Detr¨¢s de Pedrolo
Una informaci¨®n reciente contaba que el distrito de Sarri¨¤-Sant Gervasi tiene la densidad de escritores por metro cuadrado m¨¢s alta de la ciudad. Por lo visto, eso justifica la creaci¨®n de unas rutas que recorrer¨¢n lugares relacionados con la vida y la obra de plum¨ªferos del barrio (Goytisolo, Foix, Verdaguer, etc¨¦tera). Unos d¨ªas antes de hacerse p¨²blica la noticia, un grupo de amigos de Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n recorri¨® la cartograf¨ªa montalbaniana a modo de homenaje. Tambi¨¦n se sabe que el periodista Sergi D¨°ria prepara una guia de itinerarios literarios. ?Tiene m¨¢s inter¨¦s visitar el espacio ficticio o real de un escritor que el de, pongamos, un ginec¨®logo? No lo s¨¦, pero la fiebre sigue extendi¨¦ndose. En Viajes alrededor de mi cuarto, Xavier de Maistre (1763-1852) redujo su ruta a un ¨¢mbito tan limitado que convertir¨ªa cualquier visita tur¨ªstica en la escena del camarote de los Hermanos Marx. Una de las confesiones de aquel texto lo dejaba muy claro: "He emprendido y realizado un viaje de cuarenta y dos d¨ªas alrededor de mi cuarto".
Existe cierta fascinaci¨®n por los escritores. Yo mismo he visitado la tumba de alguno, o bares m¨¢s o menos insalubres con la ¨²nica intenci¨®n de impregnarme del talento ajeno, y sigo con cierto inter¨¦s la arqueolog¨ªa vital de los m¨¢s grandes (en Comment c'etait, por ejemplo, Anne Atik ofrece una lista de los bares parisienses que frecuentaba Samuel Beckett). Esta mitoman¨ªa no estaba mal, pero me lo pas¨¦ mejor cuando, en una ocasi¨®n, segu¨ª a Manuel de Pedrolo (1918-1990) por la calle. Lo pill¨¦ en la parte alta de la calle de Santal¨® de Barcelona y lo fui siguiendo, cual polic¨ªa secreta. Pedrolo era un paseante compulsivo. Andaba con las manos en la espalda, mir¨¢ndolo todo con un inter¨¦s que quedaba amplificado por sus gafas caracter¨ªsticas. Llevaba un peri¨®dico enrollado, como esos con los que los chicos de Pamplona aporrean a los toros por San Ferm¨ªn. Miraba los edificios, los escaparates, las mujeres y en aquella ocasi¨®n no advert¨ª en su comportamiento ninguna anomal¨ªa t¨ªpicamente literaria: no intentaba detener el tr¨¢fico en una demostraci¨®n de mal beber ni se encerraba en una jaula para reclamar la libertad de colegas encarcelados.
?Qu¨¦ habr¨ªa opinado Pedrolo de todo este foll¨®n del Gobierno tripartito y de la reacci¨®n de Carod Rovira?, me pregunto. Busco la respuesta en una antolog¨ªa conmemorativa de sus ¨²ltimos art¨ªculos, que lleva el descriptivo t¨ªtulo de Cal protestar fins i tot quan no serveix de res. Pedrolo practicaba un inconformismo radical que resulta muy oportuno, ya sea para compartir sus opiniones abiertamente independentistas, ya sea para discrepar de ellas accediendo a los argumentos de una realidad ideol¨®gica cada vez m¨¢s extendida, narrados en una prosa mucho m¨¢s solvente que la de los pol¨ªticos. En septiembre de 1988, leo que Pedrolo recibi¨® un mensaje de Terra Lliure en el que le ped¨ªan que hablara del independentismo dividido y de las reyertas fratricidas que se produc¨ªan en el Fossar de les Moreres. Pedrolo sostiene que su opini¨®n no puede resultar ¨²til, ya que vive un poco au dessus de la m¨ºl¨¦e. "La psicologia del grup minoritari, encarat amb un adversari massa fort, facilita les discrep¨¤ncies i s'oposa a la unitat", dice. En la situaci¨®n actual, parece que este combate entre psicolog¨ªas minoritarias y arrogancias mayoritarias fomenta la chapuza y el enfrentamiento irresponsable. As¨ª que, a veces, es bueno recorrer las mejores y m¨¢s inofensivas rutas de los escritores para aislarse del temporal demag¨®gico y electoralista: sus libros. O encerrarse en casa e iniciar un viaje de 42 d¨ªas (o m¨¢s) alrededor de, pongamos, el retrete.
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