Profesor
En contra de lo que podr¨ªa parecer a primera vista desde fuera, quienes se dedican a la ense?anza -excepci¨®n hecha, claro est¨¢, de los especialistas en ciencias de la educaci¨®n- no tienen por costumbre dedicarse a reflexionar acerca de la naturaleza de su actividad, del sentido profundo de su quehacer. Esta relativa ausencia de reflexi¨®n tiene que ver, desde luego, con muy diversos factores, a su vez de diferente tipo. De entre todos ellos yo quisiera hacer referencia en lo que sigue a uno solo: los variables v¨ªnculos que se establecen entre profesores y estudiantes, aspecto ¨¦ste que constituye, sin duda, una de las dimensiones b¨¢sicas del oficio de ense?ar. Reparen, por favor, en el adjetivo "variables": probablemente resida aqu¨ª la causa m¨¢s llamativa de esa espec¨ªfica opacidad con la que a los propios protagonistas se les presenta lo que hacen o, anticipando lo que se desarrollar¨¢ a continuaci¨®n, el hecho de que, si viven su profesi¨®n con la adecuada intensidad, ¨¦sta puede terminar revel¨¢ndoseles como una genuina y estimulante caja de sorpresas.
A lo largo de la vida profesional de un docente probablemente quepa distinguir, desde el punto de vista que acabo de mencionar, tres momentos (con el inevitable grado de artificio que este tipo de distinciones siempre supone, claro est¨¢). El primer momento corresponder¨ªa a los inicios de su andadura laboral. Enfrentado a sus estudiantes, suele ser frecuente que el profesor novel mantenga una actitud extremadamente atenta, casi tensa, fruto de la preocupaci¨®n por estar a la altura de lo que supone que se espera de ¨¦l. Lo m¨¢s normal es que en sus clases no deje pregunta sin responder ni alusi¨®n por puntualizar: pudi¨¦ramos decir, utilizando el lenguaje deportivo, que pelea todas la bolas. Cuando, en un segundo momento, ese profesor ha ido ganando confianza en s¨ª mismo, acostumbra a ocurrir que un d¨ªa descubra, con alivio autosatisfecho, que se atreve a responder a una determinada pregunta con un sencillo "no tengo ni idea", y quedarse tan ancho. Es m¨¢s, probablemente considere que, en el fondo, ese gesto expresa mejor que ning¨²n otro el nivel alcanzado: puede permitirse, tomando ahora el pr¨¦stamo del lenguaje taurino, ir sobrado.
Pero hay un tercer momento, que no puedo por menos que identificar con la madurez del profesor, en el que ¨¦ste cae en la cuenta de la insuficiencia de los dos momentos anteriores o, mejor dicho, del profundo error en el que se basaban. En ambos actuaba pensando s¨®lo en s¨ª mismo, esto es, en la mejor manera de defenderse de un auditorio al que en ¨²ltima instancia consideraba como un tribunal que le estaba juzgando. Ahora, en cambio, descubre, por cambiar a un s¨ªmil teatral, que, siendo ¨¦l en gran medida el autor de la obra que se est¨¢ representando, en modo alguno le corresponde el papel de protagonista. Toma conciencia de algo particularmente importante, a saber, que esos interlocutores que tiene delante son interlocutores que le necesitan, y se averg¨¹enza de sus respuestas anteriores, especialmente de la segunda. Porque para el que le pregunta, la respuesta es fundamental: expresa una carencia que no cabe minusvalorar bajo ning¨²n concepto. Me atrever¨ªa a afirmar, sin miedo alguno a la exageraci¨®n, que en muchas preguntas al joven que las formula le va la vida.
En cierto modo, podr¨ªamos decir que esta evoluci¨®n corre paralela a la que, en el otro lado, mantienen los estudiantes en relaci¨®n a sus profesores. Probablemente lo primero que a un alumno le llama la atenci¨®n de su profesor sea el volumen de conocimientos que maneja. Todos hemos pasado por una primera fase en la que nuestros profesores favoritos eran aquellos que, a nuestros ojos, acreditaban mayor cantidad de informaci¨®n, desenvolvi¨¦ndose en una problem¨¢tica o en un periodo hist¨®rico con una soltura absoluta, con un conocimiento de las fuentes y de la literatura secundaria que nos parec¨ªa abrumador. Pero en un segundo momento, a medida que nosotros mismos ¨ªbamos familiariz¨¢ndonos con tales textos, esta admiraci¨®n inicial mudaba su signo. Ya no era tanto la cantidad de informaci¨®n acumulada como los planteamientos, los enfoques o las perspectivas que proyectaba sobre los datos lo que pasaba a resultarnos admirable. Si, por as¨ª decirlo, hab¨ªamos empezado admirando su conocimiento, lo que m¨¢s apreci¨¢bamos en esta otra fase era su inteligencia.
