Nuevo Gobierno en un ciclo nuevo
Poco me gusta, pero por una vez, y sin que sirva de precedente, voy a empezar refiri¨¦ndome a un art¨ªculo que publiqu¨¦ en este peri¨®dico el 21 de enero. Relacionaba las elecciones del pasado 14 de marzo con las celebradas el 1 de marzo de 1979 por el hecho de que ambas se hayan celebrado al inicio de una etapa de nuestra historia constitucional. En los 25 a?os que ha durado la que acaba de concluir, se ha consolidado la democracia y hemos conseguido integrarnos en Europa, generando un desarrollo econ¨®mico y social verdaderamente deslumbrante. Podemos estar satisfechos, pero no hay bien, ni mal, que dure cien a?os. Pese a que la historia sea un proceso continuo, ¨²nicamente resulta inteligible si sabemos periodizarla.
Enti¨¦ndaseme bien. Dejaba constancia de un cambio de ciclo, no del triunfo electoral del PSOE, que me ha cogido tan de sorpresa como a la mayor¨ªa de la gente, convencido como estaba de que la principal ventaja del PP era que ofrec¨ªa cambio y continuidad a la vez. Abandonaba voluntariamente el escenario un presidente que en los dos ¨²ltimos a?os, al actuar cada vez m¨¢s de espaldas a la opini¨®n p¨²blica, hab¨ªa acumulado una hostilidad creciente, pero el partido garantizaba continuidad en los ¨¢mbitos en los que los logros parec¨ªan satisfactorios. Todo lo m¨¢s, el PP pod¨ªa perder la mayor¨ªa absoluta, pero en ning¨²n caso dejar de ser el partido m¨¢s votado.
Despu¨¦s del atentado, mientras predomin¨® la opini¨®n oficial de que se trataba de una matanza de ETA, incluso cre¨ª asegurada la mayor¨ªa absoluta del PP. Una poblaci¨®n consternada no suele estar dispuesta a hacer experimentos, sino que busca m¨¢s bien refugio en la ley y el orden. Viv¨ª en Madrid la jornada de reflexi¨®n de manera muy tensa, consciente de la manipulaci¨®n del Gobierno, pero tambi¨¦n de las dificultades, que me parec¨ªan insalvables, de que, pese a los esfuerzos de la SER, fuera de c¨ªrculos muy restringidos, los espa?oles conociesen la verdad. Las cosas cambiaron por completo cuando, hacia las siete de la tarde, Mariano Rajoy apareci¨® en televisi¨®n acusando a la izquierda de acosar las sedes del PP, lo que dio al PSOE la ocasi¨®n esperada para denunciar las mentiras del Gobierno. Una televisi¨®n tan manipuladora como la oficial no pudo evitar que hasta al ¨²ltimo rinc¨®n de Espa?a llegase el mensaje socialista de que el Gobierno hab¨ªa ocultado sistem¨¢ticamente la verdad. La intervenci¨®n televisiva de Rajoy contribuy¨® a que se movilizase ese voto de izquierda que suele quedarse en casa.
Insisto, en mi art¨ªculo anunciaba el comienzo de un nuevo ciclo, no que se producir¨ªa la alternancia, algo, por lo dem¨¢s, que pertenece a la normalidad democr¨¢tica y que de por s¨ª no suele comportar grandes cambios, excepto para los miles de personas que ocupan cargo o que lo pierden. El hecho que importaba y sigue importando recalcar es que comienza un nuevo ciclo, primero, en Europa, como consecuencia de la ampliaci¨®n, que comporta una din¨¢mica nueva que otra vez nos relega a la periferia. Habr¨¢ que esforzarse mucho para que esta posici¨®n no implique bajar un escal¨®n. Pero tambi¨¦n en Espa?a inauguramos una etapa nueva, que queda patente en la necesidad de tener que reformar una Constituci¨®n que ha cumplido bien 25 a?os. Es menester concluir el proceso auton¨®mico -lo llevamos diciendo ya demasiados a?os- definiendo las asimetr¨ªas que imponen las distintas historias peninsulares y creando las instituciones que permitan cooperar entre s¨ª a las distintas nacionalidades y regiones, con el fin de fijar ya de manera definitiva el "Estado resultante". Un objetivo que, obviamente, requiere la reforma del Senado, aunque no baste con ello.
