderamente chocante. Por lo visto, los amantes de rarezas exquisitas que podr¨ªan rescatarle lo consideran demasiado "popular" y los lectores que disfrutan con la literatura "popular" de calidad est¨¢n demasiado atareados leyendo a Patrick O'Brien o Arturo P¨¦rez-Reverte (y no ser¨¦ yo quien se lo afee) como para acordarse de este ins¨®lito y genial bohemio de comienzos del pasado siglo. Es una verdadera l¨¢stima, porque se trata de un narrador vigoroso y divertido -vigorosamente divertido- capaz de urdir tramas en las que se combinan ingredientes tan dif¨ªciles de dosificar juntos como la intrepidez y el escepticismo, los amores fatales, la s¨¢tira, la denuncia social y la beatificaci¨®n del coraje individual que nada espera y nunca desespera. Sobre todo, como les ocurre al mejor Baroja o al mejor Blaise Cendrars, puede ser asombrosamente moderno, casi experimental, sin dejar nunca de ser interesante a¨²n para el lector m¨¢s convencionalmente desprevenido.
EL CANTO DE LA TRIPULACI?N
Pierre Mac Orlan
Traducci¨®n de Julio G¨®mez de la Serna
Ikusager. Vitoria, 2003
192 p¨¢ginas. 16 euros
Pierre Dumarchey (18821970), que firm¨® su obra como Pierre Mac Orlan y se pase¨® por el mundo rigurosamente disfrazado de bret¨®n o de escoc¨¦s (entre otros ocultamientos), fue pintor, dibujante, periodista, jugador de rugby, poeta, novelista y compuso la letra de muchas canciones. En el Montmartre de comienzos del siglo XX deambul¨® entre el Lapin Agile y el Bateau Lavoir en compa?¨ªa de sus amigos Max Jacob y Apollinaire. Frecuent¨® los burdeles y los bajos fondos, mientras se impregnaba de humor surrealista. Para ganarse el sustento, perpetr¨® algunas novelitas pornogr¨¢ficas. Pero su ideal, ins¨®lito en esos lares, era convertirse en un gran narrador de aventuras como su admirado Kipling o sobre todo como Robert Louis Stevenson. A este efecto escribi¨® un Peque?o manual del perfecto aventurero, en el que celebra elocuentemente a los expedicionarios que jam¨¢s se mueven de su casa. A ¨¦l le sac¨® de la suya la Primera Guerra Mundial, y esa experiencia b¨¦lica junto a los relatos de un hermano muy querido que se enrol¨® en la legi¨®n extranjera le brindaron el material para su obra llena de peripecias, tan precisa en su realismo como en su fantas¨ªa. Quien desee conocer mejor su vida puede leer Mac Orlan, l'aventurier inmobile, de Jean-Claude Lamy (Albin Michel, 2002).
Seg¨²n aclar¨® a sus lectores,
"la utilidad de la literatura de imaginaci¨®n es dar recuerdos novelescos a quienes no han tenido ocasi¨®n de obtenerlos pagando al contado. Pues deb¨¦is saber que los recuerdos cuestan a veces muy caros y no admiten pago a cr¨¦dito". En su copiosa producci¨®n cuenta al menos con cuatro obras maestras: La bandera y El muelle de las brumas (llevadas al cine respectivamente por Julien Duvivier y Marcel Carn¨¦ en sendas pel¨ªculas protagonizadas por Jean Gabin) y El ancla de misericordia (1940), a mi modesto entender la mejor de todas y la ¨²nica imitaci¨®n de La isla del tesoro que no es inferior al original. En cuanto a la cuarta obra maestra... Se titula El canto de la tripulaci¨®n y la public¨® antes que las otras, en 1918, a su regreso de la guerra. Tambi¨¦n en ella est¨¢ muy presente la influencia de Stevenson y los elementos de su c¨¦lebre novela: la tentaci¨®n de un tesoro all¨¢ en lo remoto, el sedentario burgu¨¦s que se embarca rodeado de compa?eros poco fiables, la tripulaci¨®n ambigua, la isla enigm¨¢tica y finalmente el barco que regresa hecha ya su fortuna dejando atr¨¢s el desconcierto de los perdedores. Pero manejados y recombinados estos temas por Mac Orlan, el resultado es muy diferente al de su modelo: no menos rom¨¢ntico pero mucho m¨¢s ir¨®nico y tambi¨¦n en cierta medida m¨¢s melanc¨®lico y crepuscular. Si este relato no merece el calificativo de "inolvidable" es que Alzheimer nos ha ganado a todos la partida, definitivamente.
El editor alav¨¦s Ernesto Santaolaya ha mimado esta edici¨®n de El canto de la tripulaci¨®n, que dedica con versos de Suburbano a la memoria entra?ablemente piratesca de Joseba Pagazaurtundua y cuya portada es un dibujo de Jon Onaindia, hijo de nuestro desaparecido amigo Mario. La adorna con un cuaderno de bit¨¢cora central cuyos dibujos reproducen la traves¨ªa hasta el tesoro y la enriquece con un pr¨®logo de Raymond Queneau y un ep¨ªlogo de Ram¨®n G¨®mez de la Serna en el que podemos leer esta semblanza: "Mac Orlan tiene una cosa de gran pirata, aunque mejor dicho es el escritor que ha dejado de ser pirata, pero a¨²n toca el acorde¨®n de la tarde como el ¨¢ngelus supremo de la pirater¨ªa".
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