Terrorismo en El Pozo
Para los hu¨¦rfanos de Mayo del 68, el Pozo del t¨ªo Raimundo sigue siendo un lugar emblem¨¢tico. Desde una chabola de aquella barriada de aluvi¨®n, construida vergonzantemente con casas de lata levantadas durante la noche, a hurtadillas de la Guardia Civil, el jesuita padre Llanos encabez¨® valientemente el movimiento de los curas obreros de Madrid, oponi¨¦ndose a la opresi¨®n de la dictadura y desafiando las directrices pastorales del episcopado, tan acomodaticias con ella. El "Pozo" fue, durante a?os, s¨ªmbolo de la protesta sindical contra el abuso del franquismo y de la lucha por las libertades, protagonizada por miles de inmigrantes que llegaban a Madrid desde las provincias en busca de un futuro mejor para sus hijos. Ese futuro se hizo en parte realidad, y aquel barrio obrero y marginal acab¨® convirti¨¦ndose en una zona habitada por las clases medias de una Espa?a que se abr¨ªa a la democracia al final de la d¨¦cada de los setenta. Sus calles, antes sin empedrar, hab¨ªan sido testigo durante d¨¦cadas de una historia de marginaci¨®n y miseria, pero tambi¨¦n de hero¨ªsmo militante por la democracia. Ayer ese hero¨ªsmo volvi¨® a encarnarse en el horror y la verg¨¹enza padecidas por culpa de la salvaje agresi¨®n del terrorismo.
Cuando cerca de doscientos f¨¦retros dan testimonio de la sinraz¨®n de los asesinos que han sembrado el terror en nuestra capital, resulta imposible acercarse a cualquier an¨¢lisis que pretenda, superando el dolor y la estupefacci¨®n de que somos presa, intentar una explicaci¨®n de los hechos: de las motivaciones de la canalla que los ha perpetrado y de la respuesta que las instituciones democr¨¢ticas y las fuerzas pol¨ªticas deben dar a la amenaza insidiosa y letal del terrorismo. Pero solo una reflexi¨®n serena por parte de autoridades y l¨ªderes sociales permitir¨¢ la persecuci¨®n y castigo de los asesinos, y facilitar¨¢ la implementaci¨®n de medidas que garanticen a un tiempo la seguridad y la libertad de los ciudadanos. Nuestras opiniones han de construirse, as¨ª, utilizando materiales muy delicados y sensibles, que afectan a la conciencia de las gentes, a sus emociones y sentimientos, y a sus m¨¢s arraigadas convicciones. No pueden verse ofuscadas, empero, por la consternaci¨®n y la amargura que leg¨ªtimamente nos embarga.
Los atentados en cadena cometidos ayer superan con creces, en crueldad y miseria moral, a cuantos nuestro pa¨ªs ha padecido hasta ahora. Las bombas fueron colocadas en medios de transporte p¨²blico atestados de viajeros, y estaban destinadas a hacer explosi¨®n en una hora punta en la que miles de personas se dirig¨ªan a la escuela o al trabajo. Nadie avis¨® de su existencia, contrariamente a lo que en otras ocasiones hab¨ªan hecho los activistas de ETA, por lo que es evidente que no ten¨ªan otro fin previsible que el de causar el mayor n¨²mero de v¨ªctimas, de forma indiscriminada y brutal. Si tenemos en cuenta que la propia ETA ha asesinado a ochocientos veinte espa?oles en el curso de los ¨²ltimos treinta y cinco a?os y que ayer bastaron diez minutos para sumar casi dos centenares m¨¢s de nombres a tan siniestra lista, se comprender¨¢ f¨¢cilmente que, caso de ser culpable la organizaci¨®n vasca, nos enfrentar¨ªamos ante un salto cualitativo en la estrategia y fines de los terroristas. Una estrategia en la que ya no bastar¨ªa la violencia como medio de atraer la atenci¨®n p¨²blica sobre sus reclamos de cualquier g¨¦nero: la muerte se ha convertido en un fin en s¨ª mismo. Pero, pese al estremecedor balance de sangre, y al hecho indudable de que quienes han perdido la vida o han sido brutalmente mutilados y heridos merecen, junto a sus familiares y allegados, la mayor solidaridad y la expresi¨®n de lo mejor de nuestros sentimientos colectivos e individuales, conviene no perder de vista el mensaje fundamental que las bombas nos transmiten. Por encima del destrozo causado en vidas humanas, ilusiones rotas y familias destruidas, m¨¢s all¨¢ de tantos proyectos truncados, tanta tristeza y dolor como ya han sido capaces de provocar, el objetivo final de las acciones terroristas constituye, parad¨®jicamente, el destino de los supervivientes, es decir, el de toda la sociedad espa?ola. De lo que se trata es de generar una situaci¨®n de inseguridad y p¨¢nico, de vulnerabilidad, entre los ciudadanos, que permita la extorsi¨®n sobre el poder pol¨ªtico y el debilitamiento de las instituciones. Por lo mismo, y pese a la enormidad del drama que vivimos, debemos aprender a sobreponernos y a pensar. Y deben hacerlo, m¨¢s que nadie, aquellos que tienen la responsabilidad de conducir este pa¨ªs y la confianza de los electores para hacerlo.
