La discreta supervivencia de los flagelantes
Fascinaci¨®n por el dolor, ceremonial er¨®tico, pasi¨®n aut¨¦nticamente religiosa, masoquismo... La tradici¨®n de los flagelantes, ¨¦mulos de la Pasi¨®n de Cristo que Mel Gibson presenta ahora con gran aparato de sangre, se extingui¨® hace siglos entre largas discusiones de sabios y te¨®logos que aconsejaron al papa Clemente VI emitir una bula de prohibici¨®n por razones de "disciplina eclesi¨¢stica". La execraci¨®n papal tuvo que ver tambi¨¦n con el sexo, un asunto que siempre pone nerviosa a la Iglesia de Roma.
Un estudio del te¨®logo y psicoanalista belga Patrick Vandermeersch (Brujas, 1946), publicado en Espa?a por la editorial Trotta, desvela los motivos de aquella prohibici¨®n, los argumentos de los que se opon¨ªan y los casos que dieron aire a la pol¨¦mica, como aquel que provoc¨® la ira de los detractores, porque "los azotes [a los disciplinados o disciplinadas] se propinen en las nalgas". Tambi¨¦n analiza uno de los pocos casos de supervivencia de flagelantes, en el pueblo riojano de San Vicente de la Sonsierra, de 1.100 habitantes.
Vandermeersch, profesor de psicolog¨ªa de las religiones en la Universidad de Groninga (Holanda), estudi¨® durante 10 a?os el caso de los llamados picaos de san Vicente, acompa?ado de sus alumnos, muchos de religi¨®n protestante, o agn¨®sticos.
Cuatro veces al a?o -Jueves y Viernes Santo, y los d¨ªas 3 de mayo y 14 de septiembre cuando caen en domingo: este a?o la procesi¨®n de mayo se celebr¨® el domingo pasado- algunos hombres, con el rostro cubierto con capirotes blancos, vistiendo una t¨²nica tambi¨¦n blanca que deja la espalda al descubierto, con cadenas en los tobillos, se flagelan en un largo v¨ªa crucis nocturno, en medio de la curiosidad de cientos de procesionales. Son los picaos, unos misteriosos penitentes (nunca se conoce su identidad) que se golpean la espalda hasta magullarla. Mientras se azotan, un acompa?ante, ¨¦ste a cara descubierta, vigila a cada disciplinante, invit¨¢ndole a la calma si da muestras de entrar en trance, o anim¨¢ndole a golpearse m¨¢s fuerte cuando flaquea en sus fuerzas.
Cuando la espalda de los picaos est¨¢ lo suficientemente magullada como para que se le practiquen los pinchazos que aliviar¨¢n al penitente, un anciano de la localidad, experto en la materia, aplica por seis veces una bola de cera provista de dos puntas de vidrio sobre la espalda tumefacta. Los pinchazos deben ser doce, en recuerdo de los doce ap¨®stoles, y sirven para que brote la sangre de los hematomas.
Entre los flagelantes no hay mujeres, aunque ¨¦stas pueden ser, desde 1988, miembros de la cofrad¨ªa. El libro de Vandermeersch, titulado Carne de Pasi¨®n, se extiende poco sobre los motivos de esta marginaci¨®n, pero abunda en las razones de excitaci¨®n sexual que movieron anta?o a muchos flagelantes, entre otros el famoso -y equ¨ªvoco- rey de Francia Enrique III, ¨²ltimo de los Valois, y su secta de favoritos.
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