En mi art¨ªculo propon¨ªa que se aprovechase la reforma constitucional para eliminar la provincia como distrito electoral, medida indispensable si queremos una ley electoral m¨¢s equitativa y que, adem¨¢s, resuelva la verg¨¹enza de las listas cerradas y bloqueadas que dan a las c¨²pulas de los partidos un dominio excesivo sobre los diputados. Pese a que se recurra de nuevo al discurso de la regeneraci¨®n democr¨¢tica, avance tan decisivo no tiene visos de entrar en el orden del d¨ªa, ya que la deformaci¨®n que produce la provincia beneficia a los dos grandes partidos y a los nacionalistas en sus territorios. Izquierda Unida puede pasar del 5,41% en el 2000, al 4,96% en el 2004 de los votos y perder el 50% de los esca?os, sin que tama?a desproporci¨®n produzca el menor esc¨¢ndalo. No faltan incluso los que consideran una virtud a?adida del sistema electoral establecido el que, a nivel del Estado, favorezca la concentraci¨®n de los esca?os en dos grandes partidos, reduciendo a m¨ªnimos la representaci¨®n de un mill¨®n y cuarto de votantes de Izquierda Unida.
En cambio, modificar el orden de sucesi¨®n de la Corona con el argumento de corregir la discriminaci¨®n de la mujer me parece superfluo y casi demag¨®gico. Aunque reconozco su valor simb¨®lico, esta reforma no mejora lo m¨¢s m¨ªnimo la situaci¨®n real de la mujer y ocupa un lugar muy atr¨¢s en la larga lista de posibles mejoras de la Constituci¨®n. Si en este ¨¢mbito se quiere evitar discriminaciones, habr¨ªa que empezar por eliminar la de mayor peso, el derecho de una sola familia a la jefatura del Estado. Si por razones hist¨®ricas, y otras m¨¢s pragm¨¢ticas, se prefiere conservar la Monarqu¨ªa (los espa?oles somos mon¨¢rquicos funcionales), aceptemos las normas tradicionales, y la ley s¨¢lica es una que importamos con los Borbones, cuya modificaci¨®n ya nos trajo tres guerras civiles.
En suma, importa poner ¨¦nfasis en el hecho de que, a diferencia de 1979, haya coincidido el cambio de ciclo con el de Gobierno. El que sorprendentemente haya sido as¨ª podr¨ªa facilitar el acomodo a las nuevas circunstancias, si es que no se comete el error garrafal de tratar de actualizar la pol¨ªtica que llevaron a cabo los socialistas en los ochenta. En aquel periodo tal vez no cupiese m¨¢s que una pol¨ªtica econ¨®mica que nos acercase a Europa, sin emplearse a fondo en realizar la socialdem¨®crata cl¨¢sica, lo que trajo consigo, entre otras cosas, el enfrentamiento con los sindicatos. En los ochenta se salt¨® de un vago marxismo a un liberalismo duro y puro, sin rozar siquiera la socialdemocracia; mi temor es que hoy se intente hacer una pol¨ªtica socialdem¨®crata de libro, cuando ha pasado la coyuntura. En un momento en que el Estado de bienestar se ha desplomado en el resto de Europa -la situaci¨®n de Francia y Alemania no admite falsas esperanzas al respecto-, tratar de impulsarlo en las circunstancias actuales no puede m¨¢s que llevarnos al fracaso. Por otro lado, continuar la tendencia conservadora de privatizar la pol¨ªtica social es condenarse a desaparecer como alternativa de izquierda. Inventar una pol¨ªtica social de nuevo cu?o, sin reproducir la que ya se ha desplomado en Europa, es el reto, tan dif¨ªcil como urgente, que tiene planteado el nuevo Gobierno. De ah¨ª que el primer obst¨¢culo al que tiene que enfrentarse sea un programa electoral hecho sin el convencimiento de que se ganar¨ªan las elecciones, acumulando deseos y buenas intenciones para contentar a todos, con el resultado de que muchas de sus partes son inaplicables, o est¨¢n demasiado pegadas a un pasado definitivamente ido.