La eventualidad de que el atentado sea obra de grupos fundamentalistas isl¨¢micos ligados a Al Qaeda flot¨® ayer como un fantasma en todos los comentarios de los c¨ªrculos pol¨ªticos y period¨ªsticos. El gobierno fue rotundo en sus desmentidos a este respecto, aunque ni el rey ni el presidente del gobierno citaron a ETA en sus primeras alocuciones al pa¨ªs. Si se confirma que hay elementos del radicalismo isl¨¢mico ligados a los hechos, ser¨¢ tambi¨¦n l¨ªcito sospechar que se ha manipulado la informaci¨®n desde instancias oficiales. La b¨¢rbara presi¨®n a la que el terrorismo etarra ha sometido a este pa¨ªs durante d¨¦cadas explicar¨ªa, en cualquier caso, la inmediata atribuci¨®n a sus bandoleros de los hechos de ayer por parte de las autoridades, incluidas las del gobierno de Vitoria. Por lo dem¨¢s, el an¨¢lisis pol¨ªtico de un ataque de Al Qaeda a nuestro pa¨ªs y a Europa conllevar¨ªa consideraciones a?adidas muy preocupantes, habida cuenta del protagonismo de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar y su gobierno en la reuni¨®n de las Azores que decidi¨® la invasi¨®n de Irak. Pero incluso si ETA no hubiera estado detr¨¢s de los atentados, la condena de sus m¨¦todos criminales y las reflexiones sobre el comportamiento de nuestra sociedad frente al fen¨®meno terrorista continuar¨ªan vigentes.
En trance tan atribulado como el que vivimos, la totalidad de las fuerzas pol¨ªticas ha llamado, como es l¨®gico, a la unidad frente a la violencia. Una convocatoria as¨ª, como la de la manifestaci¨®n de esta tarde, no tiene empero ning¨²n sentido si los partidos y las diferentes representaciones sociales no son capaces de hacer su propio examen de conciencia sobre los m¨²ltiples errores cometidos en el pasado reciente. Si el deseo de unidad es generalizado se debe, entre otras cosas, a que semejante anhelo se ha visto demasiadas veces truncado por las actitudes facciosas, los intereses particulares y las ambiciones oportunistas. No se trata ahora de darse golpes de pecho ni de acusar a nadie con el dedo,
pero es preciso pedir m¨¢s generosidad y grandeza de ¨¢nimo a quienes, llevados por la vehemencia del car¨¢cter o el ardor de la expresi¨®n, han convertido el terrorismo y sus secuelas en campo de batalla e instrumento a utilizar en la liza por el poder o el protagonismo social. Los cuerpos ensangrentados de cientos de inocentes, y los millones de v¨ªctimas en los que nos hemos convertido todos los espa?oles, as¨ª lo demandan.
En medio de esa reflexi¨®n global a la que nuestros ciudadanos tienen derecho, y mientras se aclaran la autor¨ªa y circunstancias del salvaje ataque, los medios de comunicaci¨®n no podemos permanecer ausentes ni llamarnos a andana. Sabemos desde hace tiempo que si hay algo que caracterice a los movimientos terroristas de cualquier signo es su deseo de notoriedad o de publicidad de sus actos. Umberto Eco ha llegado a afirmar que "el terrorismo es un fen¨®meno de la ¨¦poca de los medios de comunicaci¨®n de masas. Si no hubiera medios masivos no se producir¨ªan estos hechos destinados a ser noticia". Cualquier interpretaci¨®n de lo que sucede que se aparte de esa comprensi¨®n no contribuir¨¢ a facilitar la b¨²squeda de soluciones. La sociedad medi¨¢tica es, por lo mismo, aliada principal y v¨ªctima preferente del terrorismo moderno, pues de lo que ¨¦ste trata es de someter a la opini¨®n p¨²blica a la dictadura del terror, la desconfianza y el miedo. A la luz de semejantes consideraciones, y al margen cualquier otra responsabilidad de los dirigentes pol¨ªticos, los periodistas nos tenemos que preguntar sobre la nuestra propia. La Asamblea del Consejo de Europa, en una resoluci¨®n de 1979 estableci¨® que "los medios de comunicaci¨®n, cuando dan cuenta de acciones terroristas, deben aceptar un cierto autocontrol para establecer un justo equilibrio entre el derecho p¨²blico a la informaci¨®n y el deber de evitar ayudar a los terroristas". L¨ªderes tan dispares como Margaret Thatcher o Felipe Gonz¨¢lez han pedido que no se proporcione al terrorismo "el ox¨ªgeno de la publicidad", en palabras de la antigua primera ministra brit¨¢nica. Siempre he pensado que eso nos obliga a los medios a tratar el fen¨®meno terrorista con id¨¦ntico o mayor rigor, profesionalidad y deseo de servir a la verdad que debe animarnos en cualquier otra instancia. Una regla de oro es la comprobaci¨®n de datos y la preocupaci¨®n por servir el inter¨¦s de quienes nos leen y nos escuchan. Y me pregunto, demasiadas veces lo he hecho, si desde ese punto de vista es l¨ªcito y l¨®gico que la imagen de dos indeseables encapuchados haya inundado durante d¨ªas las pantallas de nuestras televisiones, poniendo en jaque a nuestra joven democracia. La utilizaci¨®n sectaria del dolor de las v¨ªctimas y sus allegados, el recurso a la truculencia, con desprecio a los derechos inalienables de quienes padecen m¨¢s directamente la agresi¨®n letal de esos criminales, la repetici¨®n innecesaria de im¨¢genes que reiteran la desolaci¨®n y el dolor en que se ven sumidos tantos ciudadanos, son otros ejemplos de deformaciones en las que incurrimos los medios de comunicaci¨®n.
La enormidad de lo sucedido ayer en Madrid deber¨ªa servir para que procur¨¢ramos una meditaci¨®n colectiva sobre estas actitudes. Muchos gestos guiados por la benevolencia y el deseo de colaboraci¨®n pueden, en ocasiones, contribuir sutilmente a extender ese ambiente de desconfianza y des¨¢nimo que los criminales tratan de provocar. Las declaraciones de varios de quienes padecieron ayer en su propia carne los efectos de los atentados, en el sentido de pedir a los pol¨ªticos "que hagan algo", pueden verse justificadas por la natural crispaci¨®n del momento, pero es justo reconocer que todos los gobiernos de la democracia han puesto un empe?o singular en este combate, y que numerosos funcionarios del Estado han pagado hasta con su vida la defensa de las libertades de todos. Por lo mismo es necesario insistir en que esa unidad que tantos piden solo podr¨¢ lograrse desde el abandono de las posiciones partidarias y desde un respaldo inequ¨ªvoco a la independencia de los jueces y al aparato policial y represivo del Estado. Igualmente es necesario el restablecimiento del consenso en nuestra pol¨ªtica exterior. Sin una administraci¨®n de justicia poderosa y un¨¢nimemente respetada, y sin una colaboraci¨®n internacional basada en la legalidad, ser¨¢n in¨²tiles cuantos esfuerzos se hagan contra la existencia del crimen organizado. Hemos visto que, en pa¨ªses de inmensa tradici¨®n democr¨¢tica, las secuelas de un hecho tan horrible como el derribo de las Torres Gemelas han minado la credibilidad y el aprecio de instituciones centenarias, b¨¢sicas para la continuidad del sistema de libertades. Esto es algo sobre lo que debe reflexionar el gobierno que salga de las urnas el pr¨®ximo domingo, precisamente para evitar incurrir en errores ya conocidos.
Por lo dem¨¢s, la ¨²nica arma que los ciudadanos tenemos en nuestras manos, el ¨²nico resorte eficaz para oponernos a la barbarie de la que hemos sido objeto, es precisamente la de nuestro voto. Un buen funcionamiento, eficaz y legal, de la polic¨ªa y los jueces es el mejor de los pactos que contra el terrorismo puede exhibir este pa¨ªs, y eso solo puede lograrse con instituciones fuertes, inmunes al chantaje, m¨¢s preocupadas por el servicio a los ciudadanos que por el disfrute del poder. Contra los enemigos de la democracia, la ¨²nica respuesta posible es m¨¢s democracia. Algo que, como he tenido ocasi¨®n de decir en un reciente ensayo, no constituye la soluci¨®n de nada pero es, en cambio, la condici¨®n para todo. Que eso sea cada vez m¨¢s posible est¨¢ felizmente en nuestras manos y podemos demostrarlo acudiendo a votar el pr¨®ximo domingo. Para que el sacrificio de la antigua barriada obrera del Pozo del T¨ªo Raimundo, de los muertos en Atocha y Santa Eugenia, de los inmigrantes, trabajadores, estudiantes, ni?os y ancianos que han perdido la vida a manos de un fanatismo criminal, no caiga en el vac¨ªo.
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