'Yihad' en Madrid
Hasta el pasado jueves, era una opini¨®n com¨²n que ETA intentaba tomar parte en unas elecciones a las que no hab¨ªa sido invitada. Ahora sabemos que otra organizaci¨®n terrorista, de signo bien diferente, estaba dispuesta asimismo a intervenir con el voto de la muerte en nuestro proceso electoral. Los procedimientos y el alcance de tales participaciones fueron sorprendentemente parecidos entre s¨ª: media tonelada de explosivos en las furgonetas detenidas en Cuenca, doscientos kilos en las mochilas colocadas en los trenes de cercan¨ªas. La evidente responsabilidad de Al Qaeda no debe, pues, llevarnos a la exculpaci¨®n de quienes hasta ayer mismo se han empe?ado en te?ir de sangre la vida de los ciudadanos en este pa¨ªs. Al parecer, ETA no ha matado en los trenes. Bien. Pero d¨¦jese de cortinas de humo y tome la lecci¨®n de la "barbarie inaudita" de que hablaba Gara, renunciando para siempre al ejercicio del terror.
La matanza del jueves pasado no debe llevarnos al odio, pero s¨ª a la b¨²squeda de la claridad
La irrupci¨®n del terrorismo isl¨¢mico en la sociedad espa?ola resulta por lo dem¨¢s algo por desgracia l¨®gico y previsible. En la medida que los an¨¢lisis y predicciones en tal sentido fueron sistem¨¢ticamente ignorados, se hace necesario refrescar la memoria. En lo que me toca, se trataba de un simple ejercicio de sentido com¨²n, a la vista de la posici¨®n cargada de riesgo que Espa?a pasaba a asumir como consecuencia de la pol¨ªtica seguida en Oriente Pr¨®ximo: "Luchar contra el terrorismo es una cosa -escrib¨ªa el 18 de diciembre en estas mismas p¨¢ginas-, pagar con la vida de nuestros compatriotas la empresa imperial de Bush, y contraer nuevos riesgos como blancos de la violencia integrista, otra bien diferente. De no haber m¨¢s razones, esta actuaci¨®n empecinada y disparatada del PP en pol¨ªtica exterior bastar¨ªa para justificar la necesidad de un relevo en las elecciones de marzo". Fueron tambi¨¦n incontables y no menos ignorados los avisos acerca de la posibilidad de implantaci¨®n del integrismo en unos medios isl¨¢micos constituidos en Espa?a como otros tantos mundos cerrados hacia el exterior y sobre los cuales, con creciente insistencia, se vert¨ªan las aprior¨ªsticas bendiciones de unos especialistas de guardarrop¨ªa, empe?ados en proclamar que el islam y la violencia no tienen relaci¨®n alguna, que lo de la yihad es un malentendido orientalista y que lo importante es propagar el entendimiento entre unas grandes religiones por esencia ben¨¦ficas (Foro de Barcelona 2004).
Los dos aspectos de la cuesti¨®n deben, pues, ser desglosados. El primero concierne a la responsabilidad de la pol¨ªtica de Aznar. El segundo, al reconocimiento de que el acto de terrorismo que acabamos de sufrir encuentra su raz¨®n de ser en un integrismo isl¨¢mico constituido en amenaza demasiado real para todo pa¨ªs en que los seguidores de Bin Laden encuentren signos de la presencia de Occidente. La declaraci¨®n de guerra a Estados Unidos tuvo lugar antes de la llegada de Bush a la presidencia. Bali nada ten¨ªa que ver con la crisis de Oriente Medio; simplemente recib¨ªa turistas. Bin Laden no es un jeque justiciero, sino un verdugo sanguinario.
