Manet en Espa?a
Casi terminado el recorrido de la exposici¨®n, jalonado con gratas sorpresas, la gente pasa largo rato -at¨®nita, boquiabierta y luego entusiasmada- delante de Un bar en el Folies-Berg¨¨re (prestado por la Courtauld Gallery, de Londres). La mayor¨ªa de los comentarios giran en torno al inmenso espejo que se extiende detr¨¢s de la hermosa joven encargada del mostrador, y que domina el cuadro. "?No entiendes? Tiene que ser redondo para reflejarla as¨ª. Si no, el reflejo estar¨ªa detr¨¢s". Y as¨ª por el estilo. Pero no se trata de un espejo redondo. A Manet le tra¨ªan ya sin cuidado las llamadas "reglas" del arte, y en su casi pen¨²ltima obra se permiti¨® una descarada licencia ¨®ptica.
Corr¨ªa el a?o 1882. El pintor estaba mortalmente enfermo y sab¨ªa que le quedaba poco tiempo. Con esta obra, luego tan atacada por los cr¨ªticos parisienses, quer¨ªa rendir un postrer homenaje a quien consideraba su maestro, Vel¨¢zquez. Durante su visita a Madrid en 1865, casi veinte a?os antes -hizo el trayecto desde la capital francesa en el nuevo tren directo-, Manet pas¨® muchas horas delante de los lienzos del genio andaluz, sobre todo Las meninas, que, como si acabara de tener una deslumbrante revelaci¨®n, modific¨® su manera de ver y de entender el mundo. La obra le fascin¨® por su maestr¨ªa t¨¦cnica, por sus luces y sus sombras, por su enigm¨¢tico espejo, y le hizo reflexionar sobre la met¨¢fora de la vida como sue?o, como enga?o (sab¨ªa, c¨®mo no, que Calder¨®n y Vel¨¢zquez fueron contempor¨¢neos). Despu¨¦s, nada iba a ser lo mismo.
Una de las mayores ventajas de esta magna exposici¨®n del Prado, que pronto cerrar¨¢ sus puertas, es poder comparar Las meninas y Un bar en el Folies-Berg¨¨re bajo el mismo techo, a dos pasos el uno del otro. Y ello por vez primera. La experiencia quita el aliento.
La muestra del Prado tambi¨¦n permite calibrar la enorme influencia ejercida sobre la sensibilidad de Manet por la musa sombr¨ªa del Goya de Los fusilamientos del 3 de mayo, cuadro que inspir¨® su La ejecuci¨®n del emperador Maximiliano. Las dos obras han sido colgados en la misma sala. El impacto es tremendo. Tambi¨¦n est¨¢ claramente en deuda con el antecedente de Goya la litograf¨ªa estremecedora y pat¨¦tica titulada Guerra civil, que capta el momento en que se matan entre las barricadas de Par¨ªs dos combatientes, uno militar, el otro civil, durante la nefasta Comuna de 1871, responsable de 30.000 v¨ªctimas.
Manet en el Prado tiene la virtud de recordarnos el prestigio de que gozaba el arte espa?ol en la Francia del Segundo Imperio -la de Baudelaire, la de la Exposici¨®n Universal de 1867-, as¨ª como el inter¨¦s que suscitaban en Par¨ªs las singularidades costumbristas de estas tierras. Todo ello debido en no poca medida, sin duda, a la popularidad de Eugenia de Montijo. En los cuadros expuestos en Madrid no faltan majos, toreros (el retrato del espada muerto es impresionante), gitanos guitarristas y bailarinas. Carmen est¨¢ a la vuelta de la esquina.
Pero yo me quedo con la muchacha del Folies-Berg¨¨re, de mirada infinitamente desvalida entre tanto oropel. El adi¨®s de Manet a la feria de las vanidades.
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