Lo que le falta al tranv¨ªa
Para el experimento de hoy, necesitamos un chico de entre 14 y 20 a?os que no haya viajado al extranjero y que (optativamente) sea bien parecido. Se trata de llevarle de viaje en el Trambaix y observar sus reacciones frente a un fen¨®meno desconocido para ¨¦l: montarse en un medio de transporte por ra¨ªl en el que no hay pobres. Para m¨ª es sorprendente, pero no supone una barrera cultural insalvable. Para ¨¦l es otra cosa. Cuando mont¨® en metro por primera vez, all¨¢ por los a?os noventa, las mendigas con ni?os drogados en los brazos ya ejerc¨ªan. Los acordeonistas, tambi¨¦n. Para ¨¦l, un vag¨®n es un lugar donde se suceden los espect¨¢culos parateatrales, como ya glos¨® en su d¨ªa el admirado profesor Anton M. Espadaler.
El Trambaix y el Trambes¨°s ser¨¢n medios de transporte normales cuando haya pobres que los consideren un buen negocio
Mi elegido es un joven de 18 a?os con ganas de abrirse camino en el dif¨ªcil mundo de la poes¨ªa catalana. Me gusta que haya cumplido los 18, porque le he prometido ayudarle en su carrera y, de este modo, podr¨¢ agradec¨¦rmelo sin quebrantar la ley. De ¨¦l s¨®lo dir¨¦ que tiene el pelo rubio, lleva un flequillo muy gracioso, viste pantal¨®n tejano de peto, llor¨® con El club de los poetas muertos, considera que en ?frica el tiempo discurre m¨¢s lento, estar¨ªa dispuesto a desnudarse por sus ideales y canta totalmente en serio Cadillac solitario. Su ¨²nico defecto es tambi¨¦n su mayor virtud: al ser tan sensible, todav¨ªa no siente la veneraci¨®n por mi obra literaria que ser¨ªa deseable y normal.
Hecho el apunte sociol¨®gico, empezamos con el experimento. Le compro un billete infantil (me gusta correr con todos los gastos) y subimos al vag¨®n, rumbo a Cornell¨¤. Por una cuesti¨®n de estad¨ªstica hoy no toca descarrilamiento, as¨ª que no temo por mi vida. "Dime lo que ves, muchacho", le pido. "Todo el mundo se cuela", observa ¨¦l, perspicaz. Es cierto. El Trambaix es un coladero. En L'Illa Diagonal suben dos chicas que van juntas, pero s¨®lo una paga. La t¨¦cnica del col¨®n de Trambaix no comporta ning¨²n riesgo. En caso de que pasara el revisor, el delincuente podr¨ªa ir hasta el fondo del vag¨®n y bajarse en la pr¨®xima. El conductor est¨¢ encerrado en su cabina y bastante tiene con rezar para que los coches que bajan por Enten?a respeten la se?al de stop. En la pared hay carteles de advertencia, pero muy amables. "Ja portes el t¨ªtol? ?Llevas el t¨ªtulo? Have you got your ticket?". Si te cuelas, te cae una multa de 40 euros, pero supongo que la medida m¨¢s disuasoria para el col¨®n no es ¨¦sa, sino que, sin billete, en caso de accidente no cobras el seguro. (Y con la de accidentes que tiene el Trambaix, yo no me arriesgar¨ªa). "?Mira! ?El Corte Ingl¨¦s!", grita una jubilada a su amiga. "Pues luego nos bajamos", concede la otra, feliz. "?Y vamos a la parada cerca de los patos?", pregunta la primera. "S¨ª, vamos a los patos, p'abajo". Pasamos por la Facultad de Matem¨¢ticas y Estad¨ªstica. Leo una pintada: "Etarras rastreros catalanes". Faltan signos de puntuaci¨®n, pero mejor no saber d¨®nde.
En Sant Ramon, dos ancianas atraviesan la v¨ªa sin mirar, pero no fallecen, as¨ª que entre los pasajeros se escapa un suspiro de alivio, como si hubiesen parado un penalti. Antes de Can Rigal, veo un balc¨®n en el que cuelga una pancarta: "Tirititram, tram, tram, soterrem les vies". Se vac¨ªa el asiento de delante y las jubiladas cogen sus muletas, con adhesivos en los que pone "Sunrise Medical", y se abalanzan hacia ¨¦l. Una mujer inserta el billete en la m¨¢quina validadora. "Vaya. Este ya no vale", exclama. Y se queda tan ancha. Frente a m¨ª y a mi protegido, una mujer lee La vida sale al encuentro, del padre Mart¨ªn Vigil. Un hombre palpa la ventana buscando alguna cortina para protegerse del sol, y la se?ora del libro exclama: "Nada. Hasta que demos la curva no puedo volver a leer". Mi joven acompa?ante deduce: "Faltan cortinas. En verano, esto ser¨¢ un microondas". Premio su capacidad de observaci¨®n con una caricia lasciva. "El color del tranv¨ªa es poco vivo, demasiado positivo", opina la mujer lectora al ver mi inter¨¦s. "Un color amarillo ser¨ªa m¨¢s visible. Que a nivel de impacto visual, muy bien, pero yo creo que se interrelaciona demasiado con su entorno...". La hierba de las v¨ªas -tr¨¦bol mezclado con c¨¦sped- est¨¢ inmaculada. Supongo que, cuando disminuya el riesgo de muerte, ser¨¢ un excelente pipic¨¢n. "Senyors viatgers, els comunico que la propera parada es la terminal d'aquesta l¨ªnia, gr¨¤cies", nos dice el conductor por la megafon¨ªa. Y luego se levanta y nos explica, uno por uno, que tenemos que salir y cambiar de tranv¨ªa, porque ¨¦l, ahora, se va a "regular".
As¨ª que nos bajamos en Montesa. Junto a la parada tenemos la empresa El rayo amarillo, de gr¨²as, transportes y carretillas. Admiro el edificio de la Braun y el de la Perco. Al otro lado de la carretera hay un caf¨¦. "Se traspasa el bar", leo en el cristal. "?Qu¨¦ te ha parecido, hijo?", le pregunto a mi joven acompa?ante. "Es muy raro un tranv¨ªa sin pobres, es como si te faltara algo, espero que pronto los pongan", susurra. Tiene raz¨®n. El Trambaix y el Trambes¨°s ser¨¢n medios de transporte normales cuando haya pobres que los consideren un buen negocio. Mi acompa?ante me mira esperanzado. "Entonces, ?te puedo mandar ya mis poemas?", me pregunta. "M¨¢ndamelos", le contesto. "?A tu casa?", insiste. "No, no, al m¨®vil", le digo.
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