Lo que result¨® totalmente innecesario fue la ruptura por Aznar de una tradici¨®n pol¨ªtica que desde los tiempos del franquismo conciliaba la alianza con Estados Unidos y la amistad con el mundo ¨¢rabe. La calidad de peque?a potencia favorec¨ªa esa posibilidad de evitar la participaci¨®n en las estrategias agresivas que pudieran surgir de una y de otra parte. El Gobierno de Gonz¨¢lez respald¨® al norteamericano en la guerra del Golfo sin que quebrara ese equilibrio. Ahora bien, la discreci¨®n no es lo propio de Aznar y, confundiendo las churras con las merinas, se lanz¨® a respaldar una pol¨ªtica que bajo la etiqueta de "antiterrorismo" lo mezclaba todo con el prop¨®sito de dar cobertura a una intervenci¨®n militar en Irak. Un perfecto disparate, salvo desde el punto de vista de los intereses petrol¨ªferos: la de Sadam Husein pod¨ªa ser una dictadura entre las dictaduras, pero justamente era el r¨¦gimen del ¨¢rea menos propicio al integrismo y a los enlaces con Al Qaeda. Sobre dos grandes mentiras, la de la conexi¨®n con Bin Laden y la de las armas de destrucci¨®n masiva, cobr¨® forma lo que en la versi¨®n de Al Qaeda se convierte en una fase m¨¢s de la nueva cruzada que sionistas e imperialistas llevan a cabo contra el territorio sagrado del islam. Irak y Sadam Husein en cuanto tales son irrelevantes dentro de tal argumentaci¨®n, salvo como pruebas de la agresi¨®n provocada por Occidente. Y si supuestamente nadie se preocup¨® en los pa¨ªses occidentales por las v¨ªctimas inocentes causadas por la invasi¨®n, ?por qu¨¦ deb¨ªan preocuparse los creyentes ante los muertos en una acci¨®n de santa represalia? La prescripci¨®n del Cor¨¢n es inequ¨ªvoca: "?Matadlos donde los encontr¨¦is, expulsadlos de donde os expulsaron. Si os combaten, matadlos: ¨¦sa es la recompensa de los infieles" (2, 187). No hay mucho que a?adir. En la medida que Espa?a constitu¨ªa el eslab¨®n d¨¦bil de la cadena formada en las Azores, que el mito de Al Andalus se encuentra siempre vivo en la mentalidad integrista y que el viraje de Aznar era contemplado como una traici¨®n, se encontraban reunidos todos los elementos para que el 11-M de Madrid fuera la continuaci¨®n l¨®gica del 11-S.
La responsabilidad es, en consecuencia, innegable, si bien a los efectos de incrementar un riesgo que de todas maneras hubiera sido real, dada la pertenencia de Espa?a a ese Occidente marcado para los integristas por el estigma de la yahiliyya, la ignorancia primordial del nuevo paganismo, y por los recursos disponibles en la forma de poblaci¨®n inmigrada de creencia musulmana, abandonada sin reservas a una eventual propaganda islamista. La historia del imam de Fuengirola pareci¨® una salida de tono; debi¨® ser una llamada de atenci¨®n. Tampoco fueron extra¨ªdas las consecuencias de algunos hechos ins¨®litos de mayor calado, tales como las intervenciones de la infraestructura integrista espa?ola en los atentados del 11-S y en los de Bali, un tema tratado exclusivamente desde el ¨¢ngulo de la cr¨®nica policial. A quienes suger¨ªamos un tratamiento a fondo de la cuesti¨®n del integrismo y una indagaci¨®n acerca de su posible presencia en Espa?a, se nos respond¨ªa con los habituales t¨®picos acerca de los prejuicios antimusulmanes o sobre el car¨¢cter pac¨ªfico y tolerante del islam. Tales alegaciones se ve¨ªan adem¨¢s respaldadas por islam¨®logos aquejados del s¨ªndrome de Estocolmo despu¨¦s del 11-S, caso del norteamericano John L. Esposito, que desde el ¨¢ngulo de la fraternidad entre las religiones convierten el arsenal de guerra ideol¨®gico del islamismo militante en entra?ables reflexiones de signo humanista (v¨¦anse sus 94 preguntas sobre el islam, reci¨¦n publicadas por Alianza).
