Chilabas bajo vigilancia
Los controles de la Polic¨ªa Municipal y de los vigilantes del metro de Madrid se centran en los viajeros con rasgos ¨¢rabes
Son las diez de la ma?ana y Abdel acaba de llegar al intercambiador de Moncloa, un punto en el que recalan cientos de autobuses de toda la zona noroeste de la Comunidad de Madrid y que conecta directamente con las l¨ªneas tres y seis del metro. Un par de d¨ªas antes le toc¨® hacer escala en uno de los controles policiales que desde el pasado lunes pueblan los andenes y estaciones del suburbano. Hoy, la peque?a mochila que sol¨ªa utilizar para llevar un bocadillo ha sido sustituida por una arrugada bolsa de pl¨¢stico. No quiere volver a pasar por lo mismo. Los tr¨¢mites s¨®lo duran unos minutos, pero no resulta agradable. Le fastidia que ahora todo el mundo le mire mal por ser marrroqu¨ª -"yo no tengo nada que ver con esos cabrones"-. Y teme que esta situaci¨®n lleve a ideas equivocadas sobre los extranjeros: "Yo me siento de aqu¨ª y sufro por esto como los de aqu¨ª. Mi familia conoc¨ªa bastante a una chica de Sal¨¦, que muri¨® cuando reventaron los vagones de uno de los trenes en Atocha". Abdel se pierde en un autob¨²s que le lleva a su trabajo en la localidad de Majadahonda, en las afueras de la ciudad. Ma?ana seguir¨¢ el mismo itinerario. Sin mochila y con un poco de suerte puede que ma?ana no le paren.
"No es racismo; si los terroristas fuesen chinos, parar¨ªamos m¨¢s a los chinos", alega un agente
Los inmigrantes irregulares ya no se atreven a seguir utilizando el suburbano
El refuerzo de las medidas de seguridad a ra¨ªz de los acontecimientos vividos tras la matanza del 11-M est¨¢ convirtiendo en cotidianas im¨¢genes en las que los protagonistas -agentes y usuarios- se enfrentan a situaciones para las que no estaban muy preparados. Desde el mostrador de una tienda de objetos imposibles de clasificar, junto a los tornos que dan acceso a la l¨ªnea tres del metro y a los que llegan a borbotones miles de usuarios cada d¨ªa, una dependienta no pierde detalle y se explica con la precisi¨®n de una experta: "Creo que hay una brigada especial que recorre todas las l¨ªneas. Cuando menos te lo esperas est¨¢n aqu¨ª. Los polic¨ªas se colocan frente a cada uno de los accesos y revisan bolsos, mochilas y maletas. Eso sin contar con los polic¨ªas y la vigilancia privada que ves ahora aqu¨ª".
Y los que no se ven. Porque, desde hace d¨ªas, no hay estaci¨®n sin agentes municipales, ni and¨¦n o pasillo sin guardas jurado, ni trayecto sin un alto n¨²mero de posibilidades de que un polic¨ªa de paisano no pierda detalle de qui¨¦n entra y sale en cada parada.
En teor¨ªa, nadie est¨¢ libre de sospecha: mujeres, hombres, espa?oles, inmigrantes, j¨®venes, mayores... Un cabo de la polic¨ªa local apunta que ya llevan 53 identificaciones durante el turno de ma?ana. "Estamos buscando unos rasgos concretos". No es racismo, se apresura a puntualizar: "Si los terroristas buscados fueran chinos parar¨ªamos m¨¢s a los ciudadanos chinos". La realidad es que cerca del 70% de las actuaciones acaban con un viajero de aspecto ¨¢rabe esperando junto a una pared a que desde la central de polic¨ªa se confirme su identidad. Tambi¨¦n se vigilan especialmente a los pasajeros con mochilas o maletas. Algunos se sorprenden de que no les hayan dado el alto. Un poco desali?ado, con varios piercing en la cara, barba poblada y dos mochilas a reventar, un joven que apenas rebasa la veintena comenta: "No. Hoy no he tenido problemas. Es raro porque me paran bastante, dentro y fuera del metro...". La mayor¨ªa reconoce que es inc¨®modo tener que pasar por los controles, pero lo entienden como un tr¨¢mite necesario. En esto coinciden tanto los que han sido cacheados e identificados como los que pasan por los controles como si no existieran. Un inmigrante africano que enfila el and¨¦n en direcci¨®n Legazpi, en la estaci¨®n de Sol, incluso celebrar¨ªa el despliegue de seguridad si no fuera consecuencia de los atentados. "Ya era hora de que se viera m¨¢s vigilancia. Hab¨ªa demasiada delincuencia". A ¨¦l todav¨ªa no le han reclamado los papeles como a la joven marroqu¨ª de 17 a?os que acompa?aba ayer a su t¨ªa y sus primos peque?os. Le tiemblan las manos. Su t¨ªa se arrebuja en su chilaba y ella se retoca nerviosa el hijab. Tras mostrar su documentaci¨®n y revolver en dos peque?as maletas, les dejan marchar. El susto les ha desorientado y no saben por qu¨¦ t¨²nel decidirse.
Maji a¨²n est¨¢ rojo del mal trago. Le miran. Le vuelven a mirar. Uno de los agentes se arranca. "Por favor". Se da media vuelta. Preguntas, documentaci¨®n, registro de una fina mochila negra, identificaci¨®n... Ha estado m¨¢s de diez minutos junto a otro marroqu¨ª en un rinc¨®n del vest¨ªbulo. Custodiado por varios polic¨ªas mientras comprueban sus documentos, se queja porque es el segundo d¨ªa que le paran. "Podr¨ªan poner nuestra foto o algo para no tener que pasar por esto cada d¨ªa. Estoy harto".
Lo m¨¢s curioso es que, aunque la vigilancia ha aumentado de forma considerable, muchos usuarios del metro no lo han percibido. S¨®lo cuando hacen memoria coinciden en que los municipales de la puerta hace una semana no estaban, y ni se acuerdan de cu¨¢ndo hab¨ªan visto a los vigilantes del metro subidos en los vagones. Mientras sigue con la inspecci¨®n de todo pasajero que cruza los tornos de la estaci¨®n de Moncloa, Felipe, un vigilante de seguridad, conf¨ªa en la ayuda de los pasajeros. "La gente est¨¢ muy sensibilizada". Pero la tarea a la que nos enfrentamos es... "?Imag¨ªnate, por esta entrada pasan cada hora 24.000 personas!". Cuando coge confianza empieza a hablar de todas las horas extras que est¨¢n haciendo estos d¨ªas para cubrir los turnos. Se despide con un lamento: "Mira, a m¨ª esto del terrorismo isl¨¢mico no me entra en la cabeza. Y mira que yo soy del Pa¨ªs Vasco y s¨¦ muy bien lo que es el terrorismo".
En uno de los vagones que recorre la l¨ªnea entre Moncloa y Legazpi un polic¨ªa de paisano pasa p¨¢ginas de un libro mientras bosteza. No lee, s¨®lo pasa p¨¢ginas. Por los bostezos debe estar a punto de terminar su turno, que debi¨® comenzar muy temprano. Cuando finaliza la inspecci¨®n de los viajeros que entran en el vag¨®n vuelve a las p¨¢ginas del libro y bosteza nuevamente. No est¨¢ solo en su labor de vigilancia. Cientos de ojos le acompa?an. Escrutan en dos direcciones: primero las bolsas y mochilas y despu¨¦s las caras; o primero los rostros y despu¨¦s lo que portan los due?os de las caras.
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