La inquebrantable devoci¨®n de cuidar a los gatos del Canal
Un grupo de mujeres se acerca todos los d¨ªas a dar de comer a los mininos que viven junto a los dep¨®sitos de agua
"Chicos, chicos", ¨¦sa es la palabra clave de Juanita Navazo para que los casi 40 gatos que viven en el recinto central del Canal de Isabel II acudan hasta la valla en busca de comida. "Es una pena", dice esta mujer, mientras lanza pu?ados de comida con la mano,por encima de las verjas. ?Por qu¨¦ de esa forma? Porque las vallas del Canal, en el n¨²mero 125 de la calle de Santa Engracia, est¨¢n recubiertas de unas planchas de metal. Desde hace tres meses ya no queda un resquicio por el que Juanita, y otras cuatro mujeres que acuden a diario a velar por la seguridad de sus mascotas, puedan disfrutar de ellos. "Cada uno tiene su nombre", afirma Merche, una jubilada, que invierte buena parte de su pensi¨®n en alimentos para gatos.
Hace 23 a?os que Juanita acude, haga calor, llueva o nieve, a dar de comer a los felinos. Una promesa la obliga. "Siempre han estado aqu¨ª. Hace a?os llegaban a ser 200", recuerda. Pero la situaci¨®n ha ido complic¨¢ndose con el paso del tiempo. "Cuando Carlos Mayor Oreja era presidente del Canal, los gatos estaban cuidados y esterilizados, incluso dorm¨ªan en sus casetas. Pero luego los dem¨¢s, sobre todo Arturo Canalda, han hecho todo lo posible para carg¨¢rselos", denuncia.
Laura Perales, presidenta de la Asociaci¨®n Gata, tampoco comprende la actitud de la instituci¨®n: "Hemos solicitado por escrito en varias ocasiones una entrevista con el gerente para hablar del tema, pero ni siquiera ha contestado. Mientras, los laceros de la Comunidad est¨¢n poniendo trampas, captur¨¢ndolos y luego sacrific¨¢ndolos", asevera.
Pero las cuidadoras van m¨¢s all¨¢ para evitar los "malos tratos". Se suben a la verja, y con una especie de polea consiguen cerrar las jaulas-trampa. "Pobrecitos, se pasan todo el d¨ªa sin comer. Se mueren de hambre", explica una compungida Merche.
"A m¨ª me da igual que me manden a la polic¨ªa, que ya me ha amenazado muchas veces con ponerme una multa de 500 euros; o que me digan hasta guarra", alardea Paquita, que ya no ve d¨®nde se guarecen los gatos y, ni tan siguiera, el n¨²mero de esos animales que quedan en el Canal. "Yo voy a seguir viniendo aqu¨ª mientras viva", se ratifica.
Juanita se dirige al Canal con un carrito de la compra cargado con cuatro bolsas de alimentos, que ella misma cocina. Pasta, arroz, pollo, casquer¨ªa, adem¨¢s de latas de comida especial "por si falta para todos". "Por la ma?ana les guiso la comida; luego estoy m¨¢s de una hora reparti¨¦ndosela, y por la tarde voy a recoger lo que me dan en un restaurante y una panader¨ªa", explica.
Su recorrido comienza en la calle de Santa Engracia. All¨ª lanza comida, como si estuviese practicando jabalina. "Chicos, venid", grita, al tiempo que los viandantes la miran esc¨¦pticos, y se escuchan maullidos. La siguiente parada es en Jos¨¦ Abascal, donde los "chiquitines", esta vez s¨ª, comen por debajo de una rendija.
"Aqu¨ª viv¨ªa la Rufinita y su hijo, el Rufinito", detalla Juanita. "Han tenido que cambiar al delegado del Gobierno para que nos vuelvan a permitir concentrarnos", explica Laura, de la Asociaci¨®n Gata: "Ansu¨¢tegui [anterior delegado del Gobierno] prohibi¨® las caceroladas a instancias de su amigo Canalda, que se pon¨ªa de los nervios cada vez que nos ve¨ªa all¨ª". Tanto Juanita como Laura no fallan cada mi¨¦rcoles a la puerta del Canal. De sus reivindicaciones depende que otro gato pueda seguir viviendo.
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