Ahora bien, tampoco para un estudiante esta consideraci¨®n constituye el definitivo episodio en su juicio del profesor. A menudo ocurre que el estudiante acaba introduciendo en esta ¨²ltima un elemento soslayado en los dos momentos anteriores. Se trata de un elemento que tarda en hacerse visible, para cuya identificaci¨®n y reconocimiento se requiere una cierta experiencia, una cierta dosis o cantidad de vida a las espaldas -por eso, en ocasiones, el estudiante lo percibe muy tarde, incluso cuando ya ha dejado de serlo-. Me refiero a la veracidad, entendiendo por tal esa espec¨ªfica y particular manera en la que alguien vive aquello en que cree, interioriza aquello que opina o piensa. Para el estudiante esto significa: la manera en que su profesor, no s¨®lo se involucra en lo que hace, sino que se pone en juego al hacerlo. La veracidad de ¨¦ste constituye mucho m¨¢s que la encarnaci¨®n de una espec¨ªfica forma de sabidur¨ªa (la de quien ha asumido hasta sus ¨²ltimas consecuencias el convencimiento de que las palabras fueron hechas para ser escuchadas, los textos para ser le¨ªdos y el conocimiento por entero para ser compartido por toda la humanidad): representa una forma de dar testimonio, con su propia existencia, del valor que otorga a aquello que ense?a.
No estoy hablando, por tanto, de un dato objetivo, comparable al de la solvencia cient¨ªfica. Pero tampoco de un atributo de car¨¢cter, que lo pudiera allegar a una versi¨®n, m¨¢s o menos difusa, de la idea de carisma. Si de alguna idea est¨¢ pr¨®xima la veracidad es de la de autoridad. Como ella, ni se posee, ni se adquiere; se recibe de los dem¨¢s, que la atribuyen a alguien en el ejercicio de su soberana libertad. Es algo que se activa en -y precisamente por- la relaci¨®n con los interlocutores, y que se expresa a trav¨¦s de rasgos como la generosidad intelectual, la curiosidad insobornable, el entusiasmo permanente o el inter¨¦s y la sensibilidad hacia las aportaciones ajenas. Rasgos discretos todos ellos (en las ant¨ªpodas del engolamiento autosuficiente del erudito o de la banal pirotecnia del charlat¨¢n) y que, por a?adidura, a menudo corren el peligro de ser malinterpretados (tomando el entusiasmo por ingenuidad, la curiosidad por eclecticismo cuando no por confusi¨®n te¨®rica, y as¨ª sucesivamente). Quiz¨¢ sea ¨¦sta una de las razones por las que no siempre resulta f¨¢cil identificar la veracidad y por la que, con frecuencia, hasta que uno mismo no est¨¢ en la posici¨®n del docente no la aprecia en toda su magnitud.
De los profesores que se adornan con los rasgos o determinaciones indicados -los que son verdad, si se me permite la expresi¨®n- habr¨ªa que predicar una cualificaci¨®n especial, que los colocar¨ªa en otro nivel, en otro plano. Ser¨ªan mucho m¨¢s que profesionales competentes, magn¨ªficos expositores o investigadores de alto nivel. Habr¨ªan adquirido un rango que anta?o merec¨ªa el calificativo de maestros, un calificativo que, no se me oculta, hoy tiende a sonar anacr¨®nico. Aunque he de decir que a m¨ª, francamente, no me desagrada tanto como a otros la palabra. Incluso al contrario. Encuentro que en ella se da una circunstancia entre curiosa y entra?able, la circunstancia de que la palabra m¨¢s sencilla, la que hist¨®ricamente se utiliz¨® para describir la figura de quien acompa?aba al ni?o en los primeros pasos de su aprendizaje, en su primer contacto con el mundo del saber (?c¨®mo olvidar la maravillosa composici¨®n de dicha figura llevada a cabo por Fernando Fern¨¢n-G¨®mez en La lengua de las mariposas?), sea tambi¨¦n la que sirva para nombrar el mayor grado de excelencia que puede alcanzar quien se dedica al noble oficio de ense?ar. Qu¨¦ cosas tiene el lenguaje, ?no?
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona.
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