Por qu¨¦ nos sentimos enga?ados
Aquel que por falta de tiempo o exceso de convicciones adversas no pueda frecuentar los oficios lit¨²rgicos del catolicismo espa?ol, leer¨¢ con enorme perplejidad la pastoral recientemente redactada por nuestros obispos. Al ciudadano decepcionado, que prefiere dirimir a solas la confusi¨®n de sus pleitos morales, o al ir¨®nico, que sonr¨ªe cuando recuerda las lecciones de religi¨®n recibidas en la escuela, les sorprender¨¢ la vigencia de sus viejos prejuicios y encontrar¨¢n renovadas las razones que su asombro intelectual daba por perdidas.
Como nos hab¨ªamos acostumbrado al trance de una Iglesia resignada a cerrar seminarios vac¨ªos, nos ha desconcertado la formidable voluntad pol¨ªtica de los obispos y el esfuerzo desplegado para superar la prueba de fuego que ha chamuscado a tantas instituciones hist¨®ricas: sostener una doctrina impugnada por el sentido com¨²n.
En nombre de la alt¨ªsima instancia que los ha elegido para gobernar las almas y los cuerpos, los miembros de la Conferencia Episcopal han querido promulgar lo que una sociedad secularizada intentaba olvidar de una vez por todas. Que no es posible sustraerse al imperio de la ley que ellos representan.
Para aclarar desde un principio el asunto que en verdad les preocupa, y para mostrarse compungidos por los males que afligen al mundo, los autores de la pastoral proceden a lamentar la soledad moral que padece el individuo moderno: ese hombre amargado y frustrado por una larga serie de amores falsos.
A despecho de lo que a veces hemos sentido los laicos sometidos a este singular tormento, los obispos creen que est¨¢ en nuestras manos evitar semejante desdicha sentimental. Si no hubi¨¦ramos sido agotados y derrotados, claro est¨¢, por el desaf¨ªo implacable de la cultura dominante y por la mentalidad difusa propia de la revoluci¨®n sexual.
Todo empez¨®, aunque ahora nos parezca mentira, con el amor rom¨¢ntico, tan idealista como irresponsable, que al desembocar en la banalizaci¨®n hedonista convirti¨® al sexo en un objeto de pernicioso efecto: la violencia dom¨¦stica, los abusos sexuales y... los hijos sin hogar. Consecuentemente, una legi¨®n de sujetos d¨¦biles arrastrados por los impulsos y aquejados de debilidad moral creen que el sexo es una mera excitaci¨®n genital. La sociedad farisaica, advierten los obispos, ha ocultado los dramas personales de los fracasados.
Alarmados por el pansexualismo, y para poner coto al gran desm¨¢n de nuestro tiempo, los obispos consideran que ha llegado de nuevo el momento de proclamar la indisolubilidad conyugal, de reprochar a los esposos su individualismo intimista y de recordarles que en ning¨²n caso ser¨¢n libres de contraer una nueva uni¨®n, pues el v¨ªnculo matrimonial es un bien p¨²blico del que no pueden disponer libremente los esposos.
Es importante dejar claro -a?aden en su colof¨®n los obispos- que la Iglesia no rechaza a los divorciados que se han casado de nuevo, sino que "son ellos mismos, con su situaci¨®n objetiva, los que impiden que se les admita a los sacramentos".
La pastoral, como puede verse, prolonga el ¨ªmpetu legislativo de la Iglesia -esa normativa que precede a las sanciones por ella inevitables-, condensa un vasto tratado de antropolog¨ªa an¨ªmica y restaura axiomas jur¨ªdicos que parec¨ªan haber caducado. Con un tono que no quiere ser irritante enfatiza la vieja ordenanza doctrinal y apadrina con severidad a los fieles tentados por la ligereza mundana de los tiempos modernos. La pastoral reproduce las figuras cl¨¢sicas del serm¨®n, pero en vez de las acostumbradas amenazas de condenaci¨®n eterna se conforma prometiendo un jodido fracaso a los que tropiecen en este mundo.
Sin embargo, y a pesar de las presunciones teol¨®gicas que deslizan sus autores, el texto aborda los males de amor, y los dilemas de alcoba, con una sensibilidad extra?amente adecuada a la perturbada pasi¨®n que nos confunde. Es cierto que hasta hace poco los obispos dispon¨ªan de una privilegiada fuente de informaci¨®n -la confidencia de los confesionarios-, pero hoy las cosas han cambiado a causa de ese intimismo individualista que, seg¨²n denuncia la pastoral, ha sosegado la confianza de los pecadores. La en¨¦rgica elocuencia que los obispos dedican al dolor de coraz¨®n, y a la enervada derrota de los deseos, s¨®lo puede proceder de un conocimiento ilustrado por las decepciones de la vida. Aunque huya asustada por el enjambre de los recuerdos, debe subsistir en alg¨²n lugar esa certeza que les ayuda a comprender nuestras secretas emociones. ?De qu¨¦ otro modo podr¨ªa la m¨¢s numerosa jerarqu¨ªa de solteros que hay en Espa?a hablar con tanta seguridad de lo que nos somete y acongoja?
