Amarillo "mat¨®n"
Hay una escena en la pel¨ªcula La joven de la perla, basada en la luminosa historia de Tracy Chevalier sobre la joven adolescente que inspir¨® uno de los cuadros m¨¢s famosos de Vermeer de Delft, en la que el ricach¨®n Van Ruijven se mofa de un tipo de amarillo empleado por el pintor en uno de sus cuadros. "Este amarillo parece hecho con orines de vacas", exclama el mecenas en un intento de desvelar los procesos alqu¨ªmicos de la cocina vermeeriana. Si desde el medievo, el principal soporte de la pintura para conseguir pergaminos fue la piel de los terneros, cabras y ciervos, secadas, estiradas y te?idas, ?por qu¨¦ no creer en la receta del pincel a base de huevos frescos y excrementos de animales? En efecto, el amarillo indio -purree, puri o peori- se vend¨ªa en pelotas duras, pestilentes y de color sucio. Sabemos que para conocer el origen real, el indio Mujaryi viaj¨® a Calcuta y descubri¨® en una aldea de Mirzapur que algunos ganaderos lecheros creaban aquellas extra?as pelotas a partir de la orina de vacas alimentadas exclusivamente con una dieta de hojas de mango. Al calentarse el l¨ªquido se precipitaba un s¨®lido amarillo. Toda la producci¨®n de aquel pigmento usado en Europa proven¨ªa de esta peque?a aldea. Hay que decir que la salud de las vacas sagradas era muy precaria, pues estaban privadas de cualquier otra alimentaci¨®n por miedo a que disminuyera la producci¨®n del colorante. Esto ten¨ªa disgustados a la "industria l¨¢ctea" india, que llamaba a aquellos ganaderos "destructores de vacas".
LA INVENCI?N DEL COLOR
Philip Ball
Traducci¨®n de Jos¨¦ Adri¨¢n Vitier
Turner/Fondo de Cultura Econ¨®mica. Madrid, 2004
460 p¨¢ginas. 32 euros
?stas y otras singulares historias las relata Philip Ball en su reciente La invenci¨®n del color. Desde la paleta austera de los griegos y la costosa pasi¨®n por el p¨²rpura de los romanos, las veladuras renacentistas, las sobriedades barrocas, el estallido de luz rom¨¢ntica, la lucidez impresionista o la cromofobia del arte actual ("el hombre, dijo Yves Klein, ha sido desterrado lejos de su alma coloreada"), el libro de este qu¨ªmico ingl¨¦s -autor de HO, una biograf¨ªa del agua y Dibujando el mundo molecular- resume de forma amena el ins¨®lito viaje de la luz por la retina de los grandes pintores de Occidente.
Ball tambi¨¦n parte de los aspectos "t¨¦cnicos" del arte, del nomencl¨¢tor grecolatino, analiza el espectro del arco iris de Newton, las disertaciones de Alberti, las teor¨ªas de los opuestos de Goethe y su derivaci¨®n en la teosof¨ªa de Kandinsky ("el punto de partida es el color y sus efectos en los hombres") para convenir, finalmente, con Van Gogh que "el pintor del futuro es un colorista como nunca antes ha existido".
Sabemos por Ball que Napo
le¨®n Bonaparte pudo haber muerto envenenado por los vapores de ars¨¦nico que exudaba la pintura verde esmeralda de las paredes h¨²medas de su casa en el exilio de Santa Elena; y que las mujeres son la causa de la "ruina" moderna, seg¨²n Charles Blanc (?qu¨¦ significan los nombres?), te¨®rico del arte del siglo XIX, que insist¨ªa en que el dise?o deb¨ªa mantener su preponderancia sobre el color, si no, "la pintura avanzar¨ªa hacia su ruina, se perder¨¢ por el color, as¨ª como la humanidad se perdi¨® por Eva". Una raz¨®n m¨¢s para desconfiar del color, es femenino. Otra alternativa de las lectoras de este libro es utilizarlo como dec¨¢logo o manual de guante blanco para destronar del sof¨¢ a sus manolos. A saber: "Este amarillo se ve espl¨¦ndido, pero ?y si sus restos en la punta de los dedos pudieran envenenarnos durante la cena?". El color, o la autenticidad de la idea pura.
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