Una gran estocada
Hubo una estocada que puso al toro patas arriba y levant¨® al p¨²blico de sus asientos. Un volapi¨¦ en todo lo alto, ejecutado como mandan los c¨¢nones. Un aut¨¦ntico lujo. Si esto fuera un concurso en el que hubiera que acertar el autor de tan bella suerte, pocos se llevar¨ªan el peluche. Para no prolongar m¨¢s la emoci¨®n, ah¨ª va el nombre, con el aviso correspondiente para quienes sufran dolencias cardiovasculares: Manuel Jes¨²s, El Cid.
Aunque parezca mentira, El Cid, que tantos triunfos ha perdido a causa de su bien ganada fama de pinchauvas, se tir¨® sobre el morrillo y dej¨® el estoque enterrado hasta la empu?adura. Ver para creer. Sin licencia ya para la broma, un estoconazo de pura ley.
Astolfi / Encabo, De Mora, El Cid
Toros de Astolfi, bien presentados, astifinos, muy blandos, descastados, que desarrollaron genio y llegaron agotados al tercio final; el 2? y 4?, bravos en el caballo. Luis Miguel Encabo: estocada atravesada (silencio); dos pinchazos y el toro se echa (ovaci¨®n). Eugenio de Mora: media tendida y casi entera muy baja (silencio); pinchazo, media atravesada, un descabello y el toro se echa (silencio). El Cid: pinchazo y estocada en todo lo alto (ovaci¨®n); dos pinchazos, estocada y un descabello (silencio). Plaza de Las Ventas, 11 de mayo. 3? corrida de Feria. Tres cuartos de entrada.
Claro, que la vida no es justa, pensar¨¢ el torero. Tantas orejas perdidas y hoy, que no hab¨ªa trofeo que ganar, estoconazo. La verdad es que El Cid brind¨® ese tercer toro al respetable ante la sorpresa general por la ausencia de motivo que lo justificara. El animal hab¨ªa sembrado el p¨¢nico en banderillas y su embestida era descompuesta y reservona. Pero algo ver¨ªa el torero, que para eso est¨¢ m¨¢s cerca que los dem¨¢s. Pero se equivoc¨®, y no pudo dar un solo pase a su descastado oponente. Despu¨¦s, en el sexto, tampoco pudo reverdercer laureles del pasado. El toro se le col¨® de manera peligrosa cuando lo lanceaba con el capote, y lleg¨® inv¨¢lido al tercio final.
Otro momento de gran inter¨¦s lo protagoniz¨® Encabo, un torero que quiere hacer las cosas bien, aunque le falta romper en el ¨²ltimo momento. Suyas fueron unas chicuelinas muy ce?idas y dos medias ver¨®nicas, sobre todo la segunda, de aut¨¦ntico cartel al cuarto de la tarde. Cuando ten¨ªa al p¨²blico entregado se le ocurre coger las banderillas, lo que puede llevar a la siguiente reflexi¨®n: cuando un matador decide banderillear debe hacerlo por dos razones; la primera, porque las pone mejor que nadie, y la segunda, porque est¨¢ dispuesto a ofrecer un espect¨¢culo extraordinario. Pues da toda la impresi¨®n de que Encabo las pone por costumbre y puro compromiso, porque ni es el mejor ni ofrece un espect¨¢culo relevante. Los seis pares los coloc¨® a toro pasado, lo que ya es demasiado.
Al cuarto, adem¨¢s, consigui¨® agotarlo y lleg¨® a la muleta muy noble, pero sin fuerzas. Se luci¨® el madrile?o con unos ayudados por bajo, alg¨²n que otro natural, un par de redondos y una trincherilla de calidad. A su favor hay que rese?ar que es de los pocos toreros que se cruzan de verdad delante de los toros, lo que debe ser aplaudido por su excepcionalidad. En su primero, que era un inv¨¢lido total, se mostr¨® voluntarioso y aseado en una labor de enfermero ante un toro que punteaba la muleta cuando consegu¨ªa pasar con mucho esfuerzo.
De Mora se enfrent¨® a un toro segundo de impresionante arboladura que daba miedo verlo. Pele¨® con bravura en el caballo y no rompi¨® en la muleta. El torero no se confi¨®, fue desbordado por el toro y naufrag¨® sin remedio. Tampoco se luci¨® en el quinto, muy parado, con el que abrevi¨® a las primeras de cambio.
Una gran estocada y dos medias ver¨®nicas nos devuelven el recuerdo imperecedero del toreo de siempre. Escaso balance para una descastada corrida de Astolfi en tarde desapacible.
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