Tribulaciones de un yahoo
EL PA?S ofrece a sus lectores ma?ana, lunes, por 1 euro, 'Los viajes de Gulliver', de Jonathan Swift
La libertad feroz, terrible y pesimista alienta en cada p¨¢gina del libro
Relato fant¨¢stico, f¨¢bula pol¨ªtica y diatriba moral, Gulliver es varios libros a la vez: una novela de viajes imaginarios en un ¨¦poca de exploraciones cient¨ªficas e imperios mar¨ªtimos, narrada por un m¨¦dico naval inquisitivo e ingenioso; una alegor¨ªa sat¨ªrica de la organizaci¨®n pol¨ªtica y social de su tiempo, que utiliza la comparaci¨®n ir¨®nica con los usos y costumbres de lugares ficticios; y una feroz censura de la condici¨®n humana, que representa airadamente en su dimensi¨®n m¨¢s s¨®rdida y degradada con s¨¢dica minuciosidad. Aventura, utop¨ªa y serm¨®n, la obra que Swift dijo haber escrito "para fustigar al mundo m¨¢s que para divertirlo" es, sin embargo, tan imaginativa y entretenida que no cuesta entender su ¨¦xito continuado. Redactado a lo largo de cuatro a?os, entre 1721 y 1725, el libro experimenta un progresivo cambio de tono, que se va haciendo cada vez m¨¢s ¨¢spero y doctrinario en los cuatro viajes sucesivos, de las amenas andanzas de Gulliver entre enanos y gigantes hasta sus inquietantes visitas a la isla flotante de Laputa y al pa¨ªs de los caballos racionales; un oscurecimiento atribuible al envejecimiento desenga?ado de su autor -alejado en Dubl¨ªn de la vida p¨²blica inglesa y frustrado en sus ambiciones eclesiales-, y acaso relacionado tambi¨¦n con la desaparici¨®n en 1723 de Vanessa, una amiga ¨ªntima de Swift denominada por ¨¦l con ese nombre privado, como llamar¨ªa Stella a la destinataria de las tiernas cartas redactadas en idioma infantil.
Los dos primeros viajes son los favoritos de los ni?os, porque los contrastes de escala corresponden a su propia experiencia: cuando juegan con soldaditos y casas de mu?ecas, son Gulliver entre los liliputienses; cuando se relacionan con el mundo adulto, est¨¢n en el pa¨ªs de los gigantes, amenazados como Gulliver por monos, ratones, p¨¢jaros o sapos colosales. La s¨¢tira pol¨ªtica, con las divergencias ideol¨®gicas reducidas a la forma de cascar un huevo y los dignatarios de la corte obteniendo sus sinecuras a trav¨¦s de piruetas rid¨ªculas, es para los m¨¢s j¨®venes apenas un grotesco gui?ol, y la alegor¨ªa de la pugna entre Inglaterra y Francia a trav¨¦s de las escaramuzas de Lilliput y Blefuscu pasa justamente inadvertida; las m¨²ltiples referencias al excremento o la orina se insertan sonrientemente en la escatolog¨ªa infantil del caca, pedo, culo, pis; y es inevitable la identificaci¨®n con la protectora de Gulliver en Brobdingnag, una ni?a de siete a?os que cuida del hom¨²nculo como si fuese una mascota delicada. M¨¢s dif¨ªcil es hallar diversi¨®n en la mal enhebrada retah¨ªla de episodios del tercer viaje, con los pedantes ensimismados de Laputa, el pa¨ªs de Balnibarbi deconstruido por los experimentos, los sabios extravagantes de la Academia de Lagado, los esp¨ªritus parlantes de Glubbdubdrib y los decr¨¦pitos inmortales del reino de Luggnagg; e in¨²til buscar entretenimiento en la cuarta y ¨²ltima expedici¨®n, dogm¨¢ticamente polarizada entre los Houyhnhnms, una raza de caballos inteligentes ornada de austeras virtudes, y los yahoos, unas bestiales criaturas con forma humana aquejadas de todos los vicios imaginables, que viven adecuadamente sometidas a la ecu¨¢nime sabidur¨ªa equina.
A Gulliver se le ha relacionado con el Candide de Voltaire, pero los viajes atribulados de ese yahoo resignado que al final imita el trote h¨ªpico porque aborrece de su condici¨®n y no soporta el trato de sus semejantes son m¨¢s bien el env¨¦s de la haza?a optimista de otro n¨¢ufrago, el Robinson que reconstruye en su isla el universo natural y moral de su origen; un personaje alumbrado siete a?os antes por Daniel Defoe, periodista pol¨ªtico como Swift, protegidos los dos por el mismo ministro Tory y autores ambos de obras que no estaban dedicadas originalmente al p¨²blico juvenil. El pesaroso puritano del sofisticado Swift se contrapone al din¨¢mico emprendedor del plebeyo Defoe, y reemplaza la inventiva econ¨®mica de ¨¦ste con una obsesi¨®n fisiol¨®gica que le hace usar reiteradamente sus esf¨ªnteres, jactarse de sus atributos cuando el ej¨¦rcito de Lilliput desfila bajo sus calzones rotos o experimentar horror cuando las j¨®venes damas de Brobdingnag lo emplean como juguete er¨®tico, desnudo sobre sus senos o a horcajadas de sus pezones. Esa n¨¢usea triste de la carne, que le hace despreciar a las mujeres de Laputa por la impunidad de sus enredos ad¨²lteros frente a maridos autistas o recordar con p¨¢nico el ataque sexual de una hembra yahoo, desemboca al cabo en un v¨¦rtigo de misantrop¨ªa que contempla la humanidad como un conglomerado de estupidez, maldad y corrupci¨®n, apenas justificado en su carta a Pope: "No odio a los hombres: sois vous autres quienes los odi¨¢is, porque los ten¨¦is por animales racionales, y os encoleriza la decepci¨®n". En el epitafio latino que redact¨® para su tumba en San Patricio, Swift dijo descansar "donde la fiera indignaci¨®n no puede lacerar su coraz¨®n" y haber dedicado su vida a la causa de la libertad. Esa libertad feroz, terrible y pesimista alienta en cada p¨¢gina de Los viajes de Gulliver.
Babelia
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