La matanza del pasado jueves no debe llevarnos al odio, pero s¨ª a la b¨²squeda de la claridad, por encima de la actitud reverencial que el islam, igual que otras religiones, exige del no creyente para esconder los propios puntos oscuros. De nada sirve que se multipliquen las voces de representantes de esa religi¨®n para lamentar lo sucedido, insistiendo en que islam y terror son cosas diferentes, lo cual, por lo dem¨¢s, es algo obvio: tal y como les est¨¢n pidiendo ahora mismo varias decenas de intelectuales franceses, aborden la revisi¨®n de su propio credo, del mismo modo que se vieran obligados a hacerlo los pensadores cat¨®licos. Seguir insistiendo en que la yihad es ante todo un ejercicio de profundizaci¨®n religiosa individual, tiene tanto sentido como si los cat¨®licos repitieran la monserga de que la Inquisici¨®n contemplaba como objetivo esencial la salvaci¨®n de las almas. Por otra parte, tal falseamiento supone ignorar que en nada contradice esa dimensi¨®n individual de esfuerzo en la senda de Al¨¢, su articulaci¨®n con el ejercicio colectivo de la lucha contra los enemigos de Dios por parte de la umma o comunidad de los creyentes. La Inquisici¨®n quemaba al otro, la yihad le mata, en ambos casos apoy¨¢ndose en una s¨®lida argumentaci¨®n religiosa que los mismos creyentes han de desmontar y no eludir. Y que quienes no somos creyentes tenemos todo el inter¨¦s en que sea desmontada, por lo menos en nuestras sociedades. Para quien desee ver la realidad sin anteojeras, ah¨ª est¨¢n las colecciones de hadices o sentencias del Profeta, con centenares de textos sobre la yihad como forma suprema de actuaci¨®n del creyente, donde se habla del bot¨ªn, de los m¨¦ritos de esa guerra, de las hur¨ªes como recompensa, y en ning¨²n momento de ejercicios de espiritualidad individual. Las consecuencias del enga?o sobre este punto son demasiado graves como para evitar su examen y no sacar las oportunas consecuencias. Si en las escuelas cor¨¢nicas o en las predicaciones de los imames se incluye en un pa¨ªs democr¨¢tico la noci¨®n inequ¨ªvoca de yihad -"cuando encontr¨¦is a quienes no creen, golpead sus cuellos hasta que los dej¨¦is inertes; luego concluid los pactos", Cor¨¢n, 47, 4-, ese pa¨ªs est¨¢ admitiendo la eventual formaci¨®n de un vivero de integristas. Adem¨¢s, los propios intelectuales del islam liberal nos dan la salida: optar por el islam de la predicaci¨®n, de la etapa mequ¨ª, y no por el de la yihad y de la subordinaci¨®n radical de la mujer, penosa consecuencia hist¨®rica de la acci¨®n de Mahoma en Medina como profeta en armas. Ambos susceptibles de ser separados atendiendo al origen de las azoras o cap¨ªtulos del Cor¨¢n. En nuestros pa¨ªses, hay que dejar claro que quien propague o defienda esa concepci¨®n yihadista, totalizadora y agresiva no tiene lugar entre nosotros. (Recordemos de paso el asunto del velo, al que tantos bienpensantes miran como mero signo de libre elecci¨®n por parte de la mujer y no como lo que es, emblema de una concepci¨®n discriminatoria de g¨¦nero y de la hegemon¨ªa del islamismo sobre el conjunto social.)
En suma, el islam no es terrorista, en modo alguno, lo que no impide una lectura ortodoxa de los textos sagrados sobre la cual el integrismo puede perfectamente asentar una estrategia del terror. Para la gente de Al Qaeda, ning¨²n obst¨¢culo humano, y menos la vida del infiel, ha de detener la marcha hacia la recuperaci¨®n de la edad de oro en que la yahiliyya (pagana entonces, occidental hoy) fue vencida por la determinaci¨®n, y las espadas, de los creyentes. Es el salafismo, la evocaci¨®n de "los piadosos antepasados". No es casual que desde ese enfoque arcaizante los blancos sean medios de comunicaci¨®n, signos de una perversa modernidad en que el hombre intenta suplantar a Dios. Por otra parte, lo que algunos llaman suicidio no es tal, ya que el m¨¢rtir que entrega su vida a la causa de Al¨¢ lo que est¨¢ haciendo es actuar como shahih, prestando el m¨¢s sublime testimonio de su fidelidad absoluta al Creador y a su causa defendida por la umma sobre esta Tierra. Hoy, contra la sat¨¢nica cruzada sionista-occidental. El sacrificio de las vidas humanas resulta irrelevante si son vidas de infieles. Sirve incluso para confirmar el poder de Al¨¢, un Dios dado, seg¨²n la interpretaci¨®n integrista del Cor¨¢n, al ejercicio de todo tipo de estratagemas contra los enemigos y que en la acci¨®n del fundador no dud¨® para alcanzar la victoria en cometer lo que ahora calificar¨ªamos de cr¨ªmenes contra la humanidad: exterminio de la tribu jud¨ªa de los Banu-Qurayza. Son, como la secta de los asesinos, antecedentes demasiado claros como para ser ignorados en la situaci¨®n actual. Un islam sin yihad es posible. Toca a los creyentes recuperarlo, y a nosotros, s¨®lo que sea por la cuenta que nos tiene, imponerlo en nuestras sociedades.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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