Madrile?os
Una vez m¨¢s la tragedia nos hermana. Renace la vieja solidaridad hisp¨¢nica, el amor que contra viento y marea nos re¨²ne en este duelo, la necesidad que tenemos los unos de los otros en esta triste y exasperada piel de toro. En Madrid los vagones est¨¢n llenos de cad¨¢veres destrozados y en Barcelona, o en cualquier punto de Catalu?a, saltan los tel¨¦fonos, corre la voz, buscan las gentes hacer algo, lo que sea, algo para suavizar el horror, para salvar una vida, para atender a una v¨ªctima. Mi hija me llama por tel¨¦fono. "Me siento culpable", dice. Algo para reducir esta angustiosa sensaci¨®n de culpa, esta vomitiva sensaci¨®n de haber servido de est¨²pidos comparsas (involuntarios, s¨ª, pero tambi¨¦n inconscientes) en la siniestra estrategia del terror que podr¨ªa haber causado el atentado. Algo para reducir aunque sea un solo gemido de dolor. Algo. Una vez m¨¢s, como en la Guerra Civil, Madrid es la capital del dolor, la ciudad crucificada, la ciudad m¨¢rtir de la democracia. Vuelan los tiempos, cambian las banderas, pero el fanatismo permanece. El fascismo bombarde¨® Madrid y ahora la bombardea un fanatismo que emerge de lo m¨¢s oscuro. En primera instancia, todos hemos sospechado de ETA, pero a medida que pasan las horas toma cuerpo la idea de que un terror m¨¢s profundo, m¨¢s actual, m¨¢s en sinton¨ªa con el desorden mundial ha mostrado su zarpa. Ning¨²n argumento dar¨¢ sentido a esta ola de odio sulf¨²rico e infernal que ha sido vomitado sobre Madrid. La fr¨ªa crueldad del torturador, el c¨¢lculo preciso del s¨¢dico, la ceguera del mal absoluto parece haber ca¨ªdo sobre Madrid. Franco actu¨® de manera parecida. Fr¨ªa, herm¨¦tica e implacable ceb¨¢ndose con el heroico pueblo madrile?o durante nuestra Guerra Civil. Algunos historiadores militares explican que Franco ten¨ªa fuerzas de sobra para barrer las defensas de la capital republicana y adue?arse de ella en poco tiempo. Pero que prefiri¨® desangrarla lentamente, para destruir de esta manera, no s¨®lo a la Rep¨²blica, sino a los valores ciudadanos sobre los que ¨¦sta se fundamentaba, para alejar de la ciudadan¨ªa toda esperanza de renacimiento democr¨¢tico. Promover las mutilaciones, favorecer la muerte, hacer progresar la desgracia, tatuar el recuerdo del dolor en el coraz¨®n de los supervivientes. Esta fue la t¨¢ctica del dictador en el asedio de Madrid. Escarmentar a los ciudadanos, prepararles para un largo sometimiento.
La misma t¨¢ctica de ETA en los ¨²ltimos tiempos. Actuando a la desesperada, pero calculando igual que el dictador el mal que origina. Tal vez no es ETA la que ha repartido la siniestra loter¨ªa entre las buenas gentes de Madrid. No hemos sospechado de ella por causalidad. No hemos sido injustos con ella. Se ha ganado a pulso su candidatura al horror puro que ha destrozado la vida de un impensable n¨²mero de madrile?os. Lo ensayaron primero en Barcelona. Podr¨ªan haberlo repetido ahora en Madrid. Sin embargo, algo hay en este atentado que habla del futuro m¨¢s que del pasado etarra. Cualquier muerte violenta parece insoportable al que la vive, y desde el punto de vista ¨¦tico es reprobable. Pero este ataque es tan horrendo y diab¨®lico que todas las palabras con las que intentamos describirlo parecen tontas: resbalan contra la sangrienta realidad. Buscan algo m¨¢s que tatuar el odio en el coraz¨®n de los madrile?os (que es lo que buscar¨ªa ETA). Buscan convertir el mundo en un infierno. Si se confirma la autor¨ªa isl¨¢mica, ser¨ªa este el primer signo real, la primera evidencia de la vida que nos espera en el futuro. La perspectiva de una Guerra Civil inacabable. Estar¨ªamos viendo la puerta del infierno.
?Ser¨¢n capaces las sociedades democr¨¢ticas como la nuestra de resistir la visi¨®n cotidiana del infierno? No hay que ser, en este sentido, muy optimistas. La tentaci¨®n ser¨¢ el repliegue. Ser¨¢ muy dif¨ªcil mantener las buenas intenciones que toda democracia formal da por supuestas. Cada d¨ªa que pasa pierde terreno Rousseau y lo gana Hobbes. El conflicto de civilizaciones, que parec¨ªa una estupidez, puede estar servido. De momento es fundamental resistir la tentaci¨®n de la venganza. Los que han sentido esta tentaci¨®n frente a ETA est¨¢n en la c¨¢rcel, perdieron sus carreras y cargos, fueron expulsados del ¨¢gora. En este momento funeral y tr¨¢gico, verdaderamente tr¨¢gico, hay que saber acariciarse un poco ante al espejo. Hay que subrayar la enorme dignidad de esta democracia que ha resistido un asedio tan sangrante, tan cruel y persistente, sin perder los papeles. Que cunda el ejemplo en el futuro.
Se ha provocado aflicci¨®n y dolor sin cuento. Pero no pasar¨¢ su veneno. Barcelona se impacienta. Catalu?a se impacienta. Desear¨ªan mostrar su solidaridad, su afecto, desear¨ªan dar toda la sangre, todo el consuelo posible, inundar de solidaridad el enorme hospital en el que Madrid se ha convertido. Pero conviene que permanezcamos en discreto y f¨²nebre silencio. Como Madrid, sabe Barcelona lo que es sufrir, a lo largo de su historia, asedio y bombardeos. Durante la guerra cayeron las bombas con tanta regularidad y persistencia que desgarraron completamente la esperanza. Torturadas y vencidas, salieron las gentes a la calle a saludar al dictador. A?os m¨¢s tarde, esta Barcelona que supo ganar la democracia y que era admirada en Madrid como puerta cosmopolita de Espa?a, sufri¨® en Hipercor un cruel ensayo del indescriptible ataque que ayer atorment¨® a Madrid. Nos hermanaron los bombardeos de Franco, y nos hermana el martirio. Nos distancian a veces los objetivos, las lenguas, las simplificaciones, tantas cosas que ahora empalidecen frente al dolor y la muerte. Observando los escombros de Madrid, ha florecido de repente en Barcelona el ¨¢rbol del aprecio. Renace el deseo de los catalanes de ser madrile?os. Frente al cemento descarnado, frente a los metales torcidos, abrazados a los cuerpos mutilados, abrazados a los muertos, renace con dulzura, con respeto y reverencia, en nuestras bocas, la palabra madrile?o, una palabra que sabe a l¨¢grima ca¨ªda, a p¨¦talo de rosa deshojada.
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