En un tema quiero detenerme por su enorme relevancia: todos estamos de acuerdo en que la pol¨ªtica educativa y la cient¨ªfica han de tener prioridad absoluta, al depender de ellas el desarrollo econ¨®mico, pero tambi¨¦n el social -ambos van estrechamente unidos-, de modo que s¨®lo si contamos previamente con ciudadanos capaces y responsables -libres de las ligaduras y dependencias que tejieron las instituciones desfasadas del anterior Estado de bienestar- podremos elaborar una nueva pol¨ªtica social; no sirve la anterior, pero tampoco renunciar a ella, como quiere el viejo y nuevo liberalismo. En el primer periodo de gobierno socialista hubo que centrar la pol¨ªtica educativa en universalizar la educaci¨®n, escolarizando a toda la poblaci¨®n y ampliando muy significativamente los sectores sociales que tuvieron acceso a la educaci¨®n secundaria y universitaria. Pero se pag¨® un alto precio al descuidar la calidad de la ense?anza, que si no baj¨®, muchos piensan que s¨ª, se mantuvo en los niveles ¨ªnfimos que hab¨ªa tenido durante la dictadura.
Me temo que los socialistas, en su af¨¢n de di¨¢logo con la instituci¨®n universitaria, vuelvan a cometer los errores del pasado, pero esta vez agravados. Tres son las exigencias de la Universidad en su actual estructura: m¨¢s dinero, estabilidad en el empleo y en ning¨²n caso competir. Cierto que una reforma cabal de la Universidad probablemente necesite de mayores recursos financieros, pero ¨¦stos por s¨ª solos no cambian el panorama. Si los rectores piden m¨¢s dinero es para repartirlo entre su clientela, ¨²nica forma de ser reelegidos; sin un cambio radical en la gobernaci¨®n de las universidades y en su forma de funcionamiento, m¨¢s dinero podr¨ªa incluso empeorar la situaci¨®n. El error m¨¢s grave de los socialistas en su anterior etapa es haber funcionarizado a la masa de profesores no numerarios, cerrando las puertas a la docencia universitaria a los mejores de las generaciones posteriores. Repetir tama?o error -y me temo que la presi¨®n en este sentido ser¨¢ muy fuerte- es acabar ya definitivamente con la esperanza de una mejor Universidad, con las terribles consecuencias econ¨®micas y sociales que esto tendr¨ªa para nuestro futuro. En fin, la Universidad en su actual estructura, con una mayor¨ªa de sus miembros, estudiantes y profesores, satisfechos, lo que m¨¢s repudia es tener que competir: una universidad con otra, un departamento con otro, un profesor con sus colegas, un estudiante con los dem¨¢s. Una vez que todos los profesores cuenten con un empleo fijo y sueldos parecidos y todos los estudiantes sean admitidos y sin gran esfuerzo consigan un t¨ªtulo, el principio igualitario, sedicentemente de izquierda, es repartirse por igual los recursos crecientes que se consigan. Lo que reciba una universidad ha de recibirlo la otra, sea cual fuere su rendimiento, y las ayudas que se den a un profesor las han de recibir los otros, sin tener en cuenta calificaci¨®n ni logros. Nada de seleccionar a los estudiantes, ni apoyar la excelencia de profesores y alumnos. Si el Gobierno se deja influir por las estructuras de poder que hoy dominan la Universidad, en esto podr¨ªa consistir la pol¨ªtica socialista. Y lo angustioso es que de la pol¨ªtica educativa depende toda la pol¨ªtica social del futuro.
Ignacio Sotelo es catedr¨¢tico excedente de Sociolog¨ªa.
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