Se quiere disimular con pomposidad, pero en las palabras de los obispos puede identificarse el rastro de una melancol¨ªa que, llevada a sus ¨²ltimos extremos, ha hecho sufrir a muchos enamorados. Como si recordaran lo que no han conocido o anhelaran lo que se han prohibido, los obispos discurren conmovidos por la turbadora nostalgia del amor perdido. Quiz¨¢ sea para ellos una sensaci¨®n confusa o la conciencia clara del pecado de vivir, pero s¨®lo un hombre o una mujer colocada en tal estado por el destino sabr¨¢ reconocer el estigma de esta tristeza. Y s¨®lo los que han sufrido la amarga soledad de una larga serie de amores falsos pueden hilvanar esta frase y comprender la m¨¢s invisible de las derrotas.
As¨ª pues, la pastoral deshace los infundados reproches anticlericales -"?y que sabr¨¢n ellos de todo esto?"- y revela por primera vez el origen de la indulgencia prestada a los sacerdotes ped¨®filos. En contra de lo que hab¨ªamos cre¨ªdo, la protecci¨®n episcopal a los pederastas no es fruto de la solidaridad corporativa, sino el mismo esp¨ªritu ben¨¦volo consolando a las v¨ªctimas de amor perdido.
?Qu¨¦ otra raz¨®n podr¨ªa explicar el injustificable comportamiento de la jerarqu¨ªa cat¨®lica, constantemente sometida al suplicio de comprender o amonestar al sacerdote atrapado en flagrante delito? En lugar de imponer los iracundos juicios de Jehov¨¢, la Iglesia se ha visto excepcionalmente impelida a practicar los consejos del carpintero de Nazaret. Y la g¨¦lida dureza de coraz¨®n se transforma por amor en la dulce y tolerante compasi¨®n que aqu¨¦l hab¨ªa predicado. Los divorciados no merecer¨¢n el consuelo de los sacramentos, pero la ternura no es imposible con los tonsurados que han confundido el sexo con la mera excitaci¨®n genital.
Bernard Law, cardenal de Boston, protegi¨® al centenar de sacerdotes que la misma Iglesia hab¨ªa fichado por su reiterada implicaci¨®n en diversos casos de abusos a menores.
El cardenal Humberto Madeiros, tambi¨¦n de la di¨®cesis bostoniana, fue objeto de 25 querellas por encubrir a los curas ped¨®filos y no hacer nada para evitar que siguieran delinquiendo.
En Estados Unidos, la Red de Supervivientes de Abusos Sexuales de Curas tiene 3.400 miembros y su principal cometido es rescatar a las v¨ªctimas del s¨®rdido silencio que les imponen sus directores espirituales.
Para dar una respuesta al creciente esc¨¢ndalo en que se ve¨ªa sumida la opini¨®n p¨²blica cat¨®lica, la Conferencia Episcopal estadounidense encarg¨® un informe sobre los cuatro mil curas pederastas protegidos desde 1950 por la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica.
Esta conducta negligente y c¨®mplice con los ped¨®filos tambi¨¦n ha sido adoptada por los obispos espa?oles. El obispo de C¨®rdoba acaba de manifestar su "apoyo y cercan¨ªa" al p¨¢rroco de Pe?arroya -condenado a once a?os por abusar sexualmente de seis menores- y el obispo de Ja¨¦n ha declarado a los medios de comunicaci¨®n que su deber es "no condenar moralmente" al p¨¢rroco de Alcal¨¢ la Real, condenado a ocho a?os de prisi¨®n por abusar de un ni?o durante tres a?os.
A la luz de estos casos es m¨¢s f¨¢cil entender las expresiones utilizadas por los obispos espa?oles en su pastoral. Y ya no costar¨¢ tanto saber qui¨¦nes son esos "sujetos d¨¦biles arrastrados por los impulsos", cu¨¢les est¨¢n "aquejados de debilidad moral" o d¨®nde est¨¢ esa "sociedad farisaica" que "ha ocultado los dramas personales de los fracasados".
Pero la verdadera inc¨®gnita permanecer¨¢ sin resolver mientras no sepamos identificar la doctrina que regula el comportamiento episcopal. Cualquier persona sensata, y bien pensada, incluso las insensatas, pueden ver ofendidas sus convicciones morales o sus creencias religiosas al constatar el privilegiado trato que reciben los violadores que, precavidamente, se han vestido con sotana. Pero una vez superada la perplejidad, y descartadas las vanidosas sentencias que su celibato les anima a proferir, ya no habr¨¢ motivos para seguir escuchando a los encubridores. El deterioro de su prestigio entre los ciudadanos crecer¨¢ y la decadencia institucional que tanto temen ser¨¢ irremediable.
?A santo de qu¨¦, entonces, ostentan en sus declaraciones la prebenda de la doble moral? ?Qu¨¦ les absuelve de cumplir lo que con tanto ah¨ªnco predican? ?C¨®mo consiguen repudiar a los divorciados y a las madres solteras y acurrucar en la sacrist¨ªa a los ped¨®filos?
Debe existir una autoridad, un ejemplo supremo que haga respetable este desfalco moral y conduzca a los obispos por la torcida senda que transitan sin pesta?ear. Una inspiraci¨®n o un mandato que haga piadoso el derecho a mentir y les exima de someterse al escrutinio moral de la ley que nos imponen.
Nos gustar¨ªa haber resuelto el enigma de los obispos, pero el dios ventr¨ªlocuo que los ha escogido para darse a entender ha ordenado guardar este secreto.
Basilio Baltasar es editor
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