Los jubilados ya no tienen donde sentarse
Un grupo de ancianos de Sant Mart¨ª critica que el municipio les deje sin bancos
La calle de Maresme, en el distrito de Sant Mart¨ª de Barcelona, es bastante larga. Nace casi en el mar y termina junto a las v¨ªas del tren, en Sant Andreu-Sagrera. Entre la rambla de Guip¨²scoa y la calle de Menorca, forma una especie de recodo con una semiplaceta donde al atardecer se re¨²nen los jubilados a charlar. Se reun¨ªan porque les han quitado dos bancos. Hasta la reforma sufrida por la calle hace un tiempo hab¨ªa cuatro bancos de piedra. Con la reurbanizaci¨®n llegaron otros m¨¢s c¨®modos que pronto fueron tambi¨¦n ocupados. Hasta que no hace demasiado tiempo empezaron a desaparecer, eliminados por el Ayuntamiento. El trasfondo es una disputa entre vecinos en la que el municipio ha sajado con tal sa?a que se ha llevado tambi¨¦n lo sano.
Cerca de casa
El caso es que uno de esos bancos estaba muy cerca de las viviendas, que en esa zona ocupan incluso la planta baja. Por la tarde, los bancos los utilizaban las abuelas, que as¨ª estaban cerca de casa para cualquier necesidad o conveniencia. Con la oscuridad, eran sustituidas por un grupo de j¨®venes cuya actitud var¨ªa seg¨²n qui¨¦n los describa. Los defensores del banco aseguran que eran gente pac¨ªfica que no ocupaba la zona m¨¢s all¨¢ de las diez de la noche. Los partidarios de la supresi¨®n, en cambio, afirman que era gente violenta, con perros agresivos, que acud¨ªan all¨ª a beber, fumar de todo un poco e incluso a pincharse, y que respond¨ªan con violencia a cualquier tipo de reconvenci¨®n. De modo que escribieron al municipio, que decidi¨® suprimir el banco para que los j¨®venes se fueran a otro lado. "Es el mal menor", asegura el concejal del distrito, Francesc Narv¨¢ez, que precisa que hay bancos a 100 metros del lugar. Ahora le escriben los otros, que ya recogen firmas a favor de la reposici¨®n del banco. Entienden que, incluso si el grupo de j¨®venes tuviera un comportamiento inadecuado no es de recibo que el Ayuntamiento opte por castigarles a ellos sin banco.
Para una persona de 75 u 80 a?os, se?alan, un centenar de metros es casi un marat¨®n. Son 100 de ida y otros tantos de vuelta, llenos de coches en triple fila, que ocupan incluso los pasos de peatones. Lo sorprendente es que Narv¨¢ez es uno de los concejales m¨¢s sensibles a los problemas de la gente con dificultades de movilidad.
"Es verdad que hay bancos en la plaza, pero no es lo mismo. Aqu¨ª estamos todas cerca de casa, si alguien no puede venir, se asoma al balc¨®n y nos ve y casi nos oye. La plaza est¨¢ muy lejos para algunas de nosotras", comenta una de las vecinas habituales al atardecer, que se?ala las ventajas de la cercan¨ªa: "Que tienes sed, que te has olvidado la pastilla, que llega alguien y no tiene llave de la puerta...".
Buena parte de estos vecinos llegaron al barrio a finales de la d¨¦cada de los sesenta. Son de origen inmigrante, de zonas donde la calle es espacio de vida. O lo era, hasta que los municipios optaron por regal¨¢rsela a los coches. Hasta hace poco pod¨ªan seguir con la costumbre. Ya no. Y no se resignan, entienden que la calle es suya. Y la quieren con